El dolor de Auschwitz a través del propio
La exposición de las fotografías de Juan Pedro Revuelta retrata el horror del campo de exterminio alemán y puede visitarse en el Centro Sefarad-Israel hasta el 27 de marzo
Cuenta el periodista francés Philippe Lançon en « El colgajo » (2019), su libro de memorias tras el atentado en Charlie Hebdo , al que sobrevivió a pesar de que una bala le destrozó su mandíbula y le desfiguró el rostro, que el dolor nos empuja a una orilla y dinamita el puente que nos unía con la que hemos dejado atrás, donde también quedan personas y recuerdos. A lo largo de la vida, cada ser humano conoce una experiencia de ese tipo, más o menos grave. El fotógrafo Juan Pedro Revuelta (Madrid, 1967), autor de la exposición «Auschwitz-Birkenau», que se puede visitar en el Centro Sefarad-Israel hasta el 27 de marzo, comprendió que una vivencia personal determinó su forma de acercarse con la cámara al campo de exterminio, liberado por el Ejército Rojo hace 75 años. Descubrió que en las imágenes, donde retrataba las montañas de zapatos de los deportados y superponía el cabello de las víctimas, evocaban un recuerdo de su adolescencia. «Con 13 años -explica a ABC-, viví un accidente de tráfico terrible con mis hermanos, donde hubo fallecidos. Estuvimos dentro de un coche destrozado, unos encima de otros. Mi padre guardaba un recorte del diario Pueblo con una fotografía, donde se veía cómo quedó el vehículo». Su memoria lo archivó todo en blanco y negro, mediante «un mecanismo de defensa del cerebro». Por eso, empleando técnicas antiguas, reveló sus fotografías de Auschwitz en esos colores.
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«Así quedó el zapato de mi tío tras el accidente. Ese fue el nexo. A partir de aquí, mi inconsciente creó todo el trabajo. Lo multiplicó. No sabes que es Auschwitz. Puede ser la montaña de cadáveres de una guerra», confiesa Revuelta a ABC, mientras se detiene ante una de sus fotografías, donde destaca el zapato retorcido de una mujer, una de las víctimas anónimas de un lugar donde se calcula que 1,1 millones de seres humanos perdieron la vida. Con trazos nebulosos, envolventes y opresivos, las imágenes solo desvelan sus formas cuando el espectador se atreve a contemplarlas de cerca. Su indefinición desconcierta a la mente, que se va deslizando por los derroteros de la memoria, donde surgen las pinturas negras de Goya, los rostros deformes de los retratos de Bacon o los recortes de prensa con algunas de las peores matanzas del siglo pasado. «Como hay mucha información en la sombra -señala Revuelta-, tu cerebro se plantea qué es lo importante. Con la estética moderna, parece que quieren guiar al espectador todo el rato, condicionarle para consumir. Cuando alteras los valores y generas dudas, el cerebro reflexiona y se plantea cuál es la realidad, porque no tiene referencias directas». El observador queda aturdido y termina proyectando su propio dolor, que le acerca al de los otros. La empatía solo es posible mediante la introspección, que nace del silencio. «El cerebro busca referencias formales, se termina agotando, entra en una especie de letargo, y entonces aparece el movimiento», resume el fotógrafo.
Una mirada pudorosa
A Revuelta, el deseo de retratar el campo de exterminio le llegó tras ver « Shoah » (1985), el documental del cineasta Claude Lanzmann sobre la Solución Final, una película de varias horas con testimonios de víctimas y testigos del Holocausto. Cuando llegó a Auschwitz I , sintió «una presencia de dolor tremenda», que en Birkenau , donde las alambradas conviven con un hermoso bosque polaco, se convirtió «en un agujero negro, un vacío», que era «la presencia de la ausencia, la ausencia de vida absoluta»: «Lo visité seis días, en 2009», recuerda. Durante años, las imágenes que tomó estuvieron guardadas en un cajón; si las exponía, sentía que se exponía también a sí mismo. «Esta obra es muy personal. La hice después de la muerte de mi madre, por la necesidad que tenía de desahogar el dolor , y solo la mostraba a familiares y amigos. Era una especie de duelo interior. Sentía que, si mostraba algo tan íntimo, perdía una energía potente», argumenta.
El tamaño de las fotografías y el uso de técnicas antiguas en su revelado, además de la elección del blanco y negro, responden a las reservas de Revuelta sobre la exhibición de su intimidad, pero también a un alegato a favor del pudor . Por ser explícita, una imagen -también sirve para la escritura- no nos proporciona una idea mejor del dolor de los demás. Por ser más grande, tampoco: «Al principio, hacía copias muy grandes, murales, pero a mí no me servían. Necesitaba un tamaño para una visión personal». La expresión de la tragedia se realiza mediante un proceso artesanal , resultado de una preocupación moral y estética: «El tono de la mezcla de materiales que he empleado para revelar en la platinotipia , el platino y el paladio, es similar a la ceniza humana». El daguerrotipo , con el que también ha trabajado, causa «que la imagen quede en suspensión, como si fuera un gas». Si pasamos la mano sobre su rostro, la sonrisa de una niña liberada de Auschwitz se desvanece; ocurre lo mismo con la vida, de la que a menudo olvidamos la fragilidad. El colodión húmedo , donde usa «elementos químicos del Zyclon B », el pesticida con el que se regaba las cámaras de la muerte, recuerda la naturaleza química de los asesinatos: «Se realiza con ácido y cianuro potásico. El cianuro se emplea como un fijador, y el ácido, para detener el relevado. Si la placa contiene mucho ácido cuando se introduce en el cianuro, genera la reacción que produce el gas mortal. Trabajé con el veneno en primera persona», admite.
Durante este mes, los actos para conmemorar la liberación de Auschwitz, un campo de exterminio convertido en el símbolo del Holocausto, se han celebrado en todo el mundo. Los supervivientes, que el paso del tiempo dicta que cada vez sean menos, han concedido entrevistas a los medios de comunicación, contando sus vivencias. El valor de la exposición de Revuelta es que nos aproxima a ese recuerdo, al «dolor de Auschwitz, que es infinito», desde la intimidad, mirando dentro de nosotros mismos .