Zinedine Zidane: el regreso del dandi

Cumplió como ejemplar de distinción macho dentro y fuera del campo

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Zinedine Zidane es un titular del Madrid que, de pronto, pilla un año sabático, pero el año sabático no lo acaba del todo, porque Florentino va y lo llama al móvil. De modo que lo fichamos de vez en cuando, con lo que resulta una novedad que llevaba aquí toda la vida, gloriosamente. Zidane gusta, y Zidane nos gusta. A Zinedine Zidane podríamos coronarlo elegante por aquel gol de volea mágica de la Champions o bien por su figura de monje ensimismado de Giorgio Armani . Quiero decir que Zidane cumplió como ejemplar de distinción macho dentro y fuera del campo. Pocos casos he visto de tío distinguido en calzoncillos, que galopa como un geómetra y mira a lo lejos, previo al pase, como pensando un alejandrino. Los futbolistas no suelen salir elegantes ni dentro de la cancha . Aunque alguno sí. Fuera de la cancha vienen a ser un error de ropa cara y misses de escolta. Eso, y la puesta al día del peinado despeinado de peluquería experimental japonesa para la rueda de prensa que dan o no dan. Zidane en todo esto como que no nos cuadra.

Pero alguna vez sí ha ejercido de maniquí. Puso de moda la calvicie como enigma, y de su mujer, Veronique Fernández Ramírez , sólo sabemos que sabemos poco o muy poco. Conoció a Zidane en París, en 1989, en una discoteca, cuando aún estaba en los estudios de danza clásica y baile moderno. Desde entonces, hasta hoy. El silencio, en él, y también en ella, ha sido un hábito, y el silencio es una elocuencia de lo elegante.

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Monje extranjero

En Zinedine se da otra elocuencia de distinción, el color negro, que él ha practicado sin más adorno que su uno ochenta y seis de estatura. Tengo comprobado que gusta mucho a las mujeres leídas y a los hombres de garaje. No milita en los guapitos del farde, ni tampoco en los creídos que miran a la luna, al meter un gol, por chupar cámara. Resulta lo contrario al hortera profesional del fútbol, que es lo que abunda. Es un dandi entre codazos , tiene algo de monje extranjero y una cabalgada de mucho compás, con pase final de lámina. Ya su nombre, tan exótico, aliterado de zeta, anuncia a un grandioso. Tiene ensimismamiento de lobo. Se fue porque ya no podía ser Zidane, y abrió así al club, elegantemente, la posibilidad de encontrar a otro como él, que no existe.

Zidane no quiso envejecer en el tajo, como las folclóricas, y ha vuelto joven, porque ha vuelto de entrenador. Aunque no se había ido, o se había ido un rato. Entrenó al Castilla, que le daba tajo así a un clásico que vive a su aire por ahí, como si no fuera una leyenda del fútbol eterno. A Zidane le miramos el traje impecable , o los pantalones de moda, y le vemos antes la cabeza, esa cabeza suya de estatua de monje. Aunque el traje a medida siempre se lo vimos en el campo. Se despidió para volver.

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