Mi Agenda de Madrid para el fin de semana
De Reyes y bohemios, y cápsulas del tiempo
Dijo Camilo José Cela que Madrid es un poblachón manchego, y aunque un madrileño militante como yo tiende a compararse permanentemente con las grandes capitales europeas, al último Nobel español no le faltaba razón
Dijo Camilo José Cela que Madrid es un poblachón manchego , y aunque un madrileño militante como yo tiende a compararse permanentemente con las grandes capitales europeas, al último Nobel español no le faltaba razón. Es más, esa es la gran virtud de la capital de España: lo mejor de una de las grandes ciudades del mundo y lo mejor de una ciudad al alcance de los pies. Me lo dijo en una ocasión un embajador europeo: «Madrid es uno de los destinos más buscados por el peso de España, por su clima, por su gastronomía, por su Historia… y porque puedes volver andando a la Embajada después de cenar: todo está cerca».
¿Qué otras cosas hacen únicas a Madrid? Se me ocurren dos, tan perfectamente contradictorias como maravillosamente compatibles: Reyes y bohemios, el poder y las letras, los salones y las tascas, las musas y el teatro. Por tanto, si hay que hacer un plan este fin de semana, que sea a pie, y como un Rey tan sabio como Alfonso X obligó por ley a acompañar las bebidas de una ración, lo correcto en la Villa y la Corte es regar los paseos culturales con un buen vaso de vino o una buena caña, en ambos casos con su conveniente tapa. Un paseo agradable en el que a cada paso te asalta la Historia de España, la política y la literaria, con historietas entretenidas para contar a los acompañantes.
Sugiero así un paseo que empiece en la Plaza de Oriente, bajo la estatua de Felipe IV, conocida como la estatua de los cuatro genios. La escultura del Rey planeta está situada en el centro de la plaza de Oriente, lugar privilegiado entre el Palacio Real y el Teatro Real, y rodeada de varias decenas de esas estatuas de los primeros Reyes. Antes de centrarnos en la peculiaridad de la estatua central, una curiosidad: ¿por qué las figuras de los Reyes son tan toscas? Porque se diseñaron para colocarse en los tejados del Palacio, de manera que fuesen vistas a decenas de metros de distancia. Pero un mal sueño de la Reina (en un incendio se desplomaban sobre su dormitorio) obligó a bajarlas a pie de plaza y mostrar su ruda factura. Rey caprichoso, Felipe IV quiso que su estatua fuese más impactante que la de su padre, así que pidió una como las pinturas ecuestres de Diego Velázquez: con el caballo sobre dos patas. Aquello era casi una locura por el peso de los materiales, por lo que hizo falta una auténtica obra de ingeniería sólo al alcance de las mentes más privilegiadas, y así fueron reunidos los cuatro genios: el pintor Velázquez, los escultores Pietro Tacca y Juan Martín Montañés... y el científico Galileo galilei, ocupado de conseguir el equilibrio imposible del caballo rampante . Gracias a los cuatro, aún hoy, Felipe IV observa el centro de la ciudad de Madrid desde su privilegiada posición.
Caminando ya hacia Sol, detrás del Teatro Real está la plaza de Ópera, uno de los centros del poblachón, donde se erige la estatua de Isabel II, que esconde un secreto bicentenario: una cápsula del tiempo que incluye una caja de plomo y que guarda una gaceta y un diario del 8 de octubre de 1850, varias monedas, una copia del acta de la ceremonia de colocación de la estatua y un número del Heraldo del 16 de mayo de 1850 .
El primer tentempié lo podemos tomar en el nuevo Lhardy , ya recuperado de las apreturas de la crisis, y renovado para ofrecer la solemnidad de siempre. Como dijo Azorín, que escribió miles de artículos en ABC, «no se puede concebir Madrid sin Lhardy». Para llegar allí habremos recorrido la calle Arenal, olfateado el chocolate de San Ginés y cruzado la Puerta del Sol, donde encontraremos la estatua del mejor alcalde de la Villa, Carlos III, el oso y el madroño, el kilómetro cero y la sede donde trabaja la presidenta de la comunidad madrileña, a la que tanto deben los bares y restaurantes que vamos a visitar. Tras tanto caminar, nada como un caldo caliente y una excelente croqueta de puchero.
La siguiente cápsula del tiempo la encontraremos en la Plaza de las Cortes, frente al Congreso, donde posa otro rey, pero este de las letras castellanas: Miguel de Cervantes . En la última reforma de la plaza, en 2009, se halló bajo la escultura otra cápsula del tiempo, que fue desvelada por ABC : un cofre de 1834 que arroja un claro mensaje de defensa del liberalismo frente al absolutismo, un legado político que las autoridades del momento quisieron salvaguardar para que llegara intacto a las futuras generaciones de madrileños .
Cervantes nos abre el camino hacia el barrio de las Letras, donde son centenares las historias que se cuentan en los mentideros, y donde vivieron en sus tiempos tres de los grandes: Quevedo, Lope de Vega y el propio Cervantes. En los cruces de sus calles emergen las tabernas y las historias literarias del museo urbano más importante de las letras castellanas. Ese barrio pivota en torno a la plaza de Santa Ana, donde conviven las estatuas de Calderón de la Barca y García Lorca, donde escribía Hemingway y donde se levanta uno de los templos de nuestra literatura: el Teatro Español. Pero antes de llegar conviene hacer parada y fonda.
Primero en el Pez tortilla (Calle Espoz y Mina, 13), donde la variedad de este plato típicamente español es abundante. Recomiendo acompañar el vaso de vino o la caña de cerveza con un pincho de la clásica con cebolla y otro de la de trufa, brie y jamón. Y para llegar a la plaza de Santa Ana el mejor camino es coger el callejón del Gato, donde se puede recordar a Valle-Inclán picando algo en La Fragua de Vulcano , auténtica taberna madrileña con evidentes referencias al maestro Velázquez.
Para finalizar, tras las conversaciones propias de quien combina un entretenido paseo con el buen beber y el buen yantar, se puede disfrutar de una obra allí donde se han representado siempre, en el Teatro Español. Ahora, por ejemplo, 'Silencio' , obra en la que Blanca Portillo es capaz de interpretar varios registros en una sola función. Y obra muy conveniente para compensar este paseo, porque versa sobre el silencio como posible don de la conversación. Porque a veces la mejor manera de hablar es quedarse callado, pero con la inquietud saciada y el deber cumplido tras recorrer los mil rincones de esta maravilloso poblachón.
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