Verano a estrenar el primer día de piscinas abiertas
Sin mascarillas ni límite de aforo, los madrileños se lanzaron a las piletas municipales, gratuitas por un día, en vísperas de la festividad de San Isidro
Había llovido por la mañana, pero era una lluvia liviana que aumentaba más el bochorno. Lo más tropical que podía tener Madrid en mayo y en ‘los isidros’. En el Metro que llevaba a la piscina del Lago de la Casa de Campo los chiquillos mostraban la ilusión de estrenar no sólo un verano, sino algo más: la normalidad de no tener que solearse con mascarilla. Las pieles muy blancas, claro, que un día es un día y ya habrá tiempo, otros días más despejados, para embadurnarse de Nivea.
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Lola hacía recuento de las revistas que llevaba en su bolsa de playa con unas gafas de sol, en el vagón, de otra época. «A estrenar verano», se le instó, y ella, en el meneo del tren y la distorsión vocal de la mascarilla dijo algo así como «a ver si nos respeta el día». Porque en el Metro , el día que abrían las piscinas madrileñas, había alguno que otro que vestía ese chaleco de entretiempo. Y sin embargo, tras la tormenta, el cielo se abrió y en las dos piscinas de la Casa de Campo todo era un jolgorio. 21,9° marcaba el termómetro acuático.
Cómo recordaba Alicia Martín , Directora general de Deporte del consistorio, se «estaba desarrollando todo con normalidad», a pesar de que la entrada era gratuita y a pesar, también, de ese goteo constante de madrileños que llegaban al recinto cuando el día se consolidó como preveraniego. Y ya en la piscina la feria humana, las carnes blancas, poca protección solar, y el mirón y el que corre por el borde de la pátina de agua y es apercibido por el socorrista, que tiene también encima esa faena sancionadora.
Un joven albino llevaba una camiseta roja, y en los bancos que dan a los vestuarios y están a la sombrita, Joaquín, «de aquí de toda la vida» miraba discurrir ese tratado humano que es una piscina. «Esperando a unos amigos, los de todos los años», confirmó, cuando reconoció a esos viejos amigos, ‘piscineros’ de siempre. Luego irían a por el aperitivo con sus camisas hawaianas y ese moreno español que da la obra al jubilado.
Apuntes al sol
No se podía introducir alcohol en el recinto, pero ‘de estrangis’, Roberta, mulata y brasileña, daba cuenta de una lata madrileña y cinco estrellas. «Es que el agua está muy fría» , se justificaba, mientras sus diez amigos que hacían corro en el césped buscaban en perfecto español el sinónimo «exagerada». Y ahí seguían, con unas cartas a medio jugar y los apuntes de la carrera sobresaliendo de las mochilas. El gozo del estudio , el juego, el sol y el baño.
Si se fijaba la vista en la lámina de agua se apreciaba al nadador de invierno y al que nadaba como un can, que de todo hay en la viña del Señor. Y con un bañador mínimo y una piel tersa, Antonio, carabanchelero de Venezuela, caraqueño de Madrid, esperaba a «una amiga», con impaciencia y el bañador lucido sin complejos. Porque él, de la «zona más fría» de Caracas, «El Junquito», no iba a amilanarse por cuatro gotas. Su primer baño de la temporada lo catalogó como «pura gloria», y sabía que sí o sí, «indiscutiblemente», iba a empapar su Speedo. E, ‘indiscutiblemente’, se lanzó de cabeza y dio sus largos respectivos con más voluntad que estilo, todo sea dicho.
El albino seguía con sus amigos y sus ropas de baño, y el resol se iba llevando por delante objetivos fotográficos en una piscina que, en las vísperas de San Isidro , fue gratuita, como todas en la Capital. Alguna joven portaba un clavel en el pelo y lucía palmito ‘isidril’, que es lo que tiene abrir las albercas municipales en la víspera del Día del Patrón y todo lo que hoy tiene que dar la Pradera .
El Ayuntamiento calificó como «tradicional» la apertura de las piletas, a un precio máximo de 2,25 euros por barba , mientras hacía hincapié en que si bien no había limitaciones de aforo, sí que se han habilitado dos turnos y una hora, de 15.00 a 16.00 para desinfectar. Un cierre que, admitían, contribuye a que «prácticamente no hubiera incidentes el año pasado». Cuando nos habituamos a las restricciones en el aforo y a la distopía de tomar el sol con mascarilla.