Andrés Trapiello: «Un comunista en Madrid tenía que temer tanto o más a sus camaradas rojos como a la Policía»
El escritor narra un asesinato a sangre fría cometido por los maquis, a los que la Ley de Memoria Democrática eleva a héroes de la libertad
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Cinco hombres se citaron la noche del 25 de febrero de 1945 para matar a otros dos a los que nunca antes habían visto y de los que nada sabían. Un comando de maquis asaltó pistola en mano el cuartel de Falange en Cuatro Caminos ... con la orden de robar la documentación, hacerse con armas y matar a toda criatura viviente que allí encontraran. Estas resultaron ser un conserje -«falangista odiado por toda la barriada», según unos; hombre sin enemigos, según su viuda- y el secretario de la subdelegación, a los que llevaron al fondo de un pasillo y mataron a tiros.
Andrés Trapiello se encontró hace veinte años una carpeta amarillenta en un puesto de la Cuesta de Moyano que, casualmente, resultó ser el expediente policial por el que fueron condenadas a muerte siete personas implicadas en el crimen. Héroes para unos, asesinos para otros... «El PCE decidió asesinar a sangre fría en una subdelegación de Falange a dos figuras irrelevantes política y militarmente. Cómo debemos considerar a los responsables plantea un dilema, pues tenemos una ley de Memoria Democrática que califica como movimientos por la libertad y la democracia a estos guerrilleros», expone el escritor, que ya contó este desconocido episodio en un libro que ahora amplia, tras descubrir un aluvión de datos, en 'Madrid 1945: la noche de los Cuatro Caminos' (Destino), un ensayo que triplica su tamaño y cuenta otro final.
Traición y espionaje
Si entonces era una balada triste de trompeta, la música que suena con los nuevos descubrimientos es más la de una película de espionaje, donde no todos los implicados fueron ejecutados por el régimen. Una mano misteriosa, procedente de los servicios secretos de EE.UU., abrió la puerta de su celda a cuatro de los detenidos para que se fugaran hasta México. «Ellos confesaron que la persona que les sacó de Madrid pertenecía a la embajada americana y que el avión en el que viajaron a Nueva York era del gobierno americano. Blanco y en botella», sostiene Trapiello.
El escritor ha confirmado que los cuatro maquis trabajaban de manera oficial en una filial cultural de la embajada americana y que se dedicaban, sobre todo, a labores de propaganda. «Eran informantes dentro de las filas comunistas. En concreto informaban a los estadounidenses, que pagaban peor que los ingleses, pero ellos nunca dejaban en la estacada a los suyos», apunta.
Trapiello, que viene de conquistar el panorama literario con su biografía de Madrid, se adentra en un ensayo lleno de sangre, miseria y picaresca sobre la oposición armada al franquismo de la posguerra. Desde allí trata de esbozar por qué la estrategia guerrillera del PCE, apoyada por EE.UU. y Reino Unido, estaba condenada al desastre absoluto.
Los maquis eran en su mayoría antiguos combatientes de la Guerra Civil a los que los líderes del PCE, bien resguardados en México y en la URSS, convencieron de que se podía vencer al franquismo por las armas y de que «Falange era lo mismo que el partido nazi», apunta Trapiello, quien sí aprecia muchos matices entre ambos regímenes, pues «ni Franco es Hitler, ni aquí había campos de exterminio. El franquismo contaba con apoyos que se harían impensables en otro sitio». Esos partidarios dentro y fuera de España fueron los que permitieron coger aire a Franco cuando estaba contra las cuerdas.
El frente guerrillero abierto en España con el apoyo de la URSS y de los Aliados resultó una sangría (solo en 1943, se practicaron 5.700 detenciones de guerrilleros y antifranquistas) y expusó el escaso apoyo social a esta causa en un país desfondado por la guerra. «Realmente creo que los comunistas sabían que no tenían ningún apoyo social más allá de la gente que había pasado por las cárceles, pero tenían la ilusión de que en un momento determinado estallara una revuelta contra el franquismo. Esto era una ingenuidad propia de la militancia de base, es decir, de los que se expusieron a las balas», señala el escritor, que confiesa su admiración por la valentía de esos militantes humildes «que se inmolaban por la causa como como se inmola un yihadista». Sin apenas medios ni armas, los maquis vivían como bandoleros en el campo y como mendigos en las ciudades.
