Los olvidados del coronavirus: «Dicen que vayamos a casa, pero nosotros no tenemos casa»

Cientos de personas sin hogar malviven en las calles de la capital a la espera de soluciones

Mueren por coronavirus 17 ancianos de una misma residencia

Coronavirus en España | Últimas noticias sobre la crisis por el virus Covid-19 en directo

Dos personas sin hogar, junto a sus enseres, en el centro de Madrid FOTOS: MAYA BALANYÀ
Aitor Santos Moya

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Cuesta encontrarlos, pero ahí están. El frío y la lluvia aprietan en una ciudad que ha dejado de latir. Madrid está triste, deprimida, fantasmagórica... El avance descontrolado del coronavirus ha vaciado sus calles, los coches circulan en pequeñas dosis, los parques ya no tienen vida. Si la instauración del estado de alarma, con una batería de medidas entre las que se incluye la restricción de movimientos, ha confinado a gran parte de la población en sus casas, la presión policial ha terminado por hacer el resto. La bajada de temperaturas en la zona centro peninsular añade más desasosiego a la estampa. Una insólita simbiosis que, sin embargo, mantiene en el alambre a un nutrido grupo de personas vulnerables: cientos de sintechos pernoctan en la vía pública a la espera de una solución. Son, al menos hasta ahora, los olvidados de la pandemia.

A dos pasos de la calle de Fuencarral, Paco y Yoli comparten espacio entre una quincena de personas sin hogar. Sentada en un cartón, ella habla con mesura, mientras fuma un cigarro que segundos después compartirá con otro de sus compañeros. «Dicen que vayamos a casa, pero nosotros no tenemos casa», interrumpe otro de los afectados. Razón no les falta, piensan los vecinos que, desde el domingo, acuden a su enclave cargados con bebidas y alimentos: «Gracias a ellos sobrevivimos mejor».

Desde hace cuatro meses, Yoli, de 47 años; y Paco, de 38, duermen al raso. «Antes teníamos un hogar, pero por cuestiones de la vida nos vimos en la calle», cuentan sin perder la sonrisa. Desde el miércoles, él trabaja de vigilante nocturno en una obra, a razón de 600 euros mensuales. «El coronavirus no ha hecho que pierda el empleo», asegura, a la expectativa de lo que diga su jefe en plena espiral de acontecimientos. Su pareja, en cambio, cree que todo va a seguir igual: «Aquí no ha venido nadie a ayudarnos». La Policía, revelan, se ha personado en varias ocasiones. «Nos dicen que mantengamos la distancia de un metro y que no estemos todos juntos», prosiguen, contrariados ante la dificultad de aguantar si la fuerza del grupo se rompe.

Una pareja descansa a las puertas de una sucursal bancaria, en la Milla de Oro

Pese a la situación de desamparo que presentan, son conscientes de las precauciones impuestas, hasta el punto de pedirse entre ellos que no se acerquen tanto a sus interlocutores: «Tened cuidado, que están trabajando». El respeto, visto lo visto, no entiende de condiciones. Tampoco los prejuicios, tan nocivos en una época donde la solidaridad ciudadana resulta fundamental para superar una epidemia sin precedentes. Prueba de ello es Steven, boliviano de 20 años y con un notorio trastorno del habla. «Él sí tiene casa, pero viene aquí porque su madre le pega», dice Adrián, convertido desde el inicio de la crisis en su particular ángel de la guarda: «Lo poco que tengo lo comparto con mi madre y con él».

Llegado de Ceuta, junto a su progenitora Rosa, este joven de 19 años muestra su enfado al ser cuestionado por el posible auxilio recibido: «Ni el Gobierno, la Comunidad y el Ayuntamiento nos han dado nada. Es una vergüenza». Recluidos desde finales de diciembre en la parroquia del Padre Ángel, en la cercana calle de Hortaleza, se han visto ahora abocados a marcharse después de que el singular templo cerrase sus puertas días atrás. «Trabajaba de entrenador personal, pero me han echado», resume, convencido de la falta de previsión de las autoridades para este tipo de casos: «Nosotros no hemos vivido nunca en la calle. A mí me da igual, pero mi madre tiene 60 años y no es justo que esté aquí».

La iglesia de San Antón, gestionada por el Padre Ángel, acoge habitualmente a unos 150 sintechos, forzados a salir para evitar nuevos contagios. «Uno de los que suelen venir a dormir fue multado por estar en la calle», lamentaba ayer el párroco en declaraciones a Ep. Con el objetivo de paliar esta circunstancia, el Consistorio madrileño ha anunciado la apertura de 150 plazas –podrían ampliarse en un futuro hasta las 600– para personas sin hogar asintomáticas en el recinto ferial de Ifema, que estarán disponibles en un plazo máximo de 48 horas.

Desde el área municipal de Familias, Igualdad y Bienestar Social, que dirige el concejal Pepe Aniorte (Cs), inciden en que el objetivo es « ampliar la red de asistencia todo lo que se pueda, aprovechando el estado de emergencia actual». Por ello, recuerdan la decisión de trasladar a los refugiados y a las personas sin hogar sin síntomas a un hotel en Arganda del Rey y una pensión en Chamberí, de tal forma que el centro de emergencia para solicitantes de asilo de Villa de Vallecas y el espacio Juan Luis Vives de Vicálvaro estén listos para acoger a 80 sintechos en cuarentena y dos más ingresados por haberse contagiado.

Dos personