Calamaro: parar, templar y mandar
El cantante argentino presenta su nuevo disco y actualiza sus grandes éxitos en Las Noches del Botánico
Con Andrés Calamaro (Buenos Aires, 1961) pasa como con los grandes genios: o se les ama o se les odia. No hay término medio. Políticamente incorrecto («como músico de rock tengo el compromiso de ofender, de gustar pero ofender. Es lo que viene haciendo el rock desde que existe, si no lo hacemos nos van a reclamar y no sin razones») y provocador nato. Ahí están, por ejemplo, sus manifestaciones de apoyo al partido de Santiago Abascal o su defensa a ultranza de la tauromaquia.
Era interesante ver cómo recibía el público madrileño su nuevo trabajo discográfico. Un disco titulado «Cargar la suerte», decimoquinto trabajo en estudio del músico argentino y grabado en apenas cuatro días, en el que, como buen aficionado taurino que es, extrapola la expresión cargar la suerte (término en el que el torero arriesga en el embroque, adelantando la pierna de salida al citar al toro) al mundo del rock.
Una búsqueda incesante de la verdad, tanto en la forma de tocar como de interpretar, asumiendo riesgos con economía de medios. Como en la tauromaquia. Muleta y estoque, en este caso voz, banda de cuatro miembros y teclados, buscando siempre la esencia y la pureza. Filias y fobias taurómacas aparte, de lo que no cabe duda es del poder de convocatoria del argentino. Tres mil almas llenaron el Jardín Botánico de la Universidad Complutense a más de 35 grados de temperatura, en plena ola de calor, y con todas las entradas vendidas semanas atrás .
Innegable también es su talento, intensidad y carisma. Y con una acogida enfervorecida de un público que le adora y le idolatra como a un mesías. Al argentino le acompañó una banda formada por Germán Wiedemer a los teclados, Mariano Domínguez al bajo y a la voz, Julián Kanevsky a las guitarras y Martín Bruhn a la batería, que hicieron de su solidez su mejor arma.
En esta gira y como novedad, Calamaro ha vuelto a cantar desde el teclado después de mucho tiempo sin hacerlo. Tiene vocación de instrumentista, de hecho comenzó su carrera como teclista, y se nota. Y aunque él mismo ha dicho que no puede presumir de grandes dotes como cantante su verdadero objetivo es tocar bien sus canciones . Y así fue durante las dos horas que duró el concierto. Un recital que comenzó, previo saludo torero y a porta gayola con «Alta Suciedad», a la que siguieron «Verdades Afiladas», primer corte de su nuevo disco, y «Clonazepán y circo» de Honestidad Brutal.
El primer delirio
Continuó con una excelente versión de «A los ojos», que provocó el primer delirio de la noche, con el público coreando ¡Olé, Andrés! Una emotiva lectura de «All you need» dio paso a «Tuyo siempre» y «Crímenes», que compartió con el único invitado de la noche, un inspirado Coque Malla.
Los momentos de mayor enjundia del recital tuvieron lugar cuando el bonaerense dio una clase magistral de rock clásico, de lo que en el mundo taurino se conoce como parar, templar y mandar , deteniendo el tiempo y el espacio, bordando «La parte adelante», «Las oportunidades» y «FLV» (Falso Louis Vuitton).
También tuvo a bien evocar, cómo no, su etapa en Los Rodríguez con «Mi enfermedad» y «La milonga del marinero y el capitán» y de abordar auténticos himnos intergeneracionales como «Estadio Azteca» , «Los chicos» o «Paloma», justo antes de atacar los bises. En el primero de ellos volvió a reclutar a Coque Malla para hacer una conmovedora versión de «Flaca», y en el segundo recordó al desparecido guitarrista de Tequila, Julián Infante con la emotiva «Me estás atrapando otra vez» , para cerrar una vibrante noche llena de sabor.
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