La Palma
Patton: cuando el general más desquiciado de la IIGM bombardeó un volcán para detener los ríos de lava
En 1935, el entonces teniente coronel ordenó que se arrojasen medio centenar de proyectiles sobre el Maunaloa con el objetivo de que las rocas incandescentes que proyectaba no llegasen al puerto de Hilo
El presidente de La Gomera propuso bombardear el volcán de La Palma para encauzar la lava; el plan se repitió hasta en dos ocasiones durante la Segunda Guerra Mundial
La noticia saltó el miércoles a los medios de comunicación. El presidente del Cabildo de La Gomera , Casimiro Curbelo, propuso desviar las coladas de lava arrojando explosivos desde aviones militares sobre el volcán de La Palma . El objetivo: evitar que los ríos de desechos al rojo vivo calcinen las viviendas de los pueblos cercanos. ¿Genialidad? Es difícil saberlo, pero lo que sí es seguro es que existen dos precedentes históricos. El más famoso de ellos, un plan similar orquestado por el mitificado George Patton –popular por haber liderado a las unidades mecanizadas norteamericanas en su carrera a Berlín durante la Segunda Guerra Mundial – para bombardear el volcán Maunaloa, ubicado en Hawái.
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Corría entonces 1935. A Estados Unidos todavía le faltaba más de un lustro para entrar en la Segunda Guerra Mundial y arribar hasta el viejo continente cuando ocurrió la desgracia: a finales de noviembre los temblores se generalizaron en Hawái y uno de los volcanes más famosos de la región, el Maunaloa , hizo erupción.
ABC dejó constancia de la peligrosa noticia en sus páginas interiores apenas dos días después: «Se ha registrado en las islas un violento terremoto acompañado de un enorme oleaje en el litoral, donde los daños son considerables. Varias horas después del terremoto, el volcán Maunaloa ha entrado en erupción , como había anunciado el director del Observatorio local. El resplandor rojo de la lava es visible a gran distancia ».
El Servicio de Parques Naturales de los Estados Unidos confirma en sus archivos que, a lo largo de las horas siguientes, se abrió un nuevo respiradero en la cara norte de la montaña. Después, la lava comenzó a deslizarse hacia los pueblos ubicados en las cercanías. La situación se presentaba mucho más catastrófica que el último estallido, acaecido en 1933. La piedra hirviendo provocó el caos al moverse a una velocidad de 1,6 kilómetros por hora y la población temía que el magma terminase por arribar hasta el río que suministraba agua a la región. El desastre completo se avecinaba.
Bombas sobre el volcán
La desesperación fue tal que el Gobierno presionó al doctor Thomas A. Jaggar, fundador del Observatorio de Volcanes de Hawái , para que solucionara la eventualidad de alguna manera. Y la idea que tuvo fue, cuanto menos, curiosa. El experto solicitó al entonces teniente coronel George S. Patton –a la postre uno de los generales más destacados de la Segunda Guerra Mundial – y a las Fuerzas Aéreas que llevaran a cabo una operación de bombardeo. El objetivo: soltar su letal carga en una de las laderas del volcán para desviar las corrientes de lava. Lo curioso –más todavía, en efecto– es que no era la primera vez que se planteaba esta idea, sino que ya había sido barruntada en 1880, aunque con artillería.
La idea se llevó a cabo el 27 de diciembre de ese mismo año, como bien desveló poco después la revista ‘Life’ : «De un campo de aviación ubicado en las afueras de Pearl Harbour partieron los aviones en un nuevo tipo de misión. Su tarea era bombardear el Maunaloa, en la isla de Hawái, a 200 millas de distancia». Según recogía la publicación, actuaron con tanta premura para evitar la destrucción virtual del puerto de Hilo. Puede parecer de película, pero nada más lejos de la realidad. De hecho, la misión fue corroborada por los descendientes del mismísimo Pattón en sus memorias. En ellas inciden en que se utilizaron tan solo tres aparatos y menos de un centenar de explosivos .
Ese mismo día, las bombas cayeron sobre la ladera de la montaña. La mala noticia fue que no modificaron el curso de la lava. Tan solo ralentizaron su avance. La buena fue que, casualidad o no, el volcán dejó de escupir el 2 de enero . Jagger tuvo claro que había sido gracias a él. «De forma natural, la lava no dejaría de salir de forma tan abrupta», afirmó el científico en declaraciones a los medios de comunicación. Años después, en 1939, el experto quiso corroborar su teoría y visitó el Maunaloa . Tras una serie de estudios reiteró sus afirmaciones: los explosivos habían impactado de lleno contra la ladera, habían expuesto el magma a las inclemencias del tiempo y lo habían secado. Voilá , que diría aquel.
