Un espejismo de fe en las calles

El vacío asola la ciudad estos días de Semana Santa, en los que ni siquiera la lluvia podía contener a la gente en casa

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A la izquierda la plaza de Oriente, desierta como resultado del confinamiento masivo provocado por la crisis del coronavirus; la misma plaza, al paso del Cristo de Los Alabarderos, repleta de gente a pesar de las lluvias, la pasada Semana Santa Guillermo Navarro
Adrián Delgado

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El cielo, siempre protagonista en Semana Santa , dibujó ayer unas nubes velazqueñas que, otrora, hubieran mirado con recelo quienes salen de casa el Sábado Santo para encontrarse con la procesión de La Soledad . Sola y vacía, y con ese sol a ratos que se anhelaba el año pasado en estas mismas fechas, por la capital solo procesionó ese silencio presagio de que algo va mal, de una calma tensa y temible. Ni la lluvia logró hace solo doce meses contener a la gente en sus casas –casas que, ahora, son un refugio inmejorable– con la esperanza de que las gotas dieran una tregua para poder ver de cerca, por ejemplo, al Cristo de Los Alabarderos . Madrid siente cada vez más su Semana Santa y la ha venido viviendo con intensidad en la calles estos últimos años.

Caminar ayer por la misma plaza de Oriente que veía pasar bajo sus paraguas, el Viernes Santo de 2019, al Crucificado que escoltan los Guardias Reales era hacerlo por un decorado sin acción. Un espacio inerte. Nada le restaba belleza, pero Madrid es más ciudad cuando su gente desgasta los zapatos contra los adoquines. En la memoria se contraponen así esas dos imágenes. La de las personas agolpadas pese a la lluvia, empujando el fervor al paso de los anderos, y la de esa fría desnudez que ofrecía ayer el centro de Madrid y que fotografió también ABC. Una instantánea cargada de dolor pero que nace de la responsabilidad de quienes luchan sin tregua contra ese mal tristemente común: el coronavirus (Covid-19).

Hoy debería romper ese silencio que acompaña a la muerte el estruendo de la tamborrada de la Plaza Mayor . El ruido de los tambores que –ya es tradición– anuncia en la capital la Resurrección. Pero en su lugar cabrá más silencio y habrá que esperar hasta las ocho de la tarde para escuchar, de nuevo, esos golpes de esperanza en forma de aplauso unánime para todos los que trabajan contra el virus. Algunos creerán oír en él el golpe de los martillos que los capataces de los pasos no han podido hacer sonar esta Semana Santa. Otros, las palmas con las que la gente ovaciona a los costaleros y los anderos que cargan sobre sus espaldas el peso de ese fervor popular. Y, tal vez, entre los vítores, alguno crea escuchar el lamento triste de una saeta cantada desde un balcón a la Virgen.

Pero solo será un espejismo de esa fe que conmueve. De esa nostalgia con la que Madrid echa de menos la normalidad de vivir en las calles una celebración tan populosa como la Semana Santa. Días que quedarán en la memoria de todos para siempre. Como esas fotografías contrapuestas que contarán dentro meses, años y siglos el inmenso dolor de toda una ciudad refugiada en sus casas y el tremendo vacío que hace eco hoy en sus calles.

Y si ese recuerdo alcanza la categoría de anécdota , Madrid habrá logrado reponerse como tantas otras veces a lo largo de su historia. Y las hermandades y cofradías volverán a llenar con sus sonidos, sus olores y sus emociones las calles. Y los madrileños se volverán a agolpar en la plaza de Oriente –aunque llueva y apenas se vea entre los paraguas– para poder sentir cerca su Semana Santa. La pesadilla habrá acabado y la imagen que recoja entoces el objetivo de ABC ya no será un simple espejismo de fe.

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