El oscuro pasado de la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores: una cárcel de lujo para asesinos y corruptos

A lo largo de los siglos, los reos caminaron desde este edificio hasta la Plaza Mayor para ser ejecutados mediante la horca, en garrote vil o en la hoguera en presencia de cientos de madrileños. Entre sus presos más famosos se encuentran Lope de Vega, el bandido Luis Candelas o el general Riego, además de algunos concejales

Grabado de la ejecución de Luis Cándelas, que estuvo preso en la Cárcel de Corte, sobre una imagen de la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores ABC

Israel Viana

En su «Manual de Madrid. Descripción de la Corte y de la Villa» (1831), el escritor Mesonero Romanos aseguraba que el edificio que hoy alberga el Ministerio de Asuntos Exteriores, en la pequeña plaza de la Provincia, es «uno de los mejores de Madrid». Esto se debe a que, según el cronista, contaba con «una de las fachadas más bonitas de la capital». Se detenía después en sus columnas de diferentes órdenes, en sus torres, en su frontispicio y en «su magnífica escalera», para añadir al final un detalle desconocido para muchos de los que pasean estos días por los alrededores de la Plaza Mayor: «En el bajo están las prisiones».

Ministerio de Asuntos Exteriores, en 2015 J. R. Ladra

Si no se ha fijado, también se advierte de este oscuro pasado en la inscripción que hay en una de las puertas que cada día atraviesa la ministra socialista Arancha González Laya : «Reinando su majestad Felipe IV, año de 1634, con acuerdo del Consejo, se fabricó esta cárcel de Corte para seguridad y comodidad de los presos». La última morada de muchos de los condenados a muerte que, llegada su hora, tendría que recorrer a pie o en carreta los escasos metros que separan al actual Ministerio de la que antaño era la plaza de las ejecuciones, la famosa Plaza Mayor, donde los madrileños acudían en masa para ver el «espectáculo» de la horca, el garrote vil o la hoguera.

Pero, ¿cómo se convirtió este emblemático edificio en uno de los más siniestros y a la vez modélicos de Madrid durante los siglos XVII y XVIII? Todo comenzó en 1543, después de que un centenar de vecinos protestara por la costumbre de las autoridades de requisar sus viviendas para encerrar a los delincuentes. En estas estuvo recluido, por ejemplo, Lope de Vega , en 1588, tras ser juzgado por denunciar en su comedia «Belardo furioso» el matrimonio de su amada, Elena Osorio, con un noble. Pero para evitar que el descontento desembocara en una gran revuelta social, el Ayuntamiento compró y acondicionó varias de estas casas situadas en la plaza de Santa Cruz, para convertirlas en una cárcel en condiciones. Una centro «seguro» y «cómodo», como lo calificaba Mesonero Romanos, en el que privar de libertad a los criminales y corruptos más peligrosos de la Corte.

La primera piedra

Sin embargo, pronto resultó pequeño y ruinoso, por lo que fue sustituido por dos casonas reformadas que había en la vecina calle del Salvador durante el reinado de Felipe IV. En ese espacio se colocó la primera piedra el 14 de septiembre de 1629, en una ceremonia a la que, según algunas fuentes, asistió el Rey de España junto a los cinco alcaldes que formaban la «Sala» y sus colegas del Consejo de Castilla. Otras fuentes, sin embargo, aseguran que fue presidida por el cardenal obispo de Málaga y presidente del Consejo de Castilla, Gabriel de Trejo. ​

Sea como fuere, se construyó con el dinero recaudado por el Ayuntamiento a través de una sisa o impuesto establecido sobre el consumo de vino. El resultado fue un edificio emblemático diseñado con el estilo de los Austrias por el arquitecto Juan Gómez de Mora, el mismo que se encargó de la Casa de la Villa (Ayuntamiento de Madrid desde el siglo XVII hasta 2007). Y allí, entre las mil paredes del Palacio de Santa Cruz, se garantizó desde entonces la custodia y la salud de los presos, dando a la vez prestigio a la administración de Justicia.

En esa época hubo en Madrid dos cárceles comunes: la Cárcel de Corte y la Cárcel de la Villa. La diferencia entre ambas dependía de los delitos que hubiera cometido cada reo. Los acusados de homicidio, robo y estafa, por ejemplo, eran juzgados por las instituciones de la Corona y destinados a la primera, mientras que aquellos que hubieran atentado contra el Ayuntamiento de Madrid iban a la segundo. Por ejemplo, si han estafado al Repeso –la institución encargada de vigilar los mercados de alimentos en la ciudad–, al Fiel Contraste o actuado contra cualquiera de los arbitrios municipales.

