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Cumple un año como número tres del PP tratando de defender las medidas del Gobierno de Rajoy desde el partido; y en esta tarea ha trascendido más la descordinación que el acierto
13.02.13 - 13:41 -
Carlos Floriano tiene la manía de tocarse mucho el pelo, y ese tic se multiplica en situaciones de tensión. El lunes pasado, tras el comité de dirección del PP, cuando toda España comentaba los polémicos papeles de Bárcenas, él sustituyó a Dolores de Cospedal en la rueda de prensa. Empezó a hablar perfectamente peinado, pero unos minutos después su cabellera ya estaba desbocada.
El extremeño Carlos Floriano hace meses que se esfuerza en no improvisar, salvo cuando esto es inevitable a preguntas de los periodistas. Entonces frunce el ceño, tuerce la cara. En sus comparecencias, el político cacereño lee todo lo que puede, incluso cuando adopta el registro de mitin ante sus propios compañeros de partido. Pero a estas alturas más que un público entregado parecen examinadores implacables de la promesa que descubrió Rajoy. La próxima semana Floriano cumple un año como número tres del partido más votado de España.
Desahuciado políticamente en Extremadura, se marchó a Madrid y cuando parecía que había llegado a su etapa más dulce con su partido gobernando y él en la cúpula, Floriano, que se pagó la carrera de Derecho en Cáceres dando clases de tenis y así conectó con la clase política, se encuentra solo en la pista con una lanzadera descontrolada que le dispara bolas de diez en diez.
A sus 45 años, él es el encargado de defender desde el PP cada recorte del Gobierno, cada dato negativo de desempleo, cada advertencia europea. Y para colmo, ahora tiene que desdoblarse e intentar neutralizar las acusaciones de corrupción.
Si por él fuera, suspendería este último set. Es lo que pretende anunciando querellas y demandas contra toda persona o medio que asocie a él y a los suyos con el extesorero Bárcenas y sus irregularidades.
En su misión como portavoz del partido la figura de Floriano ha trascendido en estos doce meses por no ir coordinada con las declaraciones del Gobierno. El ejemplo más sonado fue cuando en abril calificó de reflexiones personales unas declaraciones del ministro Luis de Guindos sobre la progresividad en el pago de la Sanidad. En julio insinuó que la crisis finalizaría en 2015, lo que irritó al Ejecutivo. Tampoco resultó muy afortunada su intervención sobre el accidente del Rey en Botswana, pues nunca quedó claro si el Gobierno sabía de aquel viaje o no.
Esta semana Floriano ha puesto sobre la mesa su propia estrategia, la de denunciar a diestro y siniestro. Rajoy, quien realmente manda en el PP, no le ha seguido el paso. No es el único que ha detectado este error del extremeño, que ha basado su discurso en la amenaza.
El experto en comunicación política Luis Arroyo señala que cuando se aborda una comunicación de crisis hay que identificar a un solo enemigo. «Floriano hizo un flaco favor a su partido el lunes, anunciando querellas y denuncias 'contra todos' . Esos 'todos' son 'personas o grupos de personas' que hayan 'atribuido actuaciones irregulares al PP, que las hayan filtrado, o que las hayan publicado'. No tiene sentido. Demasidos enemigos», escribía en su blog.
Quienes tratan con él cada semana afirman que sigue buscando su sitio en Génova, donde los más veteranos le acusan de tibio.
Floriano se siente más cómodo como arpón del PP contra las amenazas que vienen desde la izquierda y el catalanismo. Los tertulianos se refieren a él como el pretoriano del PP, un soldado que solo tiene que luchar y batirse en la arena, pues no arriesga un electorado como Rajoy o la número dos y secretaria general, Dolores de Cospedal, que sí han de compaginar su perfil de dirigentes de un partido con el de gobernantes.
Floriano entró en política a través de Nuevas Generaciones, un cargo que le impedía atender con regularidad a sus alumnos de Derecho en la Universidad de Extremadura, donde es doctor en Derecho y profesor titular de Economía Aplicada del Departamento de Economía Aplicada y Organización de Empresas.