Todo el polvo levantado por el atentado en Cuatro Caminos, que fue contestado por el régimen con una manifestación de 300.000 personas en honor de los fallecidos, marcó el principio del fin del fenómeno maqui, que languideció poco más allá de la Segunda Guerra Mundial. «El franquismo pilló al vuelo lo que podía conseguir del hecho de los Cuatro Caminos. Si bien las acciones comunistas y guerrilleras rara vez aparecían en prensa, esta vez Franco decidió echar toda la carne en el asador. La prensa se volcó con la cobertura de las manifestaciones, lo que el régimen usó para advertir a los Aliados de que España no era como Alemania o Italia», defiende el escritor de una obra con datos tan salvajes como que la Policía de Franco tenía contratado a un boxeador para golpear a los presos cuando los agentes se cansaban o que el PCE pagaba una recompensa económica por cada muerto que lograran sus guerrilleros.
«La Transición la hicieron unos comunistas y unos falangistas que ya no eran los que fueron»
Andrés Trapiello
Cuando salió la primera versión del ensayo, el director de cine José Luis Cuerda quiso hacer una película. Los productores a los que presentó la idea consideraron que la Guerra Civil era un filón agotado y, además, que la historia les parecía «siniestra» por su terrible desenlace. Hoy, España tiene una percepción muy distinta de la contienda, aunque no por ello menos viva: «Veinte años después hemos visto que, lejos de estar agotado, todavía hay una enorme curiosidad por entender lo que sucedió y por contarlo de una manera compleja. Las posiciones no sectarias, esa enorme franja de centro que podíamos llamar la Tercera España, representada por voces como Campoamor o Chaves Nogales, ha ganado espacio en estos años. Eso, a pesar de que los extremos, que han estado disfrutando de su relato durante 80 años, no están dispuestos a ceder ni un centímetro de sus ventajas», considera el autor.
La desmemoria
Lo que también ha sucedido en estos años es el intento de establecer por ley memorias colectivas. Al calor de ese afán por la Memoria Histórica y ahora la Democrática, Manuela Carmena incluyó a los siete condenados en Cuatro Caminos en el memorial del cementerio de la Almudena dedicado a las víctimas del franquismo, una decisión que Trapiello encuentra como poco cuestionable. «De lo que el libro habla es de siete personas que asesinaron a dos inocentes, y resulta que tenemos una ley que asegura que esos asesinos son luchadores por la democracia y la libertad. Esto genera un debate muy complejo, sin respuesta a la vista, sobre si la lucha de los maquis era legítima pero desacertada o, como creen otros, necesaria pero ilegítima», afirma Trapiello, que formó parte de la comisión de Memoria Histórica del Ayuntamiento de Madrid.
El primer obstáculo para homologar a los maquis como mártires de la democracia es que el PCE, controlado desde Moscú, quería servirse de partidos democráticos para conquistar el poder, pero internamente no creía en las democracias liberales. Era un partido estalinista que vivía una guerra dentro de sus filas y que actuaba de manera criminal con muchos militantes por no seguir la línea fijada. «Un comunista en Madrid tenía que tener tanto o más miedo a la Policía como a sus camaradas», recuerda Trapiello, que advierte de que ni la Pasionaria ni Carrillo se retractaron nunca públicamente del daño que causaron dentro de su propio partido.
«La Transición la hicieron unos comunistas que ya no eran los comunistas que fueron y unos falangistas que ya no eran los falangistas que fueron. Eso no hay que olvidarlo nunca. Carrillo jugó un papel determinante en la Transición, pero era un personaje lleno de luces y sombras al que tenemos que agradecer mucho y al que tenemos que reprochar mucho también», apostilla.
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