Grabado del Palacio de Santa Cruz ABC

La cárcel modelo

No hay que olvidar que, a pesar de ello, la cárcel de Corte fue un modelo para su época. Una especie de estancia de lujo para quienes había delinquido, puesto que sus celdas contaban con suficiente luz y ventilación, a diferencia de la mayoría en aquella época, y estaban ocupadas por reclusos clasificados según su sexo, su tipo de pena y su grado de peligrosidad. Había también un patio amplio en la parte trasera para que los condenados pudieran pasear y varios lugares elevados para que los vigilantes no perdieran detalle de lo que estos hacían. Y albergaba, además, grandes salas para los tribunales, los escribanos y el archivo, así como una vivienda digna para el verdugo en calle contigua de Santo Tomás.

Con el tiempo, esta cárcel también se quedó pequeña y, en 1786, durante el reinado de Carlos III, el Consistorio negoció con los frailes del convento del Salvador, situado en la parte trasera, el cambio de su edificio por el del Noviciado de los jesuitas en la calle San Bernardo. Estos último habían sido expulsados de España y las autoridades municipales no perdieron el tiempo. Sin embargo, durante las obras de adaptación del convento, esta parte del edificio sufrió un dramático incendio que duró cinco días y que destruyó parte de la planta superior y su archivo. Tuvo que ser reconstruido por el arquitecto Juan de Villanueva, que mantuvo el mismo estilo e introdujo algunas mejoras.

Uno de los episodios más curiosos de la Cárcel de Corte se produjo el 2 de mayo de 1808, durante el levantamiento contra los invasores franceses en el comienzo de la Guerra de la Independencia . La recogía en 2007 Arturo Pérez Reverte en su blog , que lo calificaba de «rigurosamente verídico, aunque parezca un esperpento propio de una película de Berlanga». Se refería a la carta escrita esa misma mañana por uno de los presos, mientras en el exterior la caballería gala cargaba contra los madrileños, que se defendían armados con navajas en la puerta del Sol y la puerta de Toledo. «Habiendo advertido el desorden que se nota en el pueblo –anotaba este– y que por los balcones se arroja armas y municiones para la defensa de la Patria y del Rey, suplico, bajo juramento de volver a prisión con mis compañeros, que se nos ponga en libertad para ir a exponer nuestra vida contra los extranjeros».

El carcelero le hizo llegar la solicitud al director de la cárcel, quien, en vista del panorama, les dio permiso para salir armados con sus hierros y sus palos a continuar la lucha contra el invasor. Según los datos del autor de «El capitán Alatriste», 38 de los 94 reclusos prefirieron quedarse en sus celdas, pero el resto salió para unirse a la turba de madrileños. Lo más sorprendentemente es que tan solo uno de los supervivientes faltó a su palabra de volver a prisión para continuar cumpliendo su condena.

Luis Candelas

Una vez finalizada la Guerra de la Independencia y las obras en el convento del Salvador, los reclusos ocuparon en el nuevo anexo y el edificio original se destinó a palacio de justicia. Por esa época la prisión acogió a otro de sus famosos visitantes: Luis Candelas , el bandido más famoso de Madrid, que fue apresado en 1837. A este se sumaron otros como el político liberal Salustiano Olózaga, que ingresó poco después del mítico bandolero. También el general Riego , que obligó a Fernando VII a jurar la Constitución en 1820, así como el militar y concejal madrileño Pablo Iglesias González , capitán de la Milicia Nacional en la sublevación de la Guardia Real de 1822 contra el Gobierno.

En 1846, amenazado de ruina, los presos fueron trasladados desde el antiguo convento hasta otras cárceles provisionales, por lo que este dejó de tener su función de prisión. El edificio fue subastado y derruido para volver a levantar viviendas en su lugar. Así permanecieron hasta que, en 1941, fueron expropiadas de nuevo para construir la parte nueva del Palacio de Santa Cruz, en la parte trasera del edifico original. El encargado fue el arquitecto Pedro Muguruza , que respetó de nuevo el estilo de los Austrias y añadió las dos torres a las que se refería Mesonero Romanos.

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