«Tu hijo no es responsable de tu mal humor y, mucho menos, culpable... Y lo sabes»
Patricia Díaz-Caneja, autora de «El hada habla», explica que muchas veces estamos tristes y lo disfrazamos de enfado con los demás por no saber gestionar bien las emociones
Patricia Díaz-Caneja es pedagoga y trabaja como orientadora en varios colegios. Acaba de publicar junto a Marta NavalGar, «El hada habla. Para practicar y educar en Mindfulness» , un libro para, según explica, «darte cuenta de lo que ocurre dentro y fuera de ti, para descubrir cuál es tu sentir a la hora de educar, tu criterio educativo». Matiza que muchas veces estamos en «piloto automático» y educamos por inercia.
«Reproducimos patrones de nuestros padres sin pensar que, quizá, no encajan con nosotros. O "obedecemos" a tantos libros sobre educación y a tantas teorías que nos despistan. Los seguimos y, sin querer, estamos educando de un modo que no encaja con nosotros».
Puntualiza que su intención no es educar, sino ayudar a los padres a decidir cómo educar . A tomar consciencia, a encontrar su criterio educativo, y seguirlo. «Esto se consigue con silencio, tomando distancia».
En su opinión, «si deseas darle un grito a tu hijo, pues dáselo. Pero dáselo de un modo consciente. Sabiendo lo que haces. No en automático. Pero, eso sí, posteriormente de esa decisión y de sus consecuencias —aseguro que es muy difícil dar un grito de modo consciente porque se ha derramado la leche , por ejemplo—». Añade que si se desea no poner límites, que no se pongan. Pero insiste, que sea porque uno lo siente así, no por leerlo en un libro de pedagogía.
¿Por qué hay tantas personas que no saben gestionar correctamente sus emociones, se agobia ante las dificultades, se frustra, estalla descontroladamente o no es capaz de expresar lo que siente?
Todo ello ocurre porque tememos nuestras emociones. Y para mi este temor a las emociones es clave. A muchos de nosotros nos han educado de un modo muy racional, pero poco emocional. Además, hemos crecido temiendo la tristeza, el miedo. Creyendo que lo que hemos de sentir es constantemente alegría. Y, sobre todo, ignorando todo lo que sea emocional.
Somos analfabetos emocionales porque no hemos aprendido, porque no nos han enseñado, no nos han educado teniendo en cuenta las emociones. Mucha mente y poco corazón. Como dijo Descartes, «pienso, luego existo». No dijo: «siento, luego existo».
Mindfulness trata de bajar a nuestro cuerpo, a nuestro sentir; dejar de centrarnos en nuestros pensamiento para sentirnos, para sentir. Para estar en el presente. Aquí y ahora.
Pero todos sabemos lo que es estar tristes, contentos, enfadados, rabiosos... ¿Por qué se da tanta importancia al reconocimiento de estas emociones? ¿Qué nos aporta aprender a gestionarlas? ¿No vale Guiarse solo por el instinto?
No todos sabemos lo que es estar tristes, o enfadados, o temerosos. Eso no es así. Muchas veces estamos tristes y lo disfrazamos de enfado. Temo algo y lo tiño de alegría y de valentía. No sabemos lo que es sentir alguna emoción porque no nos dejamos sentir. Porque negamos muchas veces lo que sentimos. Nos hacemos los fuertes, o le echamos la culpa al otro de lo que sentimos.
Me deja mi marido y me enfado con él, en lugar de sentir mi tristeza o, incluso, mi miedo a estar sola. Temo estar solo en el colegio, y lo tiño de valentía. Tanto nos engañamos, desde pequeños, que no sabemos lo que sentimos.
Por eso, el guiarse por el instinto sin reconocer y aceptar nuestros temores y miedos más ocultos, es un error. Porque no nos guiaremos por nuestros instinto, sencillamente porque no podemos escucharlo.
Escuchar a nuestro corazón es escuchar nuestra verdadera sabiduría. Y para escuchar nuestro corazón hace falta mucho silencio.
Respecto a la gestión de nuestras emociones y a lo que nos aporta, en primer lugar es calma. Cuando yo reconozco lo que siento, lo acepto y lo sostengo hasta que pase, puedo gestionar esa emoción y podré ver las cosas con la distancia necesaria para actuar conscientemente. Si no gestiono mi ira, diré o haré cosas de las que luego probablemente me arrepentiré. Si no gestiono mi tristeza, si no soy capaz de sentir ese dolor, probablemente me refugie en diferentes actividades que lo que harán será que huya de ese dolor: bebida, juego, drogas, operaciones estéticas, redes sociales, adicción a los likes... Incluso deporte o comida en exceso.
