El grafiti gana fuerza en el paisaje artístico urbano
La proliferación de majestuosos murales y proyectos relacionados con el spray ponen de relieve un nuevo concepto muy alejado del vandalismo
Si se habla de grafiti en Madrid, la dicotomía es clara: ¿arte o vandalismo? Como la ley camina por un lado y la evolución del spray discurre por el otro, la frontera entre ambos términos es hoy más difusa que nunca. Lejos aún de «mecas» urbanas como Nueva York , donde la semana pasada un juez impuso una multa millonaria al propietario del edificio 5Pointz por borrar en 2013 sus icónicos murales, la capital, no obstante, ofrece desde hace años señales intermitentes que demuestran el avance imparable de este movimiento.
Las obras ni son solo ilegales ni están necesariamente en la calle. Ferias como Urvanity Art (en el Colegio de Arquitectos de Madrid), que recoge hasta hoy el trabajo de autores que iniciaron sus trabajos en muros callejeros y ahora también forman parte del circuito en galerías y espacios museísticos, o iniciativas como la reciente restauración de la firma de Muelle en la medianera de Montera, son buena prueba de ello. Dada su expansión, el grafiti se ha sofisticado. Los «nuevos» murales han tomado el testigo de los clásicos trampantojos –paisaje artístico urbano por antonomasia– y proyectos como Pinta Malasaña o Muros Tabacalera , en el exterior del patio de la antigua Fábrica de Tabacos, suponen un reclamo turístico de luz y color a imagen y semejanza de otras ciudades ligadas al aerosol como Lisboa, Berlín, Londres o Nápoles .
Pero no siempre, por mucho interés que haya alrededor, la perdurabilidad de una obra va ligada a la voluntad del artista. «Nosotros pensamos que el dibujo solo tiene que permanecer si es el deseo del autor. La gran mayoría de muralistas no buscan que su obra permanezca, sino que evolucione con la sociedad», explica Sergio Bang , socio de Swinton & Grant. Frente a los muros de Tabacalera, se abre paso la única galería de arte urbano con sede física en Madrid. Desde allí, Sergio considera que el arte urbano es efímero por definición. «Tenemos un muro en la calle San Millán, 5, y cada artista que expone en la galería interviene también esa pared. El último ha sido el francés Pro176 y suelen durar cerca de dos meses», justifica, bajo la premisa de sacar una muestra de todas las exposiciones a la calle.
Safari urbano
Murales como los de Roa en Lavapiés (Doctor Fourquet, 24), Borondo (Marqués de Viana, 52) y Suso 33 (plaza de Leopoldo de Luis) en Tetuán, Blu en Legazpi (Eugenio Caxes, 1), S am3 en Madrid Río (Antonio López, 19), Sabek y E1000 en Getafe (El Greco) o el reciente de (avenida de la Albufera) forman parte de un safari urbano en el que algunas obras han sido pilares capitales en diversos trabajos de rehabilitación.
Es el caso de la cúpula del Mercado de la Cebada , que en 2013 el colectivo madrileño Boa Mistura –el mismo que dio vida a los famosos versos que aparecieron en los pasos de cebra– transformó radicalmente. Con proyectos a lo largo y ancho del planeta, tienen claro que «la aceptación, o la “legalización”, es una consecuencia de la madurez que poco a poco va adquiriendo el movimiento, y no al revés».
Aunque el progreso es palpable, no es oro –según sus protagonistas– todo lo que reluce. «Si el mundo del artista es difícil, el del grafitero lo es todavía más. Las autoridades nos consideran aún gamberros . Les da igual que muchos sean reconocidos internacionalmente o reciban encargos para pintar en zonas que luego disfrutarán todos los ciudadanos», advierte Hugo Lomas (Sfhir), cansado de la doble moral que, a su juicio, impera en las instituciones: «Mientras se ponen la medallita con el “street art”, no dejan de reprimir. Para mi eso no es apoyo. Yo he tenido varias iniciativas en Madrid y casi siempre me las han dinamitado».
En ese sentido, Spok Brillor , otro histórico grafitero de principios de los 90, subraya que «la única función del Ayuntamiento debería ser no interrumpir los procesos». No cree, además, que importe el signo político de los sucesivos equipos de Gobierno («las trabas son una cuestión burocrática») ni que el desarrollo de la corriente sea fruto de la profesionalización. «Eso solo afecta a quien ha decidido profesionalizarse. Lo que en realidad hay es mucha más atención mediática y sensibilidad del público. Si antes todo parecía un capricho y una gamberrada, el paso del tiempo ha hecho que se conciba como arte. Y eso que en España vamos con retraso respecto al resto de países», relata.
Pese a que de las primeras obras autóctonas, con aquella «vieja escuela de flecheros» –debido a sus trazos acabados en punta de flecha– conformada por Tifon, Glub, Remebe, Max 501, Muelle o Bleck (la rata) , apenas queda rastro; su legado, más de tres décadas después, continúa muy latente. «Iba con mis padres en el coche y me quedaba flipado viendo las firmas de Muelle... porque solo las hacía él», cuenta Sfhir, convertido tiempo atrás en un referente de la escena. Hace once o doce años dejó su huella a la altura del hipódromo en la A-6, sin saber que aquello pasaría a la historia del grafiti madrileño. «Pinté un mural que decía “Se busca por arte ilegal” y nunca lo borraron. El otro día un chaval se enteró de que era el autor y me dijo que había crecido viendo ese mensaje desde la carretera. Son cosas que marcan», subraya, despreocupado por las etiquetas impuestas al mundillo.
Cuestión de «códigos»
Sfhir, como Okuda, Suso 33, Borondo, E1000, Nuria Mora, Eltono, Ricardo Cavolo o Spok Brillor, entre otros creadores, combinan la calle con las galerías, los lienzos y otras técnicas artísticas. Una diversificación que no siempre es vista con agrado por todos. «Hay una pelea grande con las definiciones, pero en el fondo la gente que se preocupa por las definiciones no se preocupa de mejorar y desarrollar el arte», apunta el propio Sfhir, consciente de que el integrismo es parte natural de cualquier ámbito de la vida. «Son los códigos los que diferencian a los grafitis propiamente ilegales de los murales con permiso», sentencia Spok, para quien en los primeros influye más el riesgo y se realizan para llamar la atención de otros grafiteros, mientras que con los segundos se busca llegar al mayor número de personas.
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