Amy Conet Barrett: la juez católica que no reniega del dogma

La elegida por Donald Trump para ser novena magistrada del Tribunal Supremo de EE.UU. ha sido muy atacada por ser su firme religiosidad

Amy Coney Barrett, durante la audiencia en el Senado para su confirmación como magistrada del Supremo Reuters
David Alandete

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Cuando en 2013 Laura Wolk comenzó sus clases de derecho en la universidad católica de Notre Dame, en Indiana , temió por un momento que no podría acabar sus estudios. Wolk es invidente, y necesitaba un programa informático especial que le leyera los textos de la pantalla y le ayudara a transcribir sus palabras. La burocracia universitaria hizo de las suyas, y el programa no llegaba. Pasaron dos semanas, y para más inri, el ordenador personal de Wolk, habilitado para personas ciegas, se rompió. Desesperada, sin recursos, Wolk fue a contarle su problema a una profesora de derecho constitucional, una mujer afable, que ella pensaba que podría ayudarla. Esa profesora, sentada en su despacho, escuchó, guardó un breve silencio y le respondió en seguida a Wolk: «Laura, a partir de ahora, este problema no es tuyo, es mi problema». Esa mujer era la hoy jueza Amy Coney Barrett , elegida por Donald Trump para ingresar en el poderoso Tribunal Supremo de EE.UU. , a falta de la confirmación del Senado, que comenzó este lunes.

Laura Wolk no sólo logró inmediatamente el material que necesitaba. Ganó una mentora, que la guió en sus tres años de posgrado y, lo que es más, la ayudó a conseguir una codiciada beca de asistente judicial en la Corte Suprema, la primera vez que una persona invidente conseguía esa oportunidad. Según dice Wolk hoy, «la calidad y la compasión que la jueza Barrett me ha mostrado en tantas ocasiones provienen de la misma fuente de fe por la que ahora es tan vilipendiada. La facilidad con la que dona su tiempo y energía para servir a los demás proviene de años de amar al señor con todo su corazón, mente y fuerzas, y amar a su prójimo como a sí misma».

Así es, la religión se ha convertido en el objeto de la mayoría de ataques a esta jueza de trayectoria fulgurante que, durante sus tres años en la magistratura se ha ganado la admiración de muchos compañeros de profesión y de los políticos republicanos, que son quienes controlan la Casa Blanca y el Senado y por tanto tienen la potestad de elevarla al puesto vitalicio de novena jueza del Supremo, donde tendrá una influencia que seguramente dure décadas. En sus años como profesora, Barrett nunca ocultó que se oponía al aborto, y de hecho hace ya mucho tiempo, en 2006, firmó un manifiesto en el que pedía que se ponga final a lo que describió como «legado brutal de Roe v. Wade», que es el nombre judicial del caso de 1973 con el que el Supremo legalizó la interrupción médica del embarazo «hasta que el feto sea viable».

Barrett es católica , y practicante. Vive, según ella misma ha dicho, de acuerdo con su fe, acude cada domingo a misa y da ejemplo de sus posicionamientos en su propia familia, numerosa. Tiene siete hijos. Dos son adoptados de Haití. El menor, de ocho años, tiene síndrome de Down , algo que, si se detecta pronto, es motivo frecuente de aborto en EE.UU. según varios estudios recientes. Es, además, miembro de un grupo conocido como «People of Praise» (Gente de Alabanza), dentro del movimiento carismático, muy arraigado en EE.UU. e influido por varias ramas evangélicas que practican el supuesto don de lenguas, la oración comunitaria y jornadas de sanación. Es un grupo que obra con discreción y al que sus críticos han acusado de obrar cai como una secta, pero que en realidad cuenta entre sus miembros hasta a obispos católicos.

«El dogma vive en usted»

La fe de Barrett, y sobre todo el vivir de acuerdo con ella, parece haber enervado bastante a los demócratas que ya sometieron a la jueza al tercer grado durante las vistas orales de 2017 en las que el Senado decidió sobre su ascenso a la magistratura. La senadora demócrata de California Dianne Feinstein , alarmada por el catolicismo de Barrett y sus profesiones de fe, le dijo: «el dogma habita fuerte dentro de usted». Aquella frase se convirtió en un lema popular entre grupos de votantes conservadores católicos y también protestantes, que la imprimieron en pegatinas, camisetas y tazas, como motivo de orgullo. Finalmente, la jueza Barrett fue confirmada en 2017 con el voto de los republicanos y solo tres demócratas.

Poco importó que durante aquellas vistas orales, como en las de ayer, la jueza dijera abiertamente que no dejaría que su fe, ni sus opiniones personales, influyeran en su forma de interpretar las leyes, que es lo que hace un juez, más en el Supremo. Es cierto que su ascenso a esa corte en lugar de la jueza feminista Ruth Bader Ginsburg altera el equilibrio entre progresistas y conservadores, y es muy probable que, si llega a sus manos, ella vote para restringir total o parcialmente, el aborto. Pero según dijo en la comparecencia que tuvo con el presidente Trump en el Rosal de la Casa Blanca hace una semana, «no asumiría este cargo por el bien de aquellos en mi propio círculo, y ciertamente no por el mío propio. Asumiría este papel para servirles a todos. Cumpliría el juramento judicial, que me exige administrar justicia sin discriminar, aplicar los mismos derechos a pobres y ricos y cumplir fiel e imparcialmente con mis deberes según la Constitución de EE.UU.».

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