Curas armados, anarquistas y nacionalistas con flores: los magnicidios que trataron de descabezar España
asesinatos de reyes y ministros
El siglo XIX inauguró una serie de guerras civiles, más de veinticinco pronunciamientos, unas cuantas revoluciones sangrientas y cinco magnicidios mortales contra presidentes españoles
A finales del siglo XVIII estalló en Europa una tormenta política sin precedentes llamada Revolución francesa que, por descontado, habría de impactar contra España en algún momento, a pesar de los esfuerzos del Conde de Floridablanca por crear un cordón sanitario frente a ... las ideas antimonárquicas que venían del otro lado de los Pirineos.
En junio de 1790, un pretendiente frustrado de mercedes (radical, se dijo, por ser francés) atentó contra la vida de este ministro de Carlos IV en el bullicioso palacio de Aranjuez al grito de «¡muera este pícaro!». Le propinó dos puñaladas por la espalda con una almarada y hubiera consumado su intento de no haberle derribado un criado. La compasión que despertó el intento de magnicidio entre los españoles le otorgó al murciano una tregua de otros dos años antes de que el Rey lo despachara.
Los Reyes de España no resultaron muertos en esta escalada de violencia, la mayoría a cargo de terroristas anarquistas que creían en la doctrina de la propaganda por el hecho
El intento de magnicidio, que por supuesto no era el primero en la historia de España, marcó el inicio de una forma muy violenta de entender la política. La Guerra de Independencia inauguró siglo y medio de guerras civiles, más de veinticinco pronunciamientos, unas cuantas revoluciones sangrientas y cinco magnicidios exitosos contra presidentes españoles, Juan Prim y Prats, Eduardo Dato, Antonio Cánovas del Castillo, José Canalejas y Luis Carrero Blanco.
Los Reyes de España no resultaron muertos en esta escalada de violencia, la mayoría a cargo de terroristas anarquistas que creían en la doctrina de la propaganda por el hecho, pero, en muchos casos, se salvaron de milagro.
Un sacerdote perturbado
Es el caso de Isabel II, que sobrevivió a varias intentonas. Coincidiendo con su loca aventura extramatrimonial con Francisco Serrano, un periodista hasta entonces pacífico llamado Ángel de la Riba, abrió fuego con una pistola cuando paseaba la Monarca por la Puerta del Sol. Las circunstancias de aquel intento de magnicidio nunca fueron aclaradas. «Me han querido asesinar», dijo la Reina al entrar en su habitación mostrando en su sombrero las huellas de los fogonazos. No hubo heridos, más allá de la prenda chamuscada. Es más, los guardias pensaron que eran niños jugando con petardos.
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Años después, en febrero de 1852, un cura llamado Martín Merino se acercó y se arrodilló ante la Reina cuando se dirigía a la Basílica de Atocha. Parecía que iba a pedirle algo, pero el cura, que aquella misma mañana había celebrado misa, sacó un estilete de unos veinte centímetros de su sucia sotana y se lo clavó en el pecho a Isabel II al grito de «¡toma!». El perturbado, antiguo liberal perseguido por Fernando VII, fue detenido inmediatamente por la Guardia Real y cuatro días después ejecutado a garrote vil, a pesar de que la Reina pidió clemencia. La puñalada apenas causó una leve incisión gracias a que el grueso bordado de oro del manto que lucía la reina y las ballenas del corsé que llevaba bajo su vestido pararon el hierro.
Ni con cambio de dinastía
El transitorio cambio dinástico tampoco salvó a los nuevos de probar esta costumbre local. Durante su breve etapa, el Rey constitucional, austero y moderado Amadeo de Saboya soportó insultos, desplantes y hasta un atentado. En julio de 1872, Rey y Reina regresaban a palacio tras pasear por los jardines del parque del Retiro cuando un coche se les atravesó a la altura de la calle Arenal. La suerte quiso que la Reina sintiera frío y se subiera el chal justo a tiempo de que Amadeo distinguiera a un tirador en la calle. De forma rauda, el monarca se levantó para cubrir a su esposa y evitar que fueran cosidos a tiros. El coche real puso pies en polvorosa para refugiarse en palacio, la última aldea que resistía en pie para los de Saboya. Solo hubo que lamentar la muerte de una de las monturas.
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El gran mérito de Alfonso XII fue anestesiar la turbulenta política española, pero lo hizo a costa de dejar fuera del sistema a ciertas fuerzas políticas que, a falta de altavoz, cogieron las pistolas. El Rey sufriría, como si alguien hubiera colocado una diana en su espalda sin que él lo supiera, dos atentados anarquistas en cuestión de dos años. De ambos se libró de forma milagrosa, perdiéndose «los plomos regicidas en el aire sin causar ningún daño».
