La poderosa herencia española de Cerdeña: cuatro siglos de historia compartida
La presencia española dejó un profundo legado cultural en la isla. Muchísimas palabras adoptadas del castellano o con ligeras modificaciones se conservan todavía en los dialectos sardos, sin contar los pueblos en que se habla directamente catalán
Aragoneses y franceses se disputaron las partes de Italia a lo largo de la Baja Edad Media y el Renacimiento como si todo fuera una partida de cartas amañada para ellos. Todo el monte es orégano... Cerdeña, Milán, Sicilia, Nápoles y Florencia fueron las cartas más manoseadas en un pulso que sacudió sin excepción a la algarabía de ciudades estado que conformaban la Península y sus islas.
En 1282, los sicilianos se rebelaron contra el Rey francés, Carlos de Anjou, que el Papa Inocencio III les había impuesto como soberano de la isla. Pedro III de Aragón aprovechó la coyuntura histórica para conquistar Sicilia con la ayuda de los almogávares, mercenarios de élite encabezados durante esta campaña por Roger de Flor. Aquella entrada aragonesa en Italia solo fue el comienzo para que la Corona se internara también en las arenas movedizas de Cerdeña.
Dominada por bizantinos (cristianos ortodoxos) y luego sarracenos, la isla de Cerdeña fue objetivo religioso del Papa durante toda la Baja Edad Media en un intento por acercar a Roma a este territorio del Mediterráneo occidental. A solicitud del Papa, Pisa y Génova expulsaron a los musulmanes de la isla, pero tras la salida de los sarracenos iniciaron una dura batalla para hacerse con la isla y reducir su gobierno autónomo a la mínima expresión . Los Papas mantuvieron siempre viva la confrontación pisano-genovesa, cuidándose mucho de que ninguna de las dos partes lograran la victoria completa.
La idea del Papa era que el aragonés renunciara a Sicilia a cambio de Cerdeña, pero el Monarca quería las dos islas
El Reino de Arborea , el más fuerte y mejor organizado, logró salvaguardar su independencia a costa de apoyarse en otras fuerzas extranjeras. En 1323, este reino se alió con Jaime II de Aragón en una campaña militar contra Pisa y Génova que terminó implicando a los franceses. El Papa Bonifacio VIII había creado el 4 de abril de 1297 el Reino de Cerdeña y de Córcega (esta isla nunca sería tomada, a pesar de los planes previstos por los aragoneses) con el fin de pacificar los conflictos de Sicilia entre la Corona de Aragón y la Casa de Anjou. Su idea era que el aragonés renunciara a Sicilia a cambio de Cerdeña, pero el Monarca quería las dos islas.
De la dominación al respeto
Libres de las interferencias francesas, las fuerzas aragonesas expulsaron definitivamente a los pisanos, aunque la isla permaneció en constante estado de insurrección con los aragoneses dominando solo pequeñas partes del país. En esta primera fase, los nobles españoles se mostraron esquivos y dominadores, dividiendo las poblaciones bajo su control en barrios reservados para ellos y otros, más periféricos, para los sardos. «Los españoles impusieron su lengua, su mentalidad y costumbres, no teniendo para nada en cuenta las de los insulares», defiende Guido Mancini Giancarlo en 'Civilización de Cerdeña bajo la dominación de Aragón y de Castilla' para justificar la pervivencia de núcleos rebeldes al poder aragonés durante un siglo.
La estrategia de dominación dio paso a un mayor respeto a las tradiciones locales y a una integración plena en la Corona de Aragón. Arborea sería sometida tras muchos esfuerzos por las tropas de Martín I de Aragón , que expulsó a genoveses y demás enemigos para conformar un poder efectivo sobre Cerdeña, que pasó a tener un estatus especial dentro de la Corona aragonesa con sus propias cortes e independencia.
Los Reyes Católicos reorganizaron esta administración y dotaron de grandes poderes a la figura del virrey, representante del Rey Fernando. Las ambiciones reales despertaron distintas rebeliones por parte de la nobleza díscola, pero sentaron las bases para dos siglos de relativa paz.
Mientras los Reyes Católicos reforzaron el poder real en la isla, los catalanes jugaron un papel crucial para estrechar los lazos comerciales con Cerdeña. Como explica Francesco Manconi en su obra ‘Cerdeña: Un reino de la Corona de Aragón bajo los Austria’, «las desgracias económicas de Barcelona decidieron la fortuna de ciudades como Cáller y Alguer, que ven crecer su economía gracias a una fuerte inmigración de mercaderes y de artesanos que huyen del desastre de la guerra civil en Cataluña». En este sentido, los Habsburgo procuraron siempre que los funcionarios y cargos virreinales procedieran de las filas de la nobleza catalana y valenciana en un guiño a los fuertes vínculos históricos.
