María Toro: «En la escena de jazz de Nueva York tuve la suerte del principiante»
La flautista gallega presenta mañana en el festival JazzMadrid su nuevo disco «Fume», una de las joyas de la temporada
En su adolescencia, la flautista gallega María Toro experimentó un brote de rebeldía contra el instrumento que llevaba tocando desde los ocho años. Como le pasa a todo el mundo a esa edad, le entraron ganas de romper con todo y cada vez le costaba más dedicar tres horas a practicar después del colegio mientras sus amigas hacían lo que les daba la gana. Pero entonces, un disco de Jethro Tull se cruzó en su camino y descubrió que también se podía ser toda una rebelde con la flauta. Su talento y desparpajo hicieron que en sus viajes a Suiza, Estados Unidos o Brasil viviera experiencias que harían salivar a cualquier aficionado a la música , y ahora, ya afincada en Madrid, cierra su trilogía de debut con «Fume» , un disco que combina la profundidad del jazz, la emoción del folclore gallego , sabrosos guiños flamencos y la energía del progresivo más excitante y arrollador. Lo presentará en primicia en JazzMadrid , mañana a las 20.30 horas en el Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa (16€ / Reducida: 14€ / Amigos FG: 13€).
¿Cómo encontró el momento para grabar este disco con la que tenemos encima?
Tenía algunos esbozos de las composiciones y durante el confinamiento aproveché el tiempo para terminarlas. En cuanto me dejaron reunirme con mi banda, lo ensayamos y grabamos en tres días. Estábamos hambrientos.
Pasó por la Escuela de Música Creativa de Madrid. ¿Qué le aportaron esos años?
Para mí fue todo un descubrimiento. Yo estudié clásico en Galicia, pero tenía interés por otras músicas, sentía que me faltaba algo. Tenía mucha técnica y hacíamos un trabajo intelectual muy potente, pero a mí me gustaba improvisar. Y eso no se podía. Me dieron una beca para la Creativa, allí descubrí el jazz y me cambió la vida.
Después se fue a tocar a Zurich, y luego a Nueva York.
Al terminar en la Creativa, estudié flamenco en la Escuela Amor de Dios y empecé a dar conciertos en tablaos y a hacer giras con compañías de baile. A raíz de eso me contrataron en una compañía en Zurich y estuve yendo a trabajar allí muy a menudo. Después me mudé a Nueva York y desde allí seguí yendo a Suiza a hacer trabajos durante un tiempo. Pero entonces me empezaron a salir muchos conciertos en Nueva York, y ya no podía abarcar todo.
¿Cómo empezó en la exigente escena jazzística de Nueva York?
Fue la suerte del principiante, porque nada más llegar, la primera semana, ya estaba tocando en el Blue Note. Había un bailarín de claqué al que le gustaba mucho el flamenco y quería un flautista flamenco. Y claro, en Nueva York no lo había. Caí ahí y después fui al Joe’s Pub, el 55 Bar… A muchos sitios. Me faltó el Carnegie Hall (risas). Allí fue donde me solté y donde grabé mi primer disco.
Allí tocó con el excelso bajista Richard Bona, que es todo un personaje.
Un día estaba con mi pianista Jean Michel Pilc y me dijo que esa noche tocábamos en el 55 Bar. Cuando ya me iba a ir dijo: «Ah, por cierto, tocamos con Richard Bona». Y yo: «Entonces no toco, solo escucho» (risas). Le eché valor, fuimos e improvisamos con él y fue maravilloso. Le había descubierto en 2004, en JazzMadrid precisamente.
Grabó con el gran Hermeto Pascoal en su segundo disco «Araras», ¿cómo surgió?
Es una de esas cosas mágicas que pasan una vez en la vida. Me mudé a Río de Janeiro por razones personales y cuando llegué allí empecé a ir a «jam sessions» a ver qué se cocía. Descubrí un baterista muy joven que me impresionó, fui a hablar con él, nos hicimos amigos y resultó que era el baterista de Hermeto. Me lo presentó y en su casa fue tan generoso, tan encantador… Estuvimos tocando y ese día me regaló una composición que escribió en el momento sobre un trapo de cocina: «Es para ti, haz con ella lo que quieras». Todavía no he tenido el valor de grabarla. La tengo enmarcada en el salón.
Noticias relacionadas