Los descendientes de Patton son mucho más cautelosos e inciden en que, aunque el flujo de lava cesó unas jornadas después, nadie pudo probar que los responsables hubieran sido las Fuerzas Aéreas. Vaya usted a saber.
El plan causó tanta controversia que, desde entonces, han sido muchos los historiadores e investigadores los que se han zambullido en el tema para tratar de desvelar todos sus pormenores. En 1980, por ejemplo, el geólogo retirado Jack Lockwood y F.A. Torgerson –de la Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos– descubrieron que 20 de los explosivos arrojados sobre el Maunaloa eran bombas de demolición MK1 cargadas con 200 kilogramos de TNT y, el resto, otra veintena, contenían una pequeña carga de pólvora negra. Varias de ellas fueron halladas hace pocos años por los expertos, como bien señalaron publicaciones como USGS.
Tensión volcánica en la Segunda Guerra Mundial
Años después, y ya en la Segunda Guerra Mundial , la historia se volvió a repetir. En este caso, el telón de fondo fue Rabaul , en Nueva Guinea. Así lo explica el divulgador histórico Pere Cardona –autor de varias obras sobre el conflicto y de otros tantos ensayos históricos como ‘ Osos, átomos y espías ’– en su página web personal, ‘ Historias Segunda Guerra Mundial ’: «Ocurrió en 1941, un año después de que el ejército japonés tomase la zona. El volcán Tavurvur , en Matupi Island , entró en erupción». La zona era clave para el devenir de la contienda en el Pacífico por su ubicación, como bien explicó la revista ‘ Blanco y Negro ’ en un extenso reportaje que rememoraba el conflicto:
«Rabaul, la importancia intrínseca de la localidad forma singular contraste con la inmensidad de los esfuerzos y los sacrificios que van a consentirse por ella. Rabaul fue la capital de las localidades que estaban bajo el mando australiano, pero repetidas sacudidas telúricas trasladaron la administración a Lae, en Nueva Guinea. Ceñida por volcanes activos, la Madre, las dos Hijas, Vulcano, etc., rodeada de pantanos pestilentes, la ciudad es tan insalubre como inestable, pero su puerto natural, Blanche Bay, es uno de los más hermosos del mundo y su situación estratégica hace de él la clave del Pacífico Sur».
En palabras de Cardona, el ejército de los Estados Unidos decidió sacar partido a esta erupción y adquirió a los británicos dos ‘bombas sísmicas’ ideadas por Barner Wallis : «Era un constructor de aeroplanos que en 1939 diseñó una bomba para ser lanzada desde aviones. Buscaba que pudiera penetrar profundamente en el subsuelo y explosionar, causando un pequeño terremoto debido a la gran cantidad de explosivos que contenía. Este terremoto, debía derribar los edificios que estuvieran en su área de influencia».
La misión fue mucho más secreta que la de Patton . Hay constancia de que fueron lanzadas, pero no llegaron a su objetivo y se quedaron enterradas en la pista de aterrizaje de Lukunai, en la mencionada Rabaul.
Pero el de Rabaul no fue el último disgusto relacionado con volcanes que padecieron los aliados durante la Segunda Guerra Mundial . Años después, el Vesubio volvió a entrar en erupción. El periodista Norman Lewis definió aquel evento como el espectáculo más terrible y majestuoso que pudo presenciar en su vida. El 17 de marzo de 1944, con el ejército estadounidense a sus pies, el monte italiano descargó toneladas de lava y escombros sobre las ciudades de San Sebastiano, Massa di Somma y parte de San Giorgio Cremano. ABC llevó la instantánea hasta la portada acompañada de un titular sencillo, pero más que incisivo: «Una inmensa nube de humo se ha alzado durante la más violenta de las erupciones que el volcán napolitano ha sufrido en los últimos setenta años».
Los ríos de desechos acabaron incluso una escuadra de 88 bombarderos de la USAF. Fue un verdadero desastre que elevó la altura de los valles cercanos, como describió a la postre el mencionado reportero:
«Yo estaba preparado para ver ríos de fuego, pero no había fuego ni nada que ardiera, sólo aquella lenta y deliberada asfixia de la ciudad bajo millones de toneladas de escoria. La lava avanzaba a pocos metros por hora y había cubierto la mitad del pueblo con una capa de unos nueve metros. La cúpula intacta de una iglesia, separada del resto, se movía lentamente hacia nosotros sobre un lecho de cenizas».