CORONAVIRUS

Los trabajadores con discapacidad intelectual tampoco abandonan su puesto

Cristina, agente de Correos; Raúl, empleado en una residencia militar; y Ángel, reponedor en un supermercado, continúan en activo en tiempos de coronavirus

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Cristina Ramos, de 37 años, es agente de Correos desde hace ocho años ABC

Cris de Quiroga

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Cuando, cada tarde, miles de manos se asoman a los balcones y ventanas para aplaudir a los sanitarios que aguantan en primera línea de batalla, quizá escapan a la imaginación muchos otros profesionales. Entre ellos, consagrados a diario a sus labores, más necesarias en tiempos de coronavirus, están Ángel, empleado en un supermercado; Cristina, en una oficina de Correos; y Raúl, en una residencia militar. Los tres tienen una discapacidad intelectual . Ninguno ha abandonado su puesto.

Desde hace tres años, Ángel Moraga trabaja en primera línea, la línea de cajas, en el Carrefour de La Gavia. «Ahora hay menos follón de gente», cuenta este joven de 30 años, encargado de recoger las cestas de los clientes y verificar que estén limpias, así como los productos que quedan olvidados y fuera de lugar. Tras el estallido de la pandemia, su cometido no ha cambiado, más allá de que ahora se arma con guantes y mascarilla y utiliza a menudo el gel desinfectante. «Estoy un poco preocupado, es importante cuidar la higiene», dice. No obstante, no teme al Covid-19 y, de lunes a domingo —salvo en sus libranzas—, viaja en Metro desde su casa, junto al Hospital de La Paz, hasta el supermercado, siempre con su justificante encima.

Ángel Moraga, de 30 años, empleado del Carrefour de La Gavia ABC

A Cristina Ramos, de 37 años, le encanta su trabajo. Clasifica cartas y paquetes, sacos que llegan del extranjero, en el Centro de Tratamiento Automatizado (CTA) de Correos ubicado en Puente de Vallecas. «Pensábamos que íbamos a estar asustados por la situación, la verdad es que lo llevamos bien», comenta sobre sus compañeros; todos cumplen las medidas de prevención, como llevar guantes y mantener la distancia de seguridad entre ellos. En sus ocho años empleada en el operador público, la actividad nunca ha sido tan baja. «Hay mucho menos trabajo, somos mucha menos gente», corrobora, ya que Correos estableció servicios mínimos hace solo unos días. «Gracias a tener trabajo, salgo. Si estoy todo el día en casa, se me cae la casa encima », añade.

Hace unos días que la residencia militar donde trabaja Raúl Sánchez, en la zona de Arturo Soria, se ha transformado en un hospital de campaña, donde se mantienen en cuarentena pacientes contagiados por coronavirus . Pero él, con 41 años, continuaba trabajando «con normalidad» en la recepción del centro, entre otras cosas, como el único amo de llaves. Sin embargo, ayer mismo, aquejado de un poco de tos, fue su último día. «Voy a estar de baja una o dos semanas», explica, precavido, aunque asegura que se protegía con guantes y mascarilla.

Raúl Sánchez, en la recepción de la residencia militar donde trabaja ABC

Al pie del cañón

Como Ángel, Cristina y Raúl, varias decenas de personas con discapacidad intelectual ayudan a sostener los servicios madrileños de comercio y logística, de las residencias y de Correos, así como el trabajo administrativo de las pocas oficinas que continúan con su actividad. La Fundación Síndrome Down de Madrid , a la que pertenecen estos tres protagonistas, cuenta con 57 personas al pie del cañón durante esta crisis sanitaria, de un total de 279 trabajadores en activo. «Parece poco, pero es mucho dentro del colectivo», apunta Begoña Escobar, coordinadora del servicio de Empleo de Down Madrid. Del más de medio centenar de personas que han conservado su puesto estas fechas, 18 se han acogido al teletrabajo y 39 continúan de forma presencial.

Todos cuentan con el asesoramiento y seguimiento, ahora, teléfonico, de los 16 preparadores de la fundación. «Tenemos que estar más pendientes» , afirma Escobar, que se reúne a diario con el resto del equipo. «Los que se han quedado trabajando tienen niveles bastante altos, les damos tranquilidad, les decimos que sigan las indicaciones de la empresa», señala. Por supuesto, ha habido muchos casos, como aquellas personas con Síndrome de Down o patologías previas, en los que la fundación ha intervenido para garantizar su seguridad, ya que son población de riesgo. También se han producido dos despidos y otros 47 se han visto afectados por un ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo).

Que muchos arrimen el hombro mientras dure la pandemia es necesario: «Ayuda a reconocer que son un trabajador más », afirma Escobar. Poco se diferencian de las personas que no tienen una discapacidad intelectual. «Se adaptan como todo el mundo y les cuesta estar encerrados como a todo el mundo», zanja la coordinadora. También merecen un aplauso, como todo el mundo.

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