El trágico final de Tara Palmer-Tomkinson

La ahijada del Príncipe Carlos fue pionera en el arte de ser famosa por salir de fiesta

Tara Palmer junto a su padrino, el Príncipe Carlos de Inglaterra ABC

LUIS VENTOSO

Curiosamente, el término « it girl », tan de Instagram y de papel cuché, tendría su origen en el escritor anglo-indio Rudyard Kipling, autor de «El Libro de la Selva» y Nobel de Literatura de 1907. En uno de sus cuentos, anotó: «Ella no es, por así decirlo, una belleza, ni ofrece una buena conversación, solo tiene ‘eso’». Ese «it» sería el magnetismo que poseen ciertas mujeres jóvenes , que sin razón aparente se convierten en un imán de atracción. Tara Palmer-Tomkinson, muerta el miércoles a los 45 años, en su piso de South Kensington de cinco millones de euros, fue la «it girl» inglesa de los noventa. Rica, guapa y amiga de la realeza , divertida y alocada, su talento consistió en que «era muy buena para la fiesta».

El final fue trágico . Un poco olvidada y más bien recluida, luchaba contra un tumor cerebral diagnosticado en enero de 2016. Su sirvienta portuguesa encontró el cadáver y rompió a sollozar. La reina del Londres de champán y coca de los noventa llevaba cinco días muerta. Nadie se había dado cuenta. Vivió muy deprisa. Siempre fue bienvenida en Palacio (en 2011 figuró entre los invitados a la boda de los Duques de Cambridge ). Pero también conoció las comisarías.

En los años noventa y a comienzos de siglo no pasaba día sin que la socialité apareciese en alguna revista o en algún periódico amarillo británico, lo que le abrió también las puertas de la televisión y hasta la llevó a publicar dos novelillas. Carecía de cualidad profesional conocida, aunque poseía habilidades propias de su alta cuna: excelente esquiadora, solvente pianista, amazona experta y buena dibujante. «Puedo recitar cada línea de Shakespeare. Tengo muy buen cerebro», aseguraba en una entrevista en 2012, desmintiendo su cliché de envase vacío. Probablemente no mentía. Pero costaba asociar a Tara con El Bardo.

El Príncipe Carlos , que era su padrino, y su esposa Camilla han expresado su «hondo pesar». Tara pasó muchas jornadas náuticas y de esquí con los adolescentes Guillermo y Harry («rodeada por 40 policías»). A pesar de su dispersión y de su combustible de drogas y alcohol, siempre supo guardar la reserva sobre sus vivencias con la realeza. Solo comentaba risueña que como amiga le había dado «centenares de besos» al Príncipe Carlos.

Desde un Londres donde la fiesta todavía primaba sobre el dinero, ejerció un rol similar al que luego han desempeñado Paris Hilton o Kim Kardashian . Aunque marcaba distancias: «Yo no vengo del mundo de Paris Hilton. El mío es un mundo privilegiado, sí, pero de dinero viejo. Si en mi casa se rompe un plato te ordenan pegarlo».

El hecho de que fuese ahijada de Carlos se debió a la amistad del Príncipe con sus padres, el terrateniente Charles Palmer-Tomkinson, de linajuda familia y antiguo esquiador del equipo olímpico, y su mujer Patricia, una modelo de origen argentino. Tara se crio en el latifundio familiar de Hampshire, de 485 hectáreas, y con solo siete años la enviaron a un internado selecto , con ese desapego emocional clásico de los pudientes ingleses. «Era el tipo de persona que en un momento dado puede estar tocando el piano de manera elegante y bonita, y al siguiente, subida en la mesa de un bar bailando», recuerdan sus amigos, que alaban su ingenio y buen fondo. La revista «Tatler», guía de la etiqueta británica, la puso en órbita al coronarla en portada como la «it girl». « Siempre hacía reír y siempre estaba lista para ir de fiesta ». Chanelazo, taconazos y farlopa en el bolsito. Ese era su arsenal.

Última recaída

Su consumo de cocaína , que más tarde achacaría a su baja autoestima, llegó a costarle 450 euros al día. En sus fases alborotadas le dio por acudir a las fiestas con un simple bikini bajo el abrigo. Alcanzó tal nivel de entusiasmo esnifador que hubo de ser sometida a dos delicadas reconstrucciones del tabique nasal, que la desmoralizaron. En 1999 fue internada en una de las clínicas más célebres contra las adicciones, la Meadow de Arizona. El tratamiento costó unos 40.000 euros. En los últimos tiempos se cree que había recaído en el alcohol y las drogas, porque estaba «aterrorizada por el miedo a morir». A su tumor cerebral se unía una enfermedad autoinmune, que le provocaba fatiga y anemias.

Durante unos años mantuvo una columna de cotilleos en «The Sunday Times». La escribía un negro, que las pasaba canutas para dar con ella antes del cierre. Trabajó algo como modelo, hizo televisión y acabó participando en concursos chuscos , de famosetes encerrados en una isla virgen. Su hermana mayor, Santa Montefiore , es escritora y está casada con el conocido historiador Simon Sebag Montefiore .

Repitiendo la maldición de muchas guapas, Tara mantuvo varias relaciones desafortunadas con hombres inadecuados. Nunca se casó ni tuvo hijos. Tampoco lo añoraba. Muy independiente, confesaba que le horripilaba despertarse en la cama con otro cuerpo respirando al lado. Sobre los niños, venía a decir que muy ricos, sí, pero para un rato. Fue una snob de cuna alta, pero al menos lo reconocía: «Digamos que los posh no tenemos mucho amor en nuestras vidas. Pero para ser honestos, lo prefiero a vivir en un bloque de viviendas sociales».

Chica con magia. Estrella fugaz de la noche que se despertó en una resaca trágica.

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