El primero ocurrió en octubre de 1878, a la altura del número 93 de la calle Mayor de Madrid, cuando un joven tonelero anarquista catalán sacó una pistola y disparó hasta tres balas contra el Monarca, que iba subido a caballo. Ninguno de aquellos tres tiros alcanzó a Alfonso XII ni a ninguno de los generales que le rodeaban. El segundo atentado se produjo un año y dos meses después, cuando el Rey volvía de los jardínes del Retiro y fue asaltado por un joven gallego llamado Francisco Otero González, que le disparó casi a quemarropa sin llegar a herirle.
Boda sangrienta
Como en tantas otras cosas, Alfonso XIII quiso ir más allá que sus predecesores. También en lo referido a sobrevivir a atentados sin perder nunca sus nervios de hielo. Detrás de su habitual gesto gélido, casi de Rey pasmado, Alfonso demostró su entereza durante una cadena de atentados en pocos años. El más famoso fue el ocurrido el día de su boda, cuando la comitiva nupcial formada por diecinueve carrozas reales, veintidós grandes de España y reyes procedentes de toda Europa pasaba por el número 88 de la calle Mayor. Veintitrés personas, entre guardias y curiosos, murieron y un centenar resultaron heridas a causa de una bomba que un anarquista llamado Mateo Morral, algo miope, lanzó desde una ventana camuflada en un ramo de flores.
La detonación se concentró sobre el lomo de uno de los caballos bayos que tiraban de la carroza real, circunstancia que acrecentó la fuerza de la explosió. Los cristales de la carroza real saltaron por los aires y la metralla de la bomba rompió el Collar de Carlos III que llevaba Alfonso. «No es nada, no es nada», tranquilizó el rey a todos, mientras ayudaba a Victoria Eugenia, que tenía el vestido de novia manchado de sangre, a pasar al coche de respeto entre entrañas de caballos y de humanos. Con mucho aplomo, el recién casado pidió que enviasen mensajes a su madre y a su suegra de que ambos estaban bien y dio instrucciones para que le llevaran «despacio, muy despacio, hacia palacio».
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El rey encabritó su caballo, Alarún, contra el terrorista, cuyo tercer disparo hirió de forma leve al animal
Prácticamente un año antes de la boda roja, Alfonso había vivido de cerca la explosión de otra bomba cuando salía en coche descubierto de una función de gala en la Ópera de París. El español se puso en pie el primero, preguntó si estaba herido al presidente de Francia, Émile Loubet, y trató de tranquilizar a los presentes con una de sus bromas: «Esto no ha sido más que un petardo».
En 1913, un hombre emergió del público a entregar un papel al Rey tras una jura de bandera en Madrid. Al Monarca le gustaba atender aquel las peticiones de gente humilde, de manera que permitió al individuo aproximarse hacia él, pero se trataba de un anarquista catalán que, lo bastante cerca, sacó un revólver y realizó dos disparos sin dar en el blanco. El rey encabritó su caballo, Alarún, contra el terrorista, cuyo tercer disparo hirió de forma leve al animal. Pasados treinta segundos de infarto en los que el catalán fue neutralizado, Alfonso subió de nuevo a su caballo y se marchó entre los aplausos del gentío.
En su visita a Barcelona de mayo de 1925 un grupo de jóvenes catalanistas intentó atentar contra Alfonso. La idea era arrojar una bomba envuelta en flores hacia el coche del monarca, que no abrió la ventanilla donde los magnicidas lo habían planeado. El nacionalista prefirió guardarse el ramo de flores y, para disimular, en vez de matar al bichozno de Felipe V, se puso a gritar «¡viva España!» y «¡viva el rey!» cuando pasaba el automóvil.
ETA contra Juan Carlos I
Durante el reinado de Juan Carlos I, ETA también intentó acabar con su vida varias veces. La ocasión en la que estuvo más cerca fue en 1995, durante su residencia veraniega de Marivent (Mallorca). Según informó Egin tiempo después, un comando liderado por Juan José Rego Vidal, un histórico de la banda terrorista, tuvo dos veces a tiro al Monarca, sin embargo, no se pudo llevar a cabo la acción por complicaciones técnicas. No obstante, Interior siempre aseguró tener controlado al comando desde su llegada a la isla y nunca asumió que Rego tuviera a tiro a Juan Carlos I, como él alardeaba.
Además, años después se supo que el Rey estuvo a punto de sufrir un atentado terrorista el día de las Fuerzas Armadas de 1985, en La Coruña. Un grupo de militares descontento por la postura del Rey e 23-F planeó, usando como referente el asesinato de Carrero Blanco a manos de ETA, colocar explosivos en un túnel bajo la tribuna de autoridades. El atentado fue frustrado por agentes del Centro Nacional de Inteligencia, que descubrieron a tiempo los planes.
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