José M. de Areilza - MONNET & CO.

Soplar 35 velas

Sin la pertenencia al proyecto europeo, careceríamos de los recursos necesarios con los que hacer frente a la crisis de oferta causada por el coronavirus

José M. de Areilza

José M. de Areilza

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Ayer pasó sin pena ni gloria el treinta y cinco aniversario de la adhesión de España a las Comunidades Europeas. No es un número redondo, con la salvedad de tratarse de la edad mínima para aspirar a la presidencia de EEUU. Tal vez sea innecesario celebrar cada año algo que hoy nos parece tan natural como el paisaje o los atardeceres. Sin embargo, en medio de la triple crisis sanitaria, económica y social, conviene recordar que España tiene la fortuna de ser un Estado miembro y verse gobernada en buena medida desde Bruselas.

Debemos un homenaje a todos los que muchos años atrás hicieron posible esta adhesión y a los que gobernaron desde entonces y consiguieron que fuéramos percibidos como un socio serio y fiable. Sin la pertenencia al proyecto europeo, careceríamos de los recursos necesarios con los que hacer frente a la crisis de oferta causada por el coronavirus, poner en pie la economía y prestar ayuda a los ciudadanos que más sufren en una batalla que aún no ha concluido. Por supuesto, los niveles europeos de solidaridad, apoyo y condicionalidad están aún por negociar y dependen de pactos, concesiones y del liderazgo personal en el seno de las instituciones comunitarias. El anunciado Fondo de Recuperación, propuesto por la Comisión, combinado con la acción decidida del BCE, permitiría remontar y dejar atrás los peores efectos de la pandemia. Pero el éxito político de un socio en la UE depende de ser capaz de realizar reformas y proyectar fiabilidad y, además, promover nuevos consensos europeos.

La pertenencia a la UE hace más transparente y medible todo lo que ocurre en la arena política española. En el espacio europeo común compiten no solo las empresas, sino las instituciones, las normas y las decisiones políticas. La UE debe superar la parálisis política que arrastra desde las dos crisis anteriores y convertir en oportunidad esta nueva amenaza existencial a la integración económica y política. En España la tarea pendiente es reconstruir consensos y reactivar el enorme potencial del país. Mientras nos ponemos a ello, haríamos bien en soplar treinta y cinco velas.

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