Juncker evita caer en la trampa de Johnson pero mantiene el diálogo abierto
La Comisión estudiará la propuesta británica para la frontera irlandesa llena de problemas esenciales que ya ha rechazado el Gobierno de Dublín
Después de una serie de anuncios y desmentidos, el Gobierno británico envió por fin ayer a la Comisión Europea su propuesta alternativa a la « salvaguarda irlandesa ». Aunque el primer ministro británico, Boris Johnson , lo hizo en un tono de ultimátum, subrayando que si no era aceptado la única alternativa será un Brexit sin acuerdo el 31 de octubre, la respuesta moderada -pero no afirmativa- de la Comisión permitirá seguir negociando en el poco tiempo que queda. La posición del presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, «agradeciendo» la disposición teórica de Johnson a llegar a un acuerdo, tal como se dice en el comunicado oficial de Bruselas, es en estos momentos el único punto esperanzador de una situación muy enrevesada.
Los países miembros debían haber sido teóricamente informados al mismo tiempo, pero o no fue el caso o todos -salvo Irlanda por razones obvias- se pusieron de acuerdo para eludir cualquier comentario que pudiera contribuir a empeorar las cosas. Algunos diplomáticos se tuvieron incluso que desdecir para justificar comentarios iniciales poco favorables a la propuesta británica. La impresión es que desde Bruselas no se quiere dar argumentos a Johnson para que pueda lanzarse a un divorcio traumático diciendo que es culpa de la UE. La única reacción negativa expresa ha sido la del Gobierno de Irlanda.
La propuesta de Johnson pretende mantener hasta 2025 a la provincia británica de Irlanda del Norte en una alineación reglamentaria con la UE en el campo de los productos agrícolas e industriales, lo que haría innecesarios los controles físicos en la frontera inter irlandesa, pero al mismo tiempo estaría fuera de la Unión Aduanera. La decisión de qué pasaría después, la deposita en la Asamblea de Irlanda del Norte, sin tener en cuenta las implicaciones que las distintas opciones tendrían para el conjunto del mercado europeo.
Por ello, el comunicado de Bruselas hace hincapié en el hecho de que Juncker hubiera «agradecido la determinación del primer ministro Johnson de progresar en las conversaciones antes del Consejo Europeo de octubre y avanzar hacia un acuerdo» sin entrar en los detalles. La Comisión aún no había hecho ayer tarde un análisis en profundidad de la propuesta, pero Juncker dijo haber visto elementos «positivos, especialmente en lo que respecta a la alineación reglamentaria completa para todos los bienes y el control de los bienes que ingresan a Irlanda del Norte desde Gran Bretaña». Lo que definitivamente no entra en las previsiones comunitarias es «la gobernanza de la salvaguarda», es decir, que el futuro de esta fórmula se ponga en manos de una institución regional que en su día podría optar entre seguir dependiendo de la reglamentación europea o, si prefiere, basarse en la del resto del Reino Unido. La cuestión en este punto es que en la idea inicial de la UE esa alineación reglamentaria de Irlanda del Norte con la UE se mantendría sin límite de tiempo hasta que el Reino Unido haya pactado un modelo de relación con sus antiguos socios que incluya las características específicas para evitar una frontera en la isla de Irlanda. Como Johnson y los partidarios del Brexit creen que una vez desconectado de Europa, el Reino Unido va a establecer una miríada de acuerdos de libre comercio con todo el mundo y más allá, suponen que los norirlandeses no tendrán dudas de cual es la mejor opción. Pero las implicaciones de una u otra fórmula son muy diferentes.
La Comisión, sin embargo, les recuerda que sea cual sea el resultado «se debe preservar el delicado equilibrio alcanzado por el acuerdo del Viernes Santo» que es el que permitió poner fin a décadas de violencia intercomunitaria.
Una vez que la Comisión haya analizado con detalle la propuesta británica, incluyendo sus posibilidades legales de ser llevada a cabo, reitera que mantiene su voluntad de llegar a un acuerdo, para lo cual «estamos listos para trabajar 24 horas al día los siete días de la semana para que esto suceda, como lo hemos estado durante más de tres años» que han durado las negociaciones del Acuerdo de Retirada.
Johnson había dicho en la conferencia del Partido Conservador en Mánchester que su plan es «razonable» y «constructivo» y que lo único que hace falta es que la UE decida « ceder en sus líneas rojas », teniendo en cuenta que «no hay duda de que la alternativa es que no haya acuerdo» y que aunque «no es el resultado que queremos, estamos listos para ello», según ha dicho antre las aclamaciones de los militantes conservadores. Lo que Johnson define como «líneas rojas» son los límites que tanto la Comisión como el Consejo han mantenido desde el principio y que, en efecto, son límites que no se pueden franquear sin poner en peligro la integridad del mercado interior. La mayor aspiración de los británicos siempre ha sido poder beneficiarse de los aspectos más positivos de su pertenencia a la UE, sin tener que hacerse cargo de los inconvenientes. En Bruselas siempre han tenido claro que si se le permite al Reino Unido ese «picoteo» significaría que cualquier otro país podría aspirar a lo mismo, lo que acabaría destrozando los mayores logros de la historia de la UE.
La parte buena de la propuesta de Johnson es que implícitamente acepta el resto del tratado firmado por su antecesora Theresa May y rechazado tres veces por el parlamento de Westminster, al decir que de lo único que se ocupa es del protocolo dedicado a la salvaguarda irlandesa. Pero sin una solución para Irlanda, no puede haber acuerdo en nada.
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