Una vez estaba en un taller de Mindfulness con niños de 4 y 5 años. Al comenzar la sesión siempre compartimos cómo nos sentíamos. Un niño de 4 años dijo: «yo estoy enfadado; bueno no, estoy preocupado porque mi amigo hoy no quiso jugar conmigo». ¿Ves la diferencia? Al principio creía que estaba enfadado con su amigo, que no deja de ser una defensa porque el otro no ha querido jugar. Pero se deja sentir, y observa que no, no es enfado lo que siente, sino preocupación. La preocupación está más vinculada al miedo que a la ira; miedo quizás a sentirme solo. Esto es conocer y reconocer nuestras emociones y aceptarlas. Y hacernos responsables de ellas.
¿Qué diferencia hay entre gestionar y controlar las emociones? ¿En qué fallamos?
Gestionar es escuchar, darme cuenta de lo que siento, ponerle incluso un nombre (ira, dolor, ansiedad...) aceptarlo y hacerme responsable de ello. Respiras profundamente, y dejas que se vaya. No le das más vueltas a la cabeza, simplemente te has sentido así. No pasa nada.
Controlarlas es negarlas, es intentar sentir algo diferente. Y eso es tan imposible como intentar que tu corazón se pare, o intentar tener calor cuando tienes frío, o tratar de no tener hambre. Si tengo hambre, lo acepto, y como algo, se me quita el hambre. Me he hecho responsable de lo que siento. Si tengo hambre y me digo a mí misma: no, no tengo hambre... eso es negarlo.
Es decir, yo no elijo sentir determinada emoción. Pero una vez que la siento, me hago responsable, la acepto, y puedo entonces incluso cambiarla, convertirla en otra.
Un ejemplo muy claro: Imagina un hombre que está divorciado desde hace diez años. Su ex mujer comienza una relación con otro hombre, y él siente enfado. Está enfadado porque su mujer se ha enamorado. Él sabe que no tiene motivos para sentirse así. Su mente le dice que no es lógico enfadarse, y no quiere enfadarse. Desea controlar esa emoción. Pero es inútil. Cuanto más la niega o la intenta controlar, más enfado hay. Además comienza a enfadarse consigo mismo. Ese es el control de las emociones.
Si reconoce que siente enfado, acepta que hay enfado, que no lo ha elegido, y espera a que se le pase, entonces la está gestionando. Se hace cargo de ella y se responsabiliza de ella. Y, seguramente, una vez que siente ese enfado, puede comprender que en el fondo hay algo más; tal vez tristeza... Depende del caso.
¿Qué nos aporta si, como se menciona en el libro, cada día nos preguntáramos "¿cómo me siento hoy?"»
Nos aporta tomar consciencia de cómo estamos en ese momento. Y esa toma de consciencia es muy importante para comenzar el día con atención. Aquí, ahora, en este momento, me siento así. Esto es Mindfulness: tomar consciencia del aquí y el ahora, dentro y fuera de mí.
Hay días en que uno duerme mal, se levanta cansado, y este cansancio le pone de mal humor. Toma consciencia de que está de mal humor, no le da más importancia de la que tiene, y ya sabe que ha de estar más atento porque va a ser más susceptible de contestar mal a alguien, de llevar peor el atasco, o de enfadarte más cuando su hijo tarda más en vestirse. Se responsabiliza de su sentir y no lo paga con los demás. No se lo lanza al otro. Recuerda que los demás no son responsables ni culpables de nuestro sentir. Tu hijo no es responsable de tu mal humor, y mucho menos culpable. Si no te has dado cuenta de cómo te sientes, irás en un caballo desbocado.
Al final, siento que nos ayuda a temer menos nuestras emociones. A familiarizarnos con ellas. A saber que, igual que aparecen, desaparecen. A desdramatizar. No pasa nada por estar irascible un día, o más tristón. Si tomo consciencia de ello, no estallaré, no seré agresivo con el otro, y me responsabilizaré de mis emociones.
¿Se puede aprender a gestionar las emociones de adultos o es imprescindible un manejo de ellas desde la infancia?
