La verdad sobre la conjura de Venecia, un episodio inventado por los enemigos del Imperio español

Las autoridades venecianas arrestaron a cientos de soldados, que habían entrado en la ciudad de los canales disfrazados de labriegos, y registraron las embajadas de Francia y España, encontrando supuestamente en esta armas y munición

Pedro Téllez-Girón y Velasco, Duque de Osuna, por Bartolomé González y Serrano (1615).
César Cervera

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Los virreyes, alter ego de los monarcas, constituyeron la columna vertebral del sistema español de los siglos XVI y XVII, y permitieron hacer copartícipe a la nobleza española de la empresa «imperial» y evitar que se arruinara por completo a consecuencia de la inflación que se vivía en España. Mecenas, militares, gobernantes y pequeños monarcas embadurnados de opulencia italiana. Juan Fernández de Velasco, en Milán; García de Toledo , en Sicilia; Pedro «El Grande», en Nápoles. En la historia colectiva de éxito del gobierno español en Italia no faltaron dirigentes tan inclasificables como Pedro Téllez-Girón y Velasco , Duque de Osuna, que ejerció como virrey de Sicilia y luego Nápoles durante el reinado de Felipe III.

De un virrey se exigía, sobre todo, que recaudara impuestos y esquivar conflictos con la nobleza local. Crear una flota partiendo de cero, como hizo Pedro Téllez-Girón durante su estancia italiana, y mantener a los corsarios enemigos achantados no entraba en las tareas cotidianas. No desde luego en las deseadas por los desconfiados funcionarios madrileños o por las otras potencias mediterráneas como Venecia y el Imperio otomano.

Guerra fría con Venecia

Tanto en Sicilia como en Nápoles, «El virrey temerario» (apodo que recibió por sus métodos nada ortodoxos) estableció una flota privada para combatir el corso berberisco con las mismas armas que ellos utilizaban. En Nápoles, el virrey llegó a reunir un total de 22 galeras y 20 galeones , que se dedicaban a lanzar acciones piratas contra corsarios y buques mercantes musulmanes. Acciones muy lucrativas en el terreno económico y en el militar, pues una estrategia ofensiva permitía alejar a los corsario de las costas italianas, pero que ganaron al duque un sinfín de enemigos dentro y fuera de España.

A nivel político, Osuna estaba alineado con la facción más belicosa de la Corte. La que había conocido los años de gloria de Felipe II y sabía del daño que la Pax Hispánica estaba haciendo a la reputación del Imperio español. De ahí su actitud hostil desde el principio hacia Saboya, antigua aliada de España, y Venecia, antigua y constante enemiga. Para contrarrestar el apoyo veneciano a los enemigos de España en la zona, Osuna mantuvo con Venecia una guerra fría en el Adriático.

Casi al principio de su etapa en Nápoles, Pedro «El Grande» confiscó una nave mercante veneciana para compensar agravios anteriores, de manera que anunció su intención de atacar a la Serenísima obstruyendo su comercio. Incluso firmada la devolución de varios barcos con este país, el virrey se excusó para no hacerla efectiva. Según una anécdota novelada por el biógrafo Gregorio Leti , Osuna accedió, si acaso, a devolver los barcos vacíos porque las mercancías ya se habían vendido:

—De madera tiene bosques enteros la Señoría —afirmó con tono altivo el comisionado de Venecia.

—En ese caso —contestó el virrey— si los bajeles no le sirven, me quedaré con ellos.

Galeras y otros buques en un puerto italiano. Pintado por Jacob Knyff (1638-1681)

Los galeones y las galeras de Osuna protagonizaron varios encontronazos favorables a los españoles frente a la cada vez más desfasa flota de la Serenísima . La guerra fría se convirtió por momentos en una caliente, pues, que la bandera negra, característica de los barcos particulares del duque, ondeara impunemente en el Adriático, desde hacía siglos un mar propiedad de Venecia, resultaba insoportable para los representantes diplomáticos de este país. Frente a las presiones venecianas, desde Madrid se sucedieron las peticiones para que frenara una guerra no autorizada contra Venecia, que estaba ganando España con gran perjuicio del comercio veneciano y a escaso coste. Así se produjo la anomalía de que las armadas de ambos países siguieran en guerra, mientras los diplomáticos no dejaban de prometerse paz y buenas intenciones . Las dobleces de la geopolítica…

En Madrid no faltaban también los partidarios de continuar con las hostilidades y dar manga ancha a Osuna , que prometía cortar los tentáculos de Venecia y Turquía en el Adriático. El gran duque se defendió con el mejor de los argumentos a las críticas venecianas: «Cuanto más se quejen de vuestros ministros los enemigos del Imperio, es cuando está Vuestra Majestad mejor servido».