El legado cultural
Con la llegada de Colón a América, el comercio en el Mediterráneo declinó en favor del Atlántico, lo que provocó en Cerdeña una larga crisis. A un sistema de herencia feudal que mantenía anquilosados los estamentos sociales se sumaron una serie de epidemias de peste, cólera y malaria que disminuyeron de manera importante la población en el siglo XVII. A pesar de estos problemas económicos, la dominación española transcurrió tranquilamente en medio de un régimen de vida muy simple y casi patriarcal. La mayor perturbación, en 1600, fue la originada por la conjuración contra el virrey Marqués de Camarassa , donde además de cuestiones políticas confluyeron intrigas amorosas.
La presencia española dejó un profundo legado cultural en la isla. Muchísimas palabras adoptadas del castellano o con ligeras modificaciones se conservan todavía en los dialectos sardos, sin contar los pueblos en que se habla directamente catalán. Es el caso de Algher, donde se emplea un dialecto medieval del catalán y las calles y restaurantes están rotulados en este idioma, a pesar de que Mussolini intentó borrar cualquier huella. El dictador fascista prohibió que se hablará catalán y obligó a que todo el mundo hablara italiano. El alguerés se salvó porque Gabriele D’Annunzio , militar e intelectual próximo a Il Duce, se enamoró de la isla e intercedió ante Mussolini para que conservara sus peculiaridades dialécticas y culturales.
Felipe II puso mucho empeño en la promoción de la cultural en Cerdeña, lo que incluyó una escuela gratuita de gramática latina, un jardín de plantas medicinales, la emisión de becas para los sardos que quisieran estudiar en la Península itálica a cambio de servir en su ejército y la fundación de la Universidad de Cáller, y más tarde la de Sácer, guiada por los jesuitas españoles. Muchos estudiantes sardos solían completar su formación viajando luego a España
En la isla caló un estilo arquitectónico propio, deudor del gótico aragonés y de otras influencias españolas. Este estilo es muy palpable, sobre todo, en la región de Sassari, en el casco viejo de Alguer y en particular en el patio de la Iglesia de Santo Domingo en Ciller. Por su parte, el barroco español dejó su poso en la catedral de Cagliari, en cuya cripta reposa todo un rey hispano, Martín el Joven que murió de paludismo. Las iglesias de San Francesco di Iglesias , San Giorgio di Perfugas y la Catedral de Ales son otros ejemplos del paso español.
La herencia española se puede sentir también en las fiestas populares relacionadas con los caballos, que fueron introducidas por los soldados españoles, muy semejantes a las que se celebran en Menorca. La más curiosa de esas cabalgatas es La Sartiglia , que se celebra en Oristano durante el carnaval. Los jinetes enmascarados deben ensartar al galope una estrella de hierro, introduciendo sus espadas en un pequeño orificio. Además, los festejos taurinos, como ocurre en las novilladas de Barumini , se anuncian con carteles escritos en castellano y los becerros se traen en barco desde España.
También el escudo de la isla, adoptado a finales del siglo XV, tiene un claro origen español: la Cruz de San Jorge, cantonada de cabezas de sarracenos, en representación originalmente del Rey Pedro III de Aragón (en su bula de plomo, y posteriormente en las de los siguientes Reyes aragoneses).
El final de una era
Más allá de la concesión papal de Cerdeña y el control de Sicilia, el aragonés Alfonso ‘El Magnánimo’ tomó en 1443 el Reino de Nápoles, aunque lo consideró una posesión personal y lo legó a su muerte a su hijo bastardo Ferrante. El litigio por decidir al fallecimiento de este último quién debía seguir al frente de Nápoles, que de facto pertenecía a Aragón, causó un conflicto entre los Reyes Católicos y Francia, donde el Gran Capitán resolvió en favor español con la ayuda de tropas castellanas. A Cerdeña, Sicilia y Nápoles se unió también al proyecto español el Ducado de Milán, que Carlos V se disputó con Francisco I de Francia , así como un gran número de territorios satélites de la Monarquía católica, lo que incluyó Génova, Florencia, Saboya o Mantua.
La España Habsburgo mantuvo sin grandes esfuerzos bélicos el control sobre sus virreinatos durante el siglo XVII. «La fidelidad a España la demostraron participando en todas las campañas que hicieron los Reyes en Italia y en Flandes y señalándose siempre por su esmerado valor. Toda la Isla [por Cerdeña] estaba, más recientemente que ahora, dividida por las rivalidades entre Cáller y Sácer, y en el siglo XVII no encontramos, otras luchas o guerras», considera Mancini Giancarlo. Sin embargo, con el cambio de dinastía se alejaron de la Monarquía católica en otra muestra de lealtad a los Habsburgo, aunque en este caso a la rama vienesa.
Hacerse con Nápoles, Sicilia y Cerdeña se convirtió en una obsesión para los Borbones españoles tras lo dispuesto en el Tratado de Utrech. En 1708 las fuerzas austríacas ocuparon Cerdeña apoyadas por buques de guerra ingleses, a lo que siguió un período de intensa actividad política y militar, en el que la isla pasó varias veces de austríacos a españoles antes de acabar finalmente en manos del Ducado de Saboya.
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