Fue presidente de las bases del PP extremeño entre 1990 y 1995. Después se convirtió en diputado autonómico y en candidato del PP a la Junta. Pero llegados a este punto el recorrido de Floriano en Extremadura se resume como el de sus antecesores Vicente Sánchez Cuadrado y Juan Ignacio Barrero: vapuleado electoralmente, primero por Ibarra en 2003 y en 2007 por Fernández Vara.
En aquella época Floriano ni siquiera consiguió unanimidad en torno a su liderazgo en Extremadura pues tanto Fernando Baselga como Pedro Acedo intentaron, sin éxito, disputarle el cargo. Un año después, en noviembre de 2008, lo relevó José Antonio Monago al frente del PP regional.
Cuando el alcalde de Badajoz, Miguel Celdrán, confesó en 2011 que le había dicho a Carlos que o se iba a Madrid o en Extremadura «no se comía un rosco», no imaginó que, dos años después, el derrotado extremeño acapararía tanta atención en Madrid.
Floriano ya había escalado hasta la secretaría de Comunicación del PP, cargo que ocupó de 2008 a 2012. Se hizo visible como tertuliano ocasional en canales afines a la derecha, después pasó a platós más generalistas y de mayor audiencia y ahora se pone a diario bajo los focos. La diferencia es que desde hace un año ha de medir al milímetro sus palabras. Ya no participa de debates más o menos calientes llenos de provocaciones, ahora sale en los informativos. Es la voz del partido que sustenta al Gobierno.
La sorpresa de Sevilla
Para asombro de quienes lo vieron marchar de Extremadura con rumbo al Senado, esa institución conocida como cementerio de políticos amortizados, Floriano ha emergido y contribuye a dar forma a la actualidad política nacional.
Los analistas lo consideran el suplente de Cospedal en el partido. A decir verdad, la sustituye los fines de semana o cuando a la dirigente manchega no le conviene que un nuevo marrón la desgaste. Lo evidente y contrastado es que desde que se mudó a la capital su ascenso en el partido ha sido fulgurante.
El espaldarazo decisivo le llegó en el congreso nacional del PP en Sevilla, celebrado a mediados de febrero el año pasado. El PP era el partido de moda -había arrasado un año antes en las elecciones municipales y autonómicas y acababa de formar gobierno con mayoría absoluta-. Tocaba reorganizar las filas y renovar los cuadros.
Los barones llevaban meses posicionándose alrededor del líder indiscutible en que se había convertido Mariano Rajoy, con permiso de Esperanza Aguirre. Y por sorpresa éste señaló a Floriano. De paso el presidente descargaba a Cospedal, que empezaba a mandar en Castilla la Mancha.
Es sabido que Carlos Floriano se había hecho amigo del andaluz Javier Arenas años antes y esto le abrió contactos hasta el punto de que, cuando nadie lo esperaba, Rajoy tiró de él. El extremeño fue la única y gran sorpresa del último cónclave popular.
Con él de vicesecretario de Organización relevaba a la ahora ministra de Sanidad Ana Mato. De paso obligaba a dar un paso atrás a Esteban González Pons y Javier Arenas sin que se notara demasiado, pues ambos ostentan las otras dos vicesecretarías, mucho menos decisivas. Pero sobre todo, aupando a Floriano, mucho más joven, Rajoy daba la impresión de renovar su partido y ahogaba delfines que pudieran salpicarle medrando a sus espaldas justo cuando el sucesor de Aznar acababa de llegar, al fin, a la Moncloa.
¿Y cómo lo ven desde Extremadura sus antiguos correligionarios? Aunque Carlos Floriano tendría, en teoría, capacidad para intervenir en el PP extremeño en su condición de secretario de Organización nacional, no lo hace.
De hecho, según fuentes del propio PP, Floriano no está ejerciendo esa función de control del partido, que obliga a conocer en detalle la situación de cada provincia. Esa tarea sigue en manos de veteranos, casi 'funcionarios' del partido, como Juan Carlos Vera.
