El drama de los sintecho: «No existo en Madrid, soy un fantasma»
El perfil de las personas sin hogar ha cambiado en los últimos tiempos con la llegada masiva de inmigrantes. Entre ellos hay refugiados, solicitantes de asilo o licenciados
El perfil del sintecho ha cambiado. Ya no solo son los antiguos drogadictos y borrachos que la gente imagina como indigentes. La cantidad, cifrada en 2.200 según el último estudio municipal, ha aumantado debido a la llegada masiva de inmigrantes . Los que quieren ayuda acuden todas las noches al autobús que los lleva a algunos de los albergues municipales que forman parte de la Campaña contra el Frío ; los que no, se agolpan en céntricos lugares como la Plaza Mayor, donde se dan cita más de 80 cada noche. Inmigrantes, refugiados, licenciados o pendientes de asilo... sus vidas tienen una dramática historia por contar al no alcanzar el sueño que perseguían cuando se trasladaron a España.
Mohamad, refugiado sirio: De las bombas a una cama en Vallecas
Mohamad , sirio de 20 años, hace cola con su tarjeta. Pendiente de asilo, no tiene cita para conseguirlo hasta junio. Si no fuera por la red de albergues municipales dormiría en la calle. En Madrid está con su padre y con la segunda esposa del progenitor, de origen marroquí. Huyó de Siria por la guerra . Atrás dejó a su hermana pequeña y a su madre. No quiere volver. Llegó a Marruecos y, después, estuvo un mes en el CETI de Melilla . Le permitieron pasar a la Península, donde lleva más de un año. Gracias al asilo, trabajó unos meses en un restaurante de Fuenlabrada. «Quiero mejorar el español para poder encontrar trabajo», dice. Poco tiempo tardaron en quitarle el asilo debido a la bigamia del padre. De momento, prefiere no pensar en su futuro , no sabe qué le deparará hasta el 15 de junio. Puede dormir bajo techo y eso, comparado con el ruido de las bombas y con el miedo a morir, es suficiente. Su cama, la 131 , le espera en Vallecas.
Eduardo, biólogo peruano: «Soy un fantasma»
Eduardo Carlos, 56 años, estudió Biologí a en la Universidad de Lima. Se quedó sin empleo y su mujer le convenció para venir a España. «Aquí tampoco hay trabajo, y menos a mi edad. Y eso que hablo inglés, pero no estoy empadronado». Hasta hace unos días, vivían en una habitación alquilada , pero su casero les echó: «Ha entrado otro que paga más». Desde el sábado, Eduardo y su esposa se refugian en los soportales de la Plaza Mayor. «Yo ya habría vuelto a mi país, pero ella no quiere», cuenta. Sufre de artrosis en la rodilla izquierda, un dolor que se agudiza con el frío: «Yo no existo en Madrid, soy un fantasma».
Mustafa, soldador de Chad: En patera, solo y sin dinero
Mustafa tiene 20 años. Cuenta, en un precario español, que llegó a Madrid hace tres meses. Es del Chad. En su país fue soldador y leñador . Se escapó, solo, en busca del sueño español con un fin: vivir en el país «paradisíaco» que se imaginan muchas de las personas de su lugar de origen. Llegó en patera , solo, a las costas mediterráneas, invirtiendo todo el dinero que tenía. Ahora está en la calle. A su corta edad, cuando habla de su país y de su futuro, los ojos se le tiñen de tristeza: «Solo quiero trabajar , ganarme la vida, me da igual en qué».
Abdelaziz, contrabandista marroquí: «Llegué metido en los bajos de un camión»
En Marruecos Abdelaziz trabajó al margen de la legalidad: «Iba todos los días desde Ceuta a la frontera con Marruecos. Llevaba productos falsificados , como contrabandista. Un día ganaba 70 euros, pero otro día no tenía trabajo». Había intentado más veces llegar a España, la primera en 2006, pero siempre lo descubrían. En Ramadán se armó de valor y se subió a los bajos de un camión . Ahora tiene un sueño: «Quiero ser pintor y disfrutar de la vida». Hasta hace 15 días vivió en la calle. Por la mañana pide para comer en un supermercado. Las rodillas todavía le duelen del frío. Recuerda, con cariño, a una chica que le compró unas mallas: «Ahora no siento frío. Las llevo por debajo de los pantalones todos los días gracias a ella». Para trabajar, Abdelaziz necesita estar empadronado . Según cuenta, algunos marroquíes hacen trato con compatriotas que ya están en España para que, a cambio de dinero, digan que viven en su casa: «Me piden 200 euros , les digo que tengo dos y me echan de ahí».
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