El Johnny, un estercolero

ABC entra en el colegio mayor tras el desalojo okupa. Ahí se ejercía la prostitución y se vendían droga, tabaco y bebidas

M. J. ÁLVAREZ

Parece una miniciudad de la que todo el mundo ha huido a gran prisa para ser arrasada después por un batallón sucio y pestilente . Vasos con restos de no se sabe qué, copas con vino agrio, ceniceros repletos de colillas, botellas de cerveza a medias, cartones de leche abiertos, camastros con la ropa echada a un lado de quienes se han levantado y han dejado el hueco de sus cuerpos, mantas mugrientas, ropa por el suelo, maletas, mochilas, puertas y cristales rotos, baldosas ennegrecidas, basura, paredes destrozadas, baños insalubres, grafitis...

Así están las instalaciones del colegio mayor San Juan Evangelista, el emblemático «Johnny» , 24 horas después de que 310 okupas fueran desalojados y 84 de ellos detenidos por 600 agentes de la Policía Nacional tras más de un año de usurpación ilegal. ABC accedió ayer a su interior y recorrió las instalaciones convertidas en una pocilga.

En uno de los cuartos que un día pertenecieron a estudiantes, escrito con rotulador negro, hay un reclamo en la puerta que invitar a pasar. «Solo para nenas dispuestas a todo. De 22 a 30 años. Si quieres reír, pasa. ¿Te apetece entrar?, adelante. Si quieres gozar, no llames. Abre, entra y al lío;no te cortes». En varios más, las luces son rojas, como en todo lupanar que se precie. «Aquí dentro algunos se ganaban la vida como podían. Unos con la prostitución, otros vendiendo drogas , tabaco, bebidas, alimentos», explican quienes saben lo que se cocía en este enorme complejo de 7.300 m2 perteneciente a la Universidad Complutense, que echó el cierre el 29 de julio de 2014 cuando Unicaja, que tenía la concesión y lo gestionaba, lo abandonó y entregó las llaves a un notario.

Baños insalubres y sin agua

Poco después, los okupas sustituyeron a los universitarios que durante 38 años habían llenado de vida y de actividades culturales el recinto , convertido en un símbolo en los últimos años del franquismo y en la transición.

Custodiado por la Policía y detrás de unas vallas, medio centenar de exinquilinos, impacientes, aguardaban su turno para entrar y recoger sus pertenencias acompañados por un agente . Algunos, airados, increpaban a los funcionarios, temerosos de que les denegaran el acceso. «Yo voy a por mi ropa y una tele», decía María, una joven española que vivía en el «Johnny» desde mayo. Esperaba desde las 12 horas y eran las 17.30.

Teles, muchas de ellas de plasma, portátiles y equipos de música eran los objetos que poblaban todos los dormitorios . Para llevárselos, los agentes pedían a sus dueños una factura o un comprobante que demostrara que eran de su propiedad. «Yo lo compré en una tienda de segunda mano». «A mí me lo regalaron», se excusaban muchos. «¿Qué podemos hacer?». Algunos llegaron con coches e incluso furgonetas, donde fueron introduciendo colchones, somieres...

Un subsahariano apilaba decenas de cartones de tabaco que tenía escondidos debajo de la cama en un carrito de la compra, visiblemente enojado. Los vendía, al igual que zumos, refrescos y litronas. «He dormido en la calle esta noche y hoy lo haré otra vez», bramaba. Interpelado sobre si había ido a algún albergue, aseguraba: «No hay plazas. ¡Esto es España!» . Sin embargo, algún colega decía que tenía un vehículo y que mentía. No era el único vendedor del «Johnny». Una joven ofrecía alucinógenos, según figuraba en un cartel con su nombre en su cuarto. Y otro «cigarrillos naturales» (marihuana y hachís), a 2 euros los 20 gramos : «Si buscas otras cositas, pregunta». «El chino africano» apilaba en el alféizar de la ventana botellas de vino y hasta de champán, además de legumbres, pasta... «Aquí no se fía», rezaba una pegatina.

Un rastafari pretendía sacar una caja de setas alucinógenas y otros plantas de «maría» y chinas de hachís que les fueron requisadas por la policía. Las heces de los 25 perros que tenían los okupas estaban esparcidas por las escaleras. Y la cocina industrial, destrozada, por lo que los inquilinos guisaban en infiernillos y en vitrocerámicas. Habían roto todos los aparatos de la lavandería, así como las duchas. No había agua y muchas llaves de la luz estaban arrancadas. Y al auditorio, que tantos conciertos glorioso ofreció, le faltaban butacas. «Se repartían las habitaciones por nacionalidades. Las más limpias eran las de las familias», decían algunos exokupas. «Había muchas broncas desde que llegaron los africanos después del verano», aseveraban otros jóvenes. Los operarios tapiaban ya algunas entradas y los agentes se armaban de paciencia.

El Johnny, un estercolero

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación