Coronavirus

Cañada Real Galiana: niños en el «huracán» de la pandemia

Decenas de pequeños juegan a diario en la calle, expuestos al contagio del coronavirus

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Un grupo de niños pequeños pasea por una calle de la Cañada Real FOTOS: DE SAN BERNARDO
Aitor Santos Moya

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Un balón se cruza en mitad del camino y tres niños corren tras él. Otra pandilla, de muy corta edad, avanza en bicicleta unos metros más adelante. A su lado, dos hombres miran con extrañeza el paso de un coche que no responde a ninguna razón para estar en un enclave al que nadie quiere mirar. Madrid, aislada casi en su totalidad, vive días convulsos; los mismos días que ellos, los habitantes del conflictivo sector 6 de la Cañada Real Galiana, acostumbran a sufrir todos los meses del año. La alerta sanitaria por el avance descontrolado del coronavirus ha llegado a cuentagotas, al menos a tenor de lo observado en un poblado que no entiende de cuarentenas. «Aquí nadie ha venido a decir que nos quedemos en casa», coinciden varios de sus moradores. Son los «excluidos» de la pandemia o, como prefieren decir en cada puerta, los «invisibles» de la sociedad.

Una situación de especial vulnerabilidad que se agudiza en los más pequeños, hijos de una realidad demasiado pronto para conocerla. Traviesos, divertidos, incansables... cualquier adjetivo es válido para decenas de chiquillos que, desprovistos de guantes y mascarillas, corretean por las callejuelas de un espacio, convertido durante años en el mayor mercado de venta de droga de la región. Pese a que ahora, el trasiego de toxicómanos ha bajado, la falta de salubridad continúa siendo una losa demasiado pesada de levantar. «Para hacer redadas y tirar las casas no tienen problema en venir, pero desde que empezó todo no ha pasado ningún policía», protesta un miembro de la familia de los Peorros, conocida así, cariñosamente, por la ascendencia de su patriarca.

Dos mujeres vigilan a sus hijos en el sector 6

Con una treintena de integrantes, entre abuelos, padres, hijos y nietos, esta unidad sí que respeta el confinamiento en una parcela cercana a Valdemingómez. «Aquí estamos todos sanos», deja claro la matriarca, agradecida por la repentina visita. El buen humor reina en el ambiente, más si cabe, cuando el rostro de uno de sus familiares aparece cubierto por una mascarilla hecha a mano, porque —dicen— «no tenemos más remedio». Agrupados en un recinto donde hay levantadas siete viviendas, solo salen para realizar la compra o por otras causas de primera necesidad: «Ni siquiera sacamos a los perros, porque el patio es muy grande y están los niños con ellos».

La reclusión en masa de los Peorros, sin embargo, no es la tónica habitual del sector. «Aquí está todo el mundo muy tranquilo», cuenta Isidro, quien, a sus 58 años, observa como una unidad de Salud Madrid atiende a su mujer: «Vienen a entregar medicinas». La rutina, para estos sanitarios, ha cambiado notoriamente. «Estamos habituando nuestras condiciones de trabajo al estado de alarma que vivimos», resume con cautela uno de ellos, antes de retomar la marcha.

El temor al contagio no parece estar reñido con los quehaceres diarios. «Él que tiene que trabajar para dar de comer a sus hijos no va a dejar de hacerlo», apunta otro joven, padre de tres niños, de camino a comprar el pan. Subido en su minimoto, un crío indica con su dedo la dirección para llegar al establecimiento. «Seguís recto y más abajo preguntáis», explica con una ligera sonrisa, quien sabe si surgida por el cierre repentino del colegio.

Habitantes de la Cañada Real transitan por la vía pública

De vuelta a la parte de la Cañada más azotada por el tráfico de heroína y cocaína, la amabilidad torna en desconfianza. Un goteo, pequeño pero constante, de drogodependientes se mezcla con los grupos de niños que juegan en corrillos. A ello se añade el tortuoso tránsito de camiones pesados, desplazados hasta la incineradora de residuos y otros centros de materiales pesados. El peligro de atropellos preocupa más que cualquier epidemia. «Mira como está el suelo, lleno de baches, con barro y suciedad. Lo primero que deberían hacer es desinfectarlo todo», apunta una mujer, indignada por el abandono del poblado. La permanencia en esta zona no puede alargarse en demasía.

Para tratar de paliar esta circunstancia, la Comunidad de Madrid confirmó esta semana que mantendrá la atención social con los habitantes de la Cañada Real por vía telefónica (en el 912760124), mientras que el Banco de Alimentos continúa con el reparto de comida –salvo los alimentos congelados de Mercamadrid–, a través de la parroquia de Santo Domingo de la Calzada. Además, unos 400 niños con beca de comedor podrán desde hoy recoger los menús escolares elaborados por las cadenas de Telepizza, Rodilla y Viena Capellanes. Se suman así a los 11.500 alumnos perceptores de este servicio, cuyas familias tienen reconocida la renta mínima de inserción (RMI).

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