Restos humanos y un misterioso incendio: el pasado que esconde el Congreso de los Diputados

La parcela donde hoy se encuentran las Cortes, en la Carrera de San Jerónimo, ha tenido varias vidas y ha ocultado durante décadas en sus sótanos algunos secretos que tardaron siglos en salir a la luz

Grabado del Congreso de los Diputados, poco después de su inauguración el 31 de octubre de 1850, y una imagen de las obras en el sotano de 2009 ABC / Daniel G. López

Israel Viana

Más allá de los disparos del 23-F todavía visibles en el techo, la parcela y el edificio del Congreso de los Diputados donde se han votado las últimas prórrogas del estado de alarma, así como las medidas para intentar paliar los efectos del coronavirus y otras tantas crisis desde 1850, esconde algunos secretos desconocidos por la mayoría de los españoles. Sobre todo, en lo referente a las diferentes vidas que ha tenido su solar a lo largo de la historia.

Uno de los hallazgos más «macabros», tal y como lo calificaron inicialmente algunos medios de comunicación, se produjo hace 11 años. En concreto, durante unas obras de saneamiento y rehabilitación de su sótano, en las que se encontraron una serie de restos humanos. Cuenta Ketty Garat en «Bajo las alfombras del Congreso» (Planeta, 2012) que los responsables de la Cámara trataron de llevar el descubrimiento con total discreción. ¿Y si los muertos eran de época reciente? «El rumor, sin embargo, corrió entre la prensa y la alarma hizo que el secreto dejara de serlo», añadía.

Las excavaciones se paralizaron rápidamente y los huesos fueron retirados para su análisis. En cuanto se supo la noticia, algunos políticos, como el presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, asegura Garat, especularon con el espíritu de Sor Maravillas, aquella santa perseguida durante la Guerra Civil a la que los diputados de izquierda negaron el reconocimiento de contar con una placa en la misma Carrera de San Jerónimo.

La Cámara Baja envió la información disponible al forense y al órgano judicial competente para examinar los huesos, así como una gran tinaja sobre cuya utilidad se produjeron muchas especulaciones. En dichos subterráneos se descubrió también un curioso entramado de galerías desconocidas hasta ese momento. Pero lo más importante es que se confirmó, tras los análisis pertinentes, que los tres cráneos y los huesos correspondientes a tres adultos hallados procedían del cementerio que había en aquel mismo solar cuando, en el siglo XVI, lo ocupaba el convento del Espíritu Santo .

Caballero de Gracia

La vida de este edificio anterior había tenido tuvo un final trágico e igual de misterioso pocas décadas antes. Este tenía su origen en el siglo XVI, cuando el sacerdote Jacobo de Grattis, más conocido como el Caballero de Gracia , legó una serie de bienes para que pudieran levantarse en Madrid varios hospitales, colegios y fundaciones religiosas. Uno de estos bienes fue la parcela de la Carrera de San Jerónimo donde actualmente se ubica el Congreso de los Diputados.

Allí se levantó, el 20 de enero de 1599, el convento de Padres Clérigos Menores que había sido fundado cinco años antes por el beato Francisco Caracciolo y el padre José Imperato. Según recoge un estudio del departamento de Investigaciones Históricas de la Universidad Autónoma, su primera localización había sido una casa cedida por el Caballero de Gracia en la calle que hoy lleva su nombre en Madrid. Sin embargo, por diversos problemas legales, o quizá por desavenencias con Grattis, la comunidad se trasladó, bajo el amparo de la marquesa del Valle, a unas viviendas ubicadas en la misma Carrera de San Jerónimo que la propia dama había comprado.

En la arquitectura del nuevo convento del Espíritu Santo solo destacaba la iglesia, que estaba levantada sobre planta de cruz latina y contaba con crucero y una cúpula sobre pechinas. Estaba decorada con pinturas de Luis Velázquez, el mismo que decoró la fachada de la Casa de la Panadería, en la Plaza Mayor. La portada del templo constaba de un cuerpo central -con un medallón de mármol que representaba a Cristo resucitado- flanqueado por dos torreones.