La conjura contra el señor de la guerra

Desquiciada por la agresividad del duque, Venecia buscó desprestigiarle por otras vías que no fueran militares y sacar de la ecuación a la facción más belicosa de España, aquella que pudiera comprometer la Paz de Pavía , firmada en 1617. Se le atribuyó al duque ser el organizador sobre el terreno de la Conjuración de Venecia (1618), uno de los episodios más oscuros del siglo XVIII. Junto al gobernador de Milán y al embajador de España en Venecia, Osuna habría pagado a un grupo de mercenarios franceses asentados en la ciudad de los canales para provocar una sublevación.

Retrato de Francisco de Quevedo

Según las versiones venecianas, celosos de las glorias de la República , los tres planearon un golpe de mano en el que un grupo de soldados franceses debían incendiar el arsenal, estallar varios puentes y facilitar el desembarco de la infantería española en la ciudad. Veinte galeras españolas quedarían encargadas de iniciar el desembarco, una vez tomado el puerto. La conjura fracasó porque supuestamente fue descubierta en sus preparativos y los mercenarios franceses acabaron linchados por la muchedumbre, mientras el poeta Francisco de Quevedo , amigo y secretario del Duque de Osuna, se veía obligado a disfrazarse de mendigo para escapar de la ciudad.

O al menos esa es la versión italiana de la historia, difícil de creer y sin pruebas. Las autoridades venecianas arrestaron a cientos de soldados, que habían entrado en la ciudad de los canales disfrazados de labriegos, y registraron las embajadas de Francia y España , encontrando en esta segunda armas y munición para levantar un pequeño ejército. A consecuencia de ello, el embajador español tuvo que huir en un bergantín para salvar la vida frente a la turba, en tanto un muñeco con su cara y otro con la de Osuna fueron apaleados en las calles.

La Serenísima habría aprovechado la limpia para endosarle el muerto al virrey de Nápoles, como se puede apreciar en el hecho de que el Senado de Venecia publicara un bando prohibiendo que se osara hablar o escribir que España había estado involucrada

Sin embargo, varios detalles hacen intuir que la operación fue una purga encubierta de corsarios y mercenarios extranjeros, que llevaban un tiempo causando problemas en Venecia. Los mismos facinerosos y soldados protestantes que habían convocado para luchar contra la flota de Osuna. La Serenísima habría aprovechado la limpia para endosarle el muerto al virrey de Nápoles , como se puede apreciar en el hecho de que el Senado de Venecia publicara al momento un bando prohibiendo que se osara hablar o escribir que España había estado involucrada. Una cosa era dejar que se extendieran las murmuraciones y otra, muy distinta, acusar de una falsedad así a la Corte madrileña.

A ello se suma que ninguna de las supuestas cabezas del plan fue reprendida por su fracaso y que no haya constancia de movilización de tropas en esas fechas. Así las cosas, el plan era burdo y carecía de sentido en un momento en el que Osuna mantenía asfixiado el comercio veneciano. No se distingue su firma por ninguna parte.

Caída en desgracia

En 1619 se ordenó a Osuna regresar a Madrid a dar cuenta de sus supuestos desmanes en Nápoles, cuya nobleza tampoco estaba nada contenta con sus métodos. Tras demorar su salida todo lo posible, y algo más, pues incluso se negó a reconocer la autoridad de un virrey interino; Osuna arribó en España un año después. En contra de lo que esperaban sus enemigos, la caída en desgracia de su protector, el duque de Lerma, no afectó en un principio a Osuna, porque fue el propio Uceda (ten hijos y te sacarán los ojos) el que la orquestó y quien se hizo cargo de un Corte en ebullición. El embajador de Venecia se sorprendió de que «el duque, que salió de Nápoles como hombre al que todos creían perdido, parece haber hechizado a Madrid , en donde es ahora más grande que nunca».

Vista de la entrada al Arsenal por Canaletto, 1732.

Mientras zanjaba el asunto en la Corte, la súbita muerte de Felipe III perturbó todos los planes del antiguo virrey. Los representantes del nuevo rey pretendieron una limpia entre los elementos más insolentes del anterior reinado como escarmiento hacia los más notorios. Una política de pulcritud que iba a quedarse en amago, pero que colocó al duque en el punto cero de la explosión. Solo un mes después de la muerte del rey fue encarcelado y acusado de corrupción, parcialidad en la justicia, venalidad, aceptación de sobornos y otros tantos delitos.

Sus últimos años de vida fueron una lastimosa peregrinación por distintas prisiones españolas en las que mostraba cada día mayores quebrantos físicos. Gotoso, enfermo de cuerpo y mente (sus olvidos hacen intuir alguna enfermedad degenerativa), Osuna se acogió a la oración como si fuera el Don Juan hecho carne y hueso o, tal vez, una versión grotesca del mito.

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