La fulminante muerte de la primera esposa de Hernán Cortés: entre la Leyenda Negra y el misterio

La falta de pruebas no ha impedido a la historiografía y a los difamadores del siglo XIX dar por hecho el asesinato y trazar también en su entorno familiar la imagen de un hombre cruel e implacable que tanto conviene a la Leyenda Negra

Lienzo de Tlaxcala: Hernán Cortés y Malintzín en su encuentro con Moctezuma II en Tenochtitlan VIDEO: Así logró Hernán Cortés derrumbar al imperio más brutal que ha conocido América - ABC Multimedia
César Cervera

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Hernán Cortés cultivó a lo largo de su vida una implacable fama de mujeriego que el alto número de hijos y mujeres que dejó sobre la faz de la tierra corrobora. El conquistador reconoció once hijos de seis mujeres diferentes: cuatro con indias, entre ellas Malinche y la princesa Tecuichpo , y siete con mujeres españolas. No estaba entre ellas su primera esposa, Catalina Suárez , a la que la historia no le ha reservado papel alguno, salvo en lo referido a su muerte.

La familia Catalina Suárez Marcayda , procedente de la nobleza abulense, llegó a América probablemente en la misma comitiva en la que lo hizo María de Toledo, la gobernador, esposa de Diego Colón, aunque todos estos datos hay que cogerlos con pinzas debido a las inconsistencias cronológicas. Hernán Cortés y Catalina se conocieron en la Isla de Cuba, donde el extremeño trabajaba como escribano y se relacionaba con algunos de los selectos del lugar. Entre ellos estaba Juan Suárez de Peralta , hermano de Catalina, y el gobernador de Cuba, Diego Velázquez. La amistad y las presiones de estos empujaron a Cortés a casarse con la joven de mala salud y problemas de asma, de modo que cuando el conquistador viajó hacia México en 1519 dejó atrás supuestamente un feliz matrimonio.

Demasiado supuesto. Poco después de pisar las costas mexicanas el capitán extremeño empezó a convivir con una hermosa indígena, una esclava intérprete llamada Malinche (bautizada como Marina), a la que dejaría embarazada de Martín Cortés, el primer hijo del conquistador. Claro que la Conquista de México , una guerra tan brutal como cualquiera que implicase a los aztecas, no era lugar para grandes romances. El amor debió esperar hasta que los tambores de guerras dejaron de resonar.

La victoria en Otumba frente a un ejército que superaba ampliamente los dos dígitos y el posterior asedio de Tenochtitlan dejaron vía libre a la creación de Nueva España

Juan Suárez , encargado de gestionar las empresas y hacienda familiares durante su ausencia, terminó acudiendo a México en el intervalo comprendido entre la derrota de los españoles en la Noche Triste, ocurrida el 30 de junio de 1521, y unos días antes de la victoria definitiva sobre los aztecas en la batalla de Otumba , contienda librada el 7 de julio del mismo año. Es decir, cuando Cortés se encontraba entre la espada y la pila de sacrificios.

La victoria en Otumba frente a un ejército que superaba ampliamente los dos dígitos y el posterior asedio de Tenochtitlan dejaron vía libre a la creación de Nueva España , un territorio que alcanzaría una superficie catorce veces más grande que la España actual y veintitrés veces el Imperio azteca.

Las extrañas circunstancias de esa noche

Con las aguas en calma y los aztecas derrotados, Catalina Suárez se desplazó a Coyoacán, capital provisional donde pudo desplegar sobre el terreno sus celos hacia aquella india que había captado el interés de su marido. Tras alejarse de la Malinche, que acabó casada con otro español, Cortés ordenó que fueran a buscar a su esposa a Cuba. La consorte fue recibida con fervor allí por donde pasaba y en la Ciudad de México se produjo «regocijos y juegos de cañas». No en vano, la segunda parte de su primer matrimonio resultó un mero trámite para el extremeño.

Dibujo de Christoph Weiditz realizado a Hernán Cortés.

A los pocos meses, la pareja celebró un baile en su residencia de Coyoacán , una casona donde no faltaban todos los lujos inherentes a su nuevo estado social. Se dice que Catalina discutió con su marido sobre un tema relacionado con los esclavos a su servicio y luego se retiró indispuesta a su cuarto. En la declaración que hizo Isidro Moreno años después, se refiere a que La Marcaida se dirigió a uno de los soldados de su marido en tono alto:

«Vos Solís, no queréis sino ocupar a mis indios en otras cosas de las que yo les mando, y no se face lo que yo quiero».

A lo que el capitán respondió: «Yo señora no los ocupo, allí está vuestra merced que los manda y ocupa».

Entonces Catalina replicó: «Yo os prometo que antes de muchos días, haré de manera que nadie tenga que entender en lo mío».

Cortés, por su parte, le respondió haciendo referencia a sus orígenes más bien humildes: «¿Con lo vuestro señora? ¡Yo no quiero nada de lo vuestro!».

La mujer se retiró angustiada del banquete, con lágrimas y sollozos y fue derecha al oratorio. Ana Rodríguez , otra testigo de los hechos, cuenta lo ocurrido allí:

«Cuando se quiso ir acostar, entró a hacer oración a un oratorio que tenía en la dicha casa e cuando salió la vido salir este testigo demudada de la color y este testigo le preguntó que qué había y ella le dijo que la llevase Dios deste mundo e que este testigo le oyó rogar a Dios estando en el dicho oratorio que la llevase deste mundo. Preguntando si sabe la casa porque la dicha doña Catalina rogaba aquello a Dios e tenía aquel descontento, habiendo tan poco tiempo como había que era venida en estas partes e tantos días así mismo que estaba ausente de su marido en la isla de Cuba donde la dejó, mayormente habiendo seido maltratada de la justicia que a la sazón era en la dicha isla de Cuba, e al tiempo que decía esto, la dicha doña Catalina estaba con su marido e en prosperidad, dijo que cree este testigo que a lo que la dicha doña Catalina Xuárez daba a conocer era celosa de su marido e que cree que por eso tenía algún descontento porque el dicho don Fernando festejaba damas e mujeres que estaban en todas partes».

Tras los llantos y rezos en el oratorio, Catalina se dirigió a su recámara, donde se acostó para siempre. Cortés, quien dejó también el banquete, la encontró allí sin aliento y pidió a los criados que encendieran la luz, que Catalina había muerto en sus brazos. La Malinche fue una de las encargadas de amortajar su cadáver.

La sombra de la sospecha

La versión oficial certificó que había muerto por causas naturales. Dos de sus hermanas habían perecido por causas igual de fulminantes y Catalina había registrado no pocos desfallecimiento. No obstante, las prisas de Cortés a la hora de enterrar sus restos y el testimonio de varias camareras que insinuaron que la susodicha tenía hematomas en el cuello alimentaron los rumores sobre un posible envenenamiento.

El cronista Bernal Díaz del Castillo prefirió correr un tupido velo sobre las circunstancias de la muerte, que achacó al asma, «porque no sé más de esto de lo que he dicho no tocaremos en esta tecla». El resto de cronistas dedicaron muy poco espacio a tan repentino fallecimiento y se centraron en la esposa que sí dio descendientes al de Medellín. En abril de 1528, Cortés contrajo segundas nupcias con Juana Ramírez de Arellano y Zúñiga , hija del I Conde de Aguilar y sobrina materna del I Duque de Béjar. Una mujer de más alta alcurnia que la dama abulense.

Si bien tampoco los sobrinos de Catalina alzaron la voz contra el extremeño, sino al contrario, denotaron cierta admiración por su tío político, sí lo haría años después la madre de la joven

Juan Suárez, hombre de confianza y cuñado de Cortés, no hizo caso alguno a estos murmullos y siguió nutriendo las filas del capitán. Suárez sería enviado a descubrir la costa del Mar del Sur hasta el Soconuzco. Si bien tampoco los sobrinos de Catalina alzaron la voz contra el extremeño, sino al contrario, denotaron siempre cierta admiración por su tío político, sí lo haría años después la madre de la joven, que logró abrir dos procesos contra Cortés durante el juicio de residencia al que fue sometido el conquistador: uno acusándole de homicidio y otro exigiéndole los gananciales del matrimonio. No logró que las investigaciones judiciales prosperaran.

A lo largo de su vida, e incluso después, no le faltaron enemigos a Cortés, ávidos de alimentar estos rumores sobre el asesinato de su mujer. Su fama de mujeriego no ayudó precisamente a espantar las sopechas. ¿Quiso librarse el extremeño de su celosa esposa para casarse con una mujer más elevada? Las pruebas disponibles impiden saber qué le ocurrió a la pobre Catalina .

Un obstáculo que no ha impedido a la historiografía y a los difamadores del siglo XIX dar por hecho el asesinato y trazar también en su entorno familiar la imagen de un hombre cruel e implacable que tanto le conviene la Leyenda Negra .

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