San Emilio: Una parroquia desde la barra del bar

El trabajo y dedicación de Pablo, el párroco, son el alma de esta comunidad del barrio de La Elipa

El interior de la parroquia de San Emilio, con el altar al fondo FOTOS: MAYA BALANYÁ

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Una parroquia, historias de vida. Juan y Adela –nombres ficticios– fueron desahuciados de su casa hace diez días . Jóvenes, sin causas pendientes con la justicia. Viven desde entonces en una pequeña tienda de campaña en un parque no muy lejano al templo de san Emilio, Travesía de José Noriega 4, barrio La Elipa. La policía les ha dado un plazo para que desalojen. El primer día que se vieron en la calle fueron a pedir a la puerta de la iglesia . Y allí se encontraron con el cura. Comenzó la conversación. Al término de la misa, cena caliente en un chino del barrio, con mantel y un recipiente para las siguientes veinticuatro horas. Hay que tomar una decisión urgente. Buscar una alternativa digna a la tienda de campaña improvisada. Y preparar un plan acelerado de formación para que Juan se saque un carnet de manejar maquinaria pesada y Adela un curso de atención doméstica y cocina. En esas interviene Manuel, ex adicto, la voz de alarma del párroco para los casos complicados. Manuel, que estuvo, en los momentos más duros, viviendo en la casa del sacerdote y que ahora, cuando se cruza con él, lo primero que hace es darle un sonoro abrazo.

Es la primera parroquia que visito y que casi no piso. Porque Pablo Maldonado, un torbellino de fuerza misionera , no me deja que le entreviste de forma tranquila. No para. Entra gente constantemente al despacho, que si el de la caldera, que si el que viene a traer la lotería, que si Alberto Garzón, voluntario de Cáritas, le recuerda que hay que hablar de tal persona, que si llega el sacerdote adscrito, venezolano, estudiante de Derecho Canónico de san Dámaso con un amigo, también sacerdote de Venezuela, de paso por Madrid.

«Vamos a ver la parroquia», me dice Pablo. Y me lleva a un taller de maderas, en la acera de enfrente. «Antonio, que este periodista quiere saber cómo es la parroquia», grita desde la puerta. «Cojonuda», responde nuestro hombre, más metido en medir un tablero que en mirar a los que se le han colado. «No le hagas caso», dice el cura. «Tendrías que verle en misa los domingos», apostilla. ¿Vamos a tomar un café? Y me cuentan que en el bar tienen el móvil del cura. Cuando algún desahogo de barra de bar trasciende los grados de alcohol, a quien llaman desde el otro lado de la barra es al cura.

Exterior del templo

En Cáritas está Alberto, jubilado, encargado de los alimentos, cerca de tres mil kilos mensuales que recoge con un camión y un comando de voluntarios, en el Banco de Alimentos. Y María González, que veo maneja con soltura los papeles, no es burocracia sino esperanza para las ciento treinta familias que ayudan. María cuenta la visita de ayer a una familia peruana que acaba de acoger en su piso a cinco compatriotas. Llevaban una semana en la calle. La impresión, cuando le abrieron la puerta, es difícilmente descriptible. Se abrió el cielo y la tierra . Algo más que un poema, un drama en las caras, en la mirada que pide a gritos dignidad.

«Pablo, que me tengo que ir a clase y ya voy justo de tiempo», le digo. «Tranquilo, yo te llevo. Vamos a por el coche», contesta. Y nos metemos entre edificios de una barriada, casas de ladrillo y ropa tendida. Un pequeño vehículo subido entre dos aceras, en medio de un barrizal. «Mi garaje particular», apunta. «¿Y te dejan aparcar ahí?», le digo. «Nadie se ha enterado», responde.

Comunidad

En el trayecto hablamos de la misión para mayo, el Santísimo expuesto y el grupo de jóvenes por las calles. También de las horas de confesionario, de la atención espiritual, de la chica que estudia medicina y que le ha dado el sí a Dios. Y me cuenta que la pasada semana, un joven de la parroquia murió de un infarto a los 22 años. Y cuando estaba en su casa acompañando a la familia, los amigos del joven difunto le dijeron que si por favor les habría el templo, que querían rezar por su amigo.

Allí se fue con los chavales hasta entrada la madrugada. ¿Está claro cómo es la parroquia de san Emilio? Un templo en cuesta, complicado acceso para las personas mayores, que pasa inadvertido. El templo quizá, no el párroco .

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