Todos nosotros somos expertos en controlarlas, y así nos va. Las encerramos y, por eso, salen por donde pueden. En estallidos descontrolados. ¿Se puede aprender a gestionarlas? ¡Por supuesto que sí! Desde el momento en que tomas consciencia de tu sentir, y te responsabilizas del mismo, ya estás gestionando tus emociones.
Siempre hay talones de Aquiles, situaciones que no gestionas de un modo sano. Pero se mejora. Para mí, claramente la vía de aprendizaje es la meditación. Y a veces es necesario acompañar la meditación de un acompañamiento experto que nos ayude a comprender y a comprendernos mejor.
Sí, rotundamente se puede aprender a gestionar las emociones. No es imprescindible un manejo de ellas desde la infancia. Pero, cuanto antes aprendamos, mejor.
Cómo experta en el tema, ¿de qué manera pueden los padres aprender a perder menos los nervios con sus hijos?
Cuando nos ponemos nerviosos con nuestros hijos, cuando estallamos... no siempre es por el mismo motivo. Por eso es que no hay recetas. Pero, dejando claro que no las hay, y que esto no es magia, un punto de partida es el darme cuenta de cómo me siento. Aprender a hacer ese pequeño parón de toma de consciencia me va a ayudar a decidir qué hacer ante determinada situación. Y comprender porqué con determinada situación pierdo los nervios.
Esto lo comento constantemente en el libro: no se trata de no gritar, de no enfadarte; no se trata de no poner límites tampoco. Se trata de decidir lo que quieres hacer.
Cuando se habla de "perder los nervios" no es tanto el gritar, como el hacer las cosas inconscientemente. Son esas reacciones inconscientes por las que después nos sentimos culpables y malos padres las que deberíamos cambiar por respuestas conscientes. A esto es a lo que nos ayuda la práctica de mindfulness y meditación.
El aprendizaje, por tanto, sería darme cuenta de lo que está ocurriendo, para ser capaz de decidir. Mi decisión puede ser perfectamente dar un grito, lo que pasa es que cuando tomas distancia resulta que gritas menos. Y es imposible «perder los nervios» si eres consciente del momento. La misma frase lo indica: perder los nervios es estar descontrolado, es ir en ese caballo desbocado, es no darte cuenta de lo que estás haciendo hasta que lo has hecho.
¿Cómo dejar de gritar para no sentirse los peores padres del mundo?
Para ello hay que aprender a pararte, a darte cuenta de cómo estás, de cómo está tu cuerpo, de qué es lo que sientes, respirar, y actuar. No es fácil. Por eso se comienza entrenando estas paradas en momentos neutros. Te paras, observas tu cuerpo, lo que sientes, lo que estás haciendo, y continúas. Poco a poco vas siendo más consciente, y cuando aparece el momento crítico, ese con el que te sales de tus casillas, estás un poco más preparado. Poco a poco.
¿Por qué hay que observar el cuerpo?
Porque nuestro cuerpo nos avisa, pero no lo escuchamos. Todos sabemos que gritamos más cuando estamos cansados, con hambre, con sueño o con dolor. Por tanto, observar cómo está mi cuerpo me va a ayudar a estar más alerta. Es como lo que mencionaba antes de las emociones. Si te das cuenta de cómo te sientes emocionalmente, estarás más alerta para no saltar a la mínima. Si te das cuenta de que estás cansada, incluso puedes avisar de antemano: «estoy muy cansada hoy, así que vamos a tratar de prestar atención a lo que hacemos para no acabar discutiendo»; o como estás cansada e irascible, pues retrasas esa llamada de teléfono que no te gusta, o no envías el mail a ese compañero de trabajo, o no te pones a hacer los deberes con tu hijo hasta que te hayas duchado. O meditas diez minutos para descansar un poco.
¿A quién va dirigido el libro?
Está escrito pensando en padres de niños o adolescentes. O bueno, digamos padres cuyos hijos aún viven con ellos. Me sorprendí cuando mi hija de 18 años, que no tiene hijos, se puso a leerlo, lo subrayó y se lo recomendó a sus amigos. Y algo menos, pero también me sorprendió, que una mujer de 80 años, madre y abuela, también lo disfrutara.
La verdad es que lo escribí porque sentí que entre lo que yo he aprendido en mi misma, y lo que he aprendido de otros padres en talleres y en cursos, merecía la pena compartirlo.
Noticias relacionadas