EL VERANO DE MI VIDA

José Andrés: «Mis mejores veranos fueron a veinte minutos de casa»

El reconocido chef, empresario y activista recuerda los estíos en la Colonia Güell

José Andrés (segundo por la derecha), con su madre, hermanos y primos en la Costa BravaABC

Ana Luisa Islas

El chef José Andrés (Mieres, Asturias, 1969) , crecido en Cataluña y radicado en Estados Unidos desde los 21 años, siempre veranea en Zahara de los Atunes. «Mi mujer me lleva hacia el sur», confiesa. Este verano, sin embargo, el activista y cocinero interrumpió su descanso para viajar a Beirut y responder a la emergencia tras las explosiones ocurridas en la capital libanesa el 4 de agosto. World Central Kitchen, la organización que fundó en 2010 y por la que recibió hace un mes el Basque Culinary World Prize, se encarga de alimentar a la gente que lo necesita, en situaciones de crisis. Verano movidito para él, tras haber servido más de un millón de comidas esta primavera, tan solo en España, por el Covid-19.

A pesar de su activismo, de haber sido nominado al premio Nobel de la Paz y de haber protagonizado «Vamos a Cocinar», (TVE), entre 2005 y 2007, José Andrés sigue siendo más reconocido en EE.UU. que aquí. Para su tranquilidad, en España, todavía puede moverse en el anonimato; en todos lados, salvo en la montaña de Montserrat , en donde, cuando grababa para Televisión Española, algunas de las vendedoras de mató, el queso fresco típico catalán, le reconocieron. No fue por su trabajo en la tele ni por su enemistad con Trump, que en aquel entonces no existía, sino de su niñez, de los veranos que pasaba con su abuela y sus primos en San Vicente de Castellet. «Había un día en que nos acercábamos a Montserrat, para comprar queso y disfrutar de mi postre favorito: miel y mató», confiesa.

Se pone nostálgico cuando recuerda esos veranos, «los mejores de mi vida», de sus 8 a sus 12 años, cuando vivía junto con sus hermanos y sus padres en el pueblo de Santa Coloma de Cervelló, a 20 minutos de Barcelona. Sus padres, ambos enfermeros en el hospital de Bellvitge, no solían tener vacaciones conjuntas , salvo una semana, así que mandaban a sus hijos con su abuela, unos días, y «a casa de la señora María Luisa y su esposo, a tan solo 20 minutos andando de casa, en la Colonia Güell, algunas semanas». A pesar de que el barrio trazado por Gaudí estaba tan cerca de su hogar, para los hermanos Andrés, se trataba de una aventura . «Las primeras cerezas que nos encontrábamos camino de la escuela, y que cortábamos con permiso de los payeses, nos anunciaban que el verano estaba cerca», recuerda. «Era una gran premonición, además de deliciosa», explica.

Durante los días que pasaban fuera de casa, jugaban al baloncesto, por «25 pesetas, y, por 15, entrábamos a la piscina municipal». La semana que sus padres compaginaban vacaciones, se llevaban a sus hijos al pueblo pesquero de Tamariu, en la Costa Brava. Ahí, José disfrutaba de sendas comilonas en Vora la Mar, un hostal-chiringuito, en donde, si tenía suerte, en la sobremesa, su padre le dejaba saborear un poquito de cremat: café, ron de caña y azúcar, bebida que los emigrantes de Cuba y el Caribe llevaron a Cataluña. «Cuando visité Cuba y lo probé, se me saltaban las lágrimas», recuerda. La tarde en Tamariu era redonda si, además, se acercaba algún grupo tocando habaneras y cantaba la aún favorita del chef: «El meu avi» («Mi abuelo»). «Cuando me pongo melancólico, me gusta cantarla. Los mejores veranos no tienen por qué ser a kilómetros de casa, los míos fueron a 20 minutos», recuerda.

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