En el caso de Extremadura ha dejado en manos de Monago toda la responsabilidad y no acude a demasiados actos públicos en la región. No quiere que le acusen de injerencia. Y menos un 'barón' con mando en plaza como Monago. Floriano tampoco cultiva a su gente en la región, no hay un grupo de 'florianistas' en los que se apoye y ni siquiera mantiene la cercanía que un día tuvo con personas como Laureano León, actual presidente de la Diputación de Cáceres. «Las relaciones son correctas, pero no amistosas», señalan quienes conocen a ambos.
En Madrid a nadie se le escapa que entre Monago y Floriano la relación no es demasiado fluida. Hablan de celos del segundo. Lo cierto es que cuando el presidente extremeño necesita algo él mismo elige a Cospedal o al entorno de Rajoy como interlocutores. Tampoco ha habido ningún guiño del partido por boca de Floriano a las propuestas que hace Monago fuera del guión de Génova. La última del gobernante extremeño ha sido la de las listas electorales abiertas o desbloqueadas, que solo ha encontrado apoyo esta semana entre las filas populares por parte de Esperanza Aguirre.
Aunque no gobierne, la tarea de Floriano es múltiple. El presidente de su partido y del Gobierno colocó de número tres a un extremeño desconocido y sin desgaste a ojos de los españoles -habría que hacer la excepción de los extremeños- y le encomendó engrasar cada semana la bisagra de la vieja y la nueva guardia del PP.
Ahora tiene que ganarse el respeto de los suyos y de paso vigilar que Arenas y Cospedal no se tiren de los pelos, un papel tan incómodo como delicado. En aquel congreso de Sevilla llegó arropado por el primero y finalmente tuvo la habilidad de colocarse junto a la segunda, que fue quien lo aupó en la cúpula.
Nadar entre estos dos barones es una misión que requiere un gran esfuerzo, pero seguro que es más apasionante para un Floriano que pasó su vida política buscando titulares a la desesperada para ponerse a la altura mediática de Ibarra sin conseguirlo.
Este reto titánico le obligó a inventar el ecoliberalismo, un concepto que no sale ni en Google. Se le ocurrió cuando, diseñando su última campaña electoral en Extremadura, observó una creciente oposición a un proyecto tan marcadamente socialista como el de la refinería. Y se apuntó a ese movimiento que se oponía a la industria del empresario Alfonso Gallardo sin renunciar al ideario liberal del PP y sosteniendo tomates en sus mítines. De nada le sirvió porque en el entorno donde iba a construirse aquella planta el PSOE apabulló a Floriano y a los alcaldes populares de la zona. Aquello ocurría en 2007.
Por aquel entonces Floriano ya llevaba siete años de senador y estaba a punto de convertirse en diputado nacional, donde se cocina la política, donde se toma contacto con el poder. Y él lo ha hecho de libro. Afronta su segunda legislatura con escaño en Madrid y no es un diputado al uso que pelea por la provincia que lo elige en las elecciones, Cáceres en su caso.
Pero a nadie se le puede olvidar que Floriano es ahora mismo el extremeño con más poder en Madrid. Algún paisano y compañero de escaño reconoce que lo ven poco y no es fácil tomarse con él un café, si acaso coinciden un par de veces al mes. Lo justifican en que «está más atareado que nosotros por su cargo en el partido». Y aseguran que sí intercede por Extremadura desde el hemiciclo «porque tiene acceso más directo al presidente, a los ministros o a los secretarios de Estado». La última vez que lo hizo, recuerdan, fue en favor del alcalde de Moraleja (Cáceres) en relación con una justificación de unas obras del Plan E. Y sus compañeros de grupo no dudan de que estaría dispuesto a pelear todo lo posible por Extremadura, pero entienden que tenga la cabeza en otras cuestiones.
Hace meses que Floriano ha comenzado a calcular minuciosamente sus intervenciones, pero en pocos meses se ha topado con la dificultad añadida de que ni los votantes de su partido son ya un público que asiente a todo lo que dice o hace el PP. Quienes cubren la información política en la capital afirman que cada vez recela más de los periodistas. Todos coinciden en que ha empezado a sentir el vértigo que da el peso que adquieren sus palabras cada vez que abre la boca.
Floriano, el pretoriano de Génova
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