El incendio

Con el paso del tiempo, el edificio sufrió muchas vicisitudes, hasta que no pudo resistir el feroz incendio que lo arrasó por completo en 1823 y que pasó a las crónicas de la Villa con cierto halo de misterio. Muchos pensaron que fue un hecho premeditado, ya que, al parecer, cuando se declaró el fuego, en el interior se encontraba el duque de Angulema, el militar francés que al frente de los Cien mil hijos de San Luis había acabado con el Trienio Liberal, y que apunto estuvo de morir dentro.

«El Restaurador» fue de los pocos periódicos en contar lo sucedido. Lo hizo en su edición del 23 de marzo de aquel año, aunque aportando tan solo especulaciones: «Un incendio devoró ayer la iglesia y el convento del Espíritu Santo. Pero, ¿quién ha sido el autor? La casualidad y los efectos naturales, como dicen los preciados liberales. O la maldad de estos mismos, que predicando moderación e implorando clemencia, viven mezclados entre nosotros y preparando sangre, destrozos y muerte. Son ellos los que han encendido el fuego, dicen los serviles. Lo oímos ayer públicamente, en los desahogos que se percibían entre la indignación, la compasión y el pasmo de los espectadores más realistas».

Más adelante, esta publicación se hacía las siguientes preguntas: «¿Por qué de los siete días cuenta la semana se produjo casualmente el domingo? Hay millares de casas en Madrid y se incendió un convento por casualidad. Son muchos los conventos e iglesias y el fuego fue a parar, también por casualidad, a donde oye misa el serenísimo duque de Angulema. El día tiene 24 horas y el incendio se produce justamente a la hora en la que el duque cumple con este religioso deber, antes de que salieran del templo los concurrentes. ¿Y todo por casualidad? Generalmente empiezan los incendios por algún descuido en las caballerizas porque cae alguna chispa, porque la criada deja prender la estopa en la cámara o porque los muchachos hacen alguna diablura mientras juegan. Pero en nuestro caso, nada de eso, solo la casualidad».

Nunca se han esclarecido del todo las causas del incendio, aunque el convento quedó completamente destrozado. Aún se mantuvieron las ruinas del edificio sobre el solar durante más de una década, hasta que la Reina Regente María Cristina, en 1834, ordenó que se habilitara la iglesia del convento para acoger el Salón del Estamento de Procuradores. Los planos nuevos modificaron por completo las trazas originales de la fachada, hasta que los progresistas firmaron su «sentencia de muerte» del tres años después. Afirmaban que el viejo inmueble, con más de tres siglos a sus espaldas, no era el adecuado para acoger a la cámara popular. Así, las Cortes Constituyentes de 1837 decidieron construir uno nuevo sobre el mismo terreno.

La inauguración del nuevo Congreso

La demolición comenzó el 21 de marzo de 1842 y, el 20 de octubre de 1843, la Reina Isabel II ponía la primera piedra del nuevo palacio del Congreso de los Diputados según el diseño del arquitecto Narciso Pascual y Colomer. El edificio fue inaugurado el 31 de octubre de 1850, tras siete años de obras. «La planta sótano contaba con depósitos de agua, pozos y enganches a la red de saneamiento, así como con un sofisticado sistema de caloríferos con tomas de aire que aseguraban el calor a través de rejillas y bocas a varios lugares del edificio. Muy especialmente, a los escaños de los diputados, montados escalonadamente sobre unas bóvedas anulares por las que circulaba el aire caliente a modo de hipocausto romano. Otro sistema de chimeneas y conductos aseguraba la ventilación del gran salón en la época calurosa», describía hace no mucho el historiador y arquitectura español Pedro Navascués.

No parecía opinar igual Benito Pérez Galdós , que en sus «Episodios Nacionales» aseguraba «que Pascual y Colomer tuvo la habilidad de hacer un edificio sin luz y sin ventilación y en las más deplorables condiciones. Lo más notable que hay en él son las pinturas, debidas al pincel de Carlos Luis de Ribera, que hizo una obra verdaderamente maestra en su género [...]. El actual Palacio del Congreso, además, en su corta vida ha sido bombardeado una vez en 1854 e invadido por las turbas en abril de 1873 y por las tropas, en enero de 1874».

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