Maravillosos guiris
Cuento de vacaciones
Tras toda una vida veraneando en Mallorca, la representante en España de las Hijas de la Revolución Americana asegura conocer cada rincón de la isla
Las vacaciones de jubilada se me presentaban tranquilas… Sin problemas de fechas ni programa fijo, o sea, con tiempo para leer, nadar… Pero presumir con mis amigas de juventud de tener casita en Mallorca me iba a pasar factura. Llamadas, correos, recordatorio de alguna promesa, hicieron que rápidamente tuviera una larga lista de gente esperando mi invitación. ¡Había que escoger cuál sería la afortunada!
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Una limpieza rápida, alguna compra y a toda velocidad hacia el aeropuerto. Necesitaba tiempo para acostumbrarme a la cantidad de turistas - colores/formas/idiomas - que tenía que sortear antes de llegar a la puerta de llegada que creía la correcta. ¡Luego había que reconocer a la invitada!

La vi de lejos, no ha cambiado tanto - un poco más rellenita -, pero lo mismo que me pasaba a mí. Tenía presente que ella estaba acostumbrada a solo un beso en la mejilla y quizá un pequeño achuchón, pero ya se iría acostumbrando en su visita a los besos y saludos de mis amigos españoles.
Eran las 16.00h y fuimos a tomar algo típico de la isla: pa amb oli , sobrasada y caracoles , aunque lo último no le hizo mucha gracia. Yo insistí en que estaban deliciosos y le propuse que los probara, aunque fuera tapándose la nariz y los ojos. Pero nada, lo suyo seguía siendo la hamburguesa.
Cuando deshicimos la maleta, tuve que recordarle que no estábamos ni en Nueva York ni en Madrid. Estábamos en Mallorca, donde una va cómoda y ligera: sandalias, shorts, sombrero, gafas y biquini, sin importar los kilos . ¡Con tanto turista, nadie se iba a preocupar de mirarnos!
Antes de ir a la playa quería que mi amiga conociese el interior de la isla, l as zonas donde pocos turistas llegan : lugares escondidos tras los pinos, algunos molinos y antiguas paredes de piedra. Aunque llegamos algo tarde a la cala, le dio tiempo a tomar su primer chapuzón. ¡Cómo relaja el agua del mar! Luego nos fuimos a casa para ponernos al día con una botella de vino blanco frío.
Al haber pasado todos mis veranos en Mallorca con mi madre desde 1956, he tenido tiempo de conocer los recovecos de la isla y elegir los lugares ideales donde llevar a mis invitadas.
Gastronomía
La hora de la comida era un gran momento. Algunas veces preparábamos comida y otras íbamos a un chiringuito para degustar los platos típicos mallorquines. Los isleños, y me incluyo , estamos muy orgullosos de las ricas verduras que da la isla. Aún recuerdo una vez que paré en un restaurante por Randa y pedí un plato de berenjenas rellenas. Cuál fue mi sorpresa cuando el chef me contestó tajante: «Aquí solo cocinamos productos locales y la berenjena mallorquina aún no está en el mercado, así que no se lo puedo servir».
El atardecer en la terraza de casa fue el mejor momento del día: tranquilas, mirando al mar, con la brisa acariciándonos la cara y admirando los yates que se movían por la bahía. ¡No hay nada como tener lo justo para ser feliz y estar en compañía de amigos!