Fútbol sí o no: el bochornoso y trascendental debate de Inglaterra al estallar la Primera Guerra Mundial
Población, políticos e intelectuales como Arthur Conan Doyle discutieron durante más de un año si los futbolistas debían mantener su privilegio de no ir al frente con el resto de los jóvenes
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El 29 de junio de 1914 se podía leer en la portada de ABC: « Asesinato del archiduque heredero y su esposa ». El atentado perpetrado por un nacionalista serbio y la muerte del heredero al trono de Austria, Francisco Fernando, acabó desembocando en la Primer Guerra Mundial . Gran Bretaña se preparó rápidamente para la primera gran tragedia del siglo XX con un multitudinario y arduo proceso de reclutamiento de civiles. En un principio, hombres entre 19 y 30 años de edad, aunque poco después se elevó el umbral hasta los 35.
Ninguno de aquellos chicos podía imaginarse que un millón de ellos jamás regresaría a casa, que acabaría muerto en combate, asesinado por los alemanes durante su cautiverio o desaparecido en las trincheras. Y, sin embargo, ¿cuál fue uno de los temas que centró el debate de la sociedad inglesa? Pues si los futbolistas debían ser llamados a filas o no, y si se tendría que suspender la liga para facilitar el reclutamientos de sus aguerridos deportistas. El país y su clase política se mantuvo dividida durante mucho tiempo en encendidas discusiones públicas sobre si era conveniente y justo nutrir el ejército de estos atletas de buena condición física y mentalidad valiente o si, por el contrario, debían seguir jugando a la pelota para entretener a la población.
En 1914, cuando comenzó la Gran Guerra , la competición de fútbol inglesa era muy importante en Gran Bretaña. Gozaba de un estatus diferente al de otros deportes igual de populares, como el cricket y el rugby. En estas otras ligas no hubo discusión: sus jugadores irían al frente como todo hijo de vecino. Pero, ¿qué hacía especiales a los futbolistas? ¿Por qué a ellos no debía afectarles la guerra? Pues porque una gran cantidad de ellos eran ya profesionales que habían firmado un contrato con sus clubes y tenían obligaciones legales con estos.
Ese estatus les daba ventajas legales que otros deportistas de élite no tenían. Al estar bajo contrato, solo podían ser alistados con el consentimiento de sus equipos, lo que no ocurría casi nunca. Esa fue la consecuencia de que la temporada 1914-1915 se celebrara con total normalidad, con el Everton de Liverpool como ganador, un punto por encima del Oldham Athletic de Manchester . Algo que no ocurrió con las otras ligas de los países que también participaron en el conflicto y no habían alcanzado ese nivel profesional.
Arthur Conan Doyle
La falta de compromiso por parte de los clubes de fútbol no fue ignorada por la sociedad inglesa . A la mayoría de la población (no a toda) no le sentó bien que los equipos se negaran a conceder el permiso de reclutamiento a sus jugadores. Un privilegio que acogían con indignación mientras veían a su hijos marchar al frente.
El mismo escritor Arthur Conan Doyle , autor de « Las aventuras de Sherlock Holmes », llegó a escribir: «Hubo un tiempo para todas las cosas del mundo; hubo un tiempo para los juegos, un tiempo para los negocios y un tiempo para la vida doméstica. Hubo un tiempo para todo, pero ahora solo hay tiempo para una sola cosa, y esa cosa es la guerra. Si el jugador de cricket tiene un ojo firme, que lo use para mirar por el barril del rifle. Y si un jugador de fútbol tiene fuerza en sus miembros, dejémoslo que marche en un campo de batalla».
Otras voces críticas, como la del reformador social Frederick Nicholas Charrington, se refirieron a los jugadores como «cobardes y afeminados que ganan dinero mientras otros luchan por su país en el frente contra Alemania». En concreto, hablaba de los del West Ham United . A estas denuncias se unió el famoso futbolista Charles B. Fry, quien propuso la anulación de los contratos a los jugadores profesionales y la prohibición de que cualquier hombre menor de 40 años acceda a los partidos de la liga.
Necesidad de ocio
Los que estaban a favor de que los jugadores no fueran a la guerra argumentaban la gran necesidad de diversión que proporcionaba esta liga a los ingleses, aunque su presión fue menor a medida que avanzaba la guerra y se producían las primeras derrotas. De hecho, la liga de fútbol se fue convirtiendo poco a poco en una especie de símbolo de desprecio frente al sufrimiento de las tropas. Una postura que fue reforzada por clérigos, políticos y periodistas, con la excepción de algún que otro tímido articulista defensor de la liga por encima de cualquier otra causa.
«Todo este agitamiento no es más que un intento de las clases gobernantes para detener la recreación de las masas. A ellos no les importa el deporte de los pobres. Los pobres han dado la vida por este país en miles de ocasiones. Estos snobs virulentos solo desean privar a los pobres de la única distracción que han tenido en 30 años», defendió el diario « The Athletic News » cuando la Asociación de Fútbol comunicó la liberación contractual de los jugadores que no estuvieran casados. Esa fue la mayor concesión ante la presión. Los afetados tendrían que servir al ejército y, además, comprometerse a organizar giras para promover el reclutamiento de jóvenes en toda Inglaterra.
Ajeno al debate, el político conservador William Joynson-Hicks creó el Decimoséptimo Batallón de Middlesex en diciembre de 1914, que pasaría a la historia como el « batallón del fútbol », por el hecho de que estaba formado, principalmente, por los futbolistas amateurs que competían en alguna de las dos divisiones de la liga. Por lo menos al principio, porque poco a poco otros jugadores profesionales del West Ham United , el Manchester United , el Arsenal o el Hearts of Midlothian fueron incorporándose voluntariamente a él. De este último equipo en concreto, toda la plantilla al completo, protagonizando grandes historias como la de Paddy Crossan, que recibió tanta metralla en una pierna que a punto estuvo de costarle la vida. Ante la amenaza de amputación, el jugador rogó al cirujano que no lo hiciera con un argumento muy claro: «Soy futbolista». El médico le hizo caso y logró salvar su miembro de milagro, pero no le sirvió de nada porque murió igualmente poco después por las deficiencias pulmonares que le provocó la inhalación de gas mostaza.
En 1915 se calculaba que de los 5.000 jugadores de fútbol que había en el país, 2.000 acabaron participando de manera activa en el frente de batalla. La mayoría resultaron muertos o heridos.
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