Atentados, corrupción y mentiras: la desconocida historia de cómo el KGB conquistó Rusia con Putin

Catherine Belton, corresponsal de investigación de Reuters, acaba de publicar en España el libro ‘Los Hombres de Putin’ (Península) sobre cómo una facción de los servicios de inteligencia se apoderó del poder en la Rusia postsoviética

Reuters
César Cervera

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Una vez fue un imperio, luego los despojos de uno. Ellos, una vez lo sirvieron y luego lo rapiñaron. Cuando la Unión Soviética se vino abajo, Vladimir Putin era un agente de la KGB, enlace de nivel medio con la Stasi, con un futuro tan negro como la potencia a la que llevaba años sirviendo. Sin embargo, él y otros irreductibles agentes de los servicios secretos rusos en el extranjeros decidieron no hundirse con la URSS, sino emerger en medio del caos para hacerse con el mando del país y repartirse sus activos. La tarea les llevó unos cuantos años.

Catherine Belton, corresponsal de investigación de Reuters, acaba de publicar en España el libro ‘Los Hombres de Putin ’ (Península) sobre cómo Putin y esa facción de la KGB se apoderaron del poder en la Rusia postsoviética y crearon una liga de oligarcas a costa de esquilmar los recursos públicos y repartirse las empresas privadas más estratégicas. Valiéndose del caos originado por la caída de la URSS, Putin se encargó de orquestar una red de intereses internacionales, con los oligarcas extendiendo su poder por Europa y Estados Unidos, donde «los límites entre el crimen organizado y el poder político resultan indistinguibles». Además de silenciar a la oposición, este grupo salvaje creó y retorció las reglas políticas a su gusto, subvirtió los cuerpos policiales, los tribunales de justicia e incluso las elecciones.

De las ratas al espionaje

Vladimir Putin se crió en un entorno muy humilde en Leningrado, «persiguiendo ratas en la escalera del bloque comunitario donde vivía, peleándose con otros niños en la calle. Había aprendido a canalizar sus ganas de peleas callejeras a través de la disciplina del judo», en palabras de Belton. Su padre había servido durante la Segunda Guerra Mundial en la NKVD, la policía secreta soviética, y él estaba obsesionado con seguir los pasos de su héroe. Tras graduarse en 1975, trabajó un tiempo en la división de contrainteligencia de la KGB de Leningrado, primero como agente encubierto y luego en el extranjero, concretamente en Dresde. En esta época una de sus principales tareas era recabar información sobre la OTAN, una de sus grandes obsesiones políticas.

La caída de la URSS fue para aquel joven agente una catástrofe, una tragedia personal. Si bien su labor en la ciudad alemana resulta un misterio, lo que está claro, porque él mismo lo ha confesado durante distintas entrevistas, es que se pasó los últimos días de la URSS destruyendo papeles días y noche en la sede de la Stasi en Dresde: «Yo, personalmente, quemé una cantidad enorme de materiales. Quemábamos tanto que la caldera explotó», afirmó. Cuando nadie atendió el teléfono en Moscú sobre cómo debían ahora proceder, Putin entendió que la nación los habían abandonado. ¡Tración!

Los mandos más duros de el KGB mostraron su resquemor apoyando el intento de arrebatar el poder en 1991 a Mijaíl Gorbachov, lo que terminó provocando una purga en el cuerpo. Una vez en el poder, Boris Yeltsin , el presidente ruso que antecedió a Putin, también decapitó la estructura de los servicios soviéticos y la dividió en cuatro servicios interiores diferencias pensando que así los destruiría, sin embargo, logró el efecto contrario. «Lo que surgió en su lugar fue un monstruo con cabeza de hidra en el que numerosos funcionarios, como Putin, se retiraron a las sombras y siguieron sirviendo clandestinamente, mientras el poderoso servicio de inteligencia extranjero se mantenía intacto», explica Catherine Belton en el libro.

Esta poderosa pero discreta parte del KGB, con epicentro en Dresde , se había pasado los años previos a la caída de la URSS trazando alianzas con el crimen organizado, acumulando dinero negro y preservando sus redes de influencia de cara a sobrevivir a la tormenta que estaba por llegar. Estos recursos guardados a buen recaudo fue lo que les permitió perseverar allí donde el resto de la agencia cayó en desgracia.

Putin pertenecía a esta facción del KGB y fue uno de los agentes que mejor se movió con el cambio de régimen, quien mejor aparentó ser un demócrata capitalista de toda la vida. Siguió cobrando su sueldo de los servicios de seguridad hasta un año después del golpe de Estado contra Gorbachov , pero dimitió como muestra de rechazo a la asonada. No por amor a la democracia, sino porque estaba cumpliendo los planes de esa facción de los servicios secretos que movió sus piezas con discreción y paciencia durante años.

Putin pertenecía a esta facción del KGB y fue uno de los agentes que mejor se movió con el cambio de régimen, quien mejor aparentó ser un demócrata capitalista de toda la vid

La desvinculación pública del antiguo KGB le permitió iniciar una larga carrera política libre de sospechas, primero en el mundo municipal de Leningrado, actualmente San Petersburgo , donde Putin, como vicealcalde de la ciudad , forjó una sofisticada red de intercambios y acuerdos con el crimen organizado y el estratégico mundo del petróleo. «El grupo que finalmente acabó haciéndose con el control formaba parte de la unión entre hombres del crimen organizado y el KGB que llegaron a manejar el cotarro en San Petersburgo durante los años noventa del siglo pasado; y Vladimir Putin se encontraba en el centro», sostiene en su libro la corresponsal de investigación de Reuters.

El ascenso de Putin

De San Petersburgo, Putin saltó a la política nacional. Pasó por varios cargos importantes antes de recalar en la jefatura de la agencia sucesora del KGB, el Servicio Federal de Seguridad (FSB) , un ascenso que fue todo un escándalo interno dado que él solo era teniente coronel en ese momento. «El ascenso de Putin adquiría características surrealistas. Algunos de sus excolaboradores se preguntaban si estaría siendo impulsado por los generales del KGB que habían avalado su carrera desde el principio», apunta Belton en ‘Los hombres de Putin’ . No en vano, su paso por la FSB duró un soplido, el suficiente como para limpiar sus manchas en San Petersburgo y su relación con los bajos fondos. Al abrigo de Yeltsin, fue nombrado primer ministro en agosto de 1999 con el encargo de ser precisamente el enlace entre la administración y las fuerzas de inteligencia. Era un 'conseguidor' para el presidente.

Putin y Yeltsin durante en traspaso de poderes en 1999. EPA

El grupo de viejos agentes del KGB aprovechó la oportunidad generada por la crisis rusa de finales de milenio para hacer su movimiento definitivo. Putin, señalado públicamente por Yeltsin como su sucesor, fue el que mejor colocado estaba cuando este gobierno entró en llamas en medio de la guerra de Chechenia y de los escándalos financieros que derribaron al presidente.

Según recuerda Catherine Belton, el antiguo agente del KGB ascendió a la cumbre del poder a finales de 1999 bajo la promesa de que solo iba a ser una herramienta en manos de los oligarcas. «Yo soy el gestor. A mí me han contratado», solía decir. El objetivo inmediato de esta red era ganar las elecciones del 26 de marzo de 2000 en las que todo lo relacionado con Yeltsin partía con desventaja. A pesar de todo, Putin logró imponerse con el 53% de los votos al resto de candidatos gracias a su popularidad, como el presidente de mano firme que estaba devolviendo los golpes a los terroristas en la guerra de Chechenia, y de que tenía la maquinaria de la administración a su disposición. En vísperas de las elecciones, firmó un decreto para elevar un 20% el salario de maestros, médicos y otros funcionarios. Eso disparó sus opciones.

Catherine Belton Adam Ihse / TT NEWS AGENCY / AFP

Iba a ser instrumento temporal para que todos los agentes y empresarios se hicieran asquerosamente ricos y luego se marcharía para que otros miembros de esa red tomaran su testigo. Sin embargo, la serie de acontecimientos de su primer mandato, con el famoso asalto al teatro de Dubrovka de Moscú por terroristas chechenos en octubre de 2002 y la sospecha de que la serie de atentados en suelo ruso eran, en realidad, responsabilidad de las fuerzas de inteligencia del país, convencieron al presidente ruso de que con las manos tan manchadas de sangre ya no le bastaba con ser un mero peón. «Se habría apartado de buen grado a los cuatro años, creo yo. Pero entonces surgieron todas aquellas controversias. Con occidente, en la actualidad, se libra un pulso tan grave que es casi como la crisis de los misiles de Cuba. Y está cada vez más involucrado… Entiende que si se mete más aún, ya no se irá nunca», afirma Serguéi Pugachev, oligarca del Kremlin caído en desgracia y uno de los testimonios inéditos recogidos en ‘Los Hombres de Putin’ .

Un patriota

A partir de ese momento, la oligarquía tomó la forma de pirámide y colocó a Putin como el cerebro y dueño del país. En opinión de los antiguos colaboradores de Putin con los que Belton ha podido hablar, el político ruso basa sus decisiones en sus convicciones sobre cómo se gobierna el mundo, no es ningún cínico, sino un sincero patriota que «comete errores sinceramente» y cree que para recuperar la estabilidad que Rusia necesitaba tras el derrumbe de los noventa había que terminar con las elecciones libres y poner el sistema judicial bajo control del Kremlin. Hacerse rico por el camino, para él y el resto de agentes de la KGB, solo son los carísimos emolumentos por su acto patriótico. «Esas personas son mutantes. Son una mezcla de Homo-soviéticus y del capitalista salvaje de los últimos veinte años», defiende Pugachev en el testimonio recogido en el libro.

Durante los veinte años en el poder de Putin , Rusia ha vivido un gran crecimiento económico y ha revitalizado sus fuerzas armadas, pero la riqueza generada por el aumento del precio del petróleo se ha quedado en manos de un círculo muy exclusivo, de un grupo de funcionarios-empresarios donde haber pertenecido a los antiguos servicios secretos supone un plus. «Los tipos de los servicios secretos son diferentes. Aunque les sacaran toda la sangre y les cambiaran la cabeza, seguirían siendo diferentes. Viven metidos en su propio sistema», advirte el antiguo fiscal general Ustinov en otro de los testimonios recogidos en ‘Los hombres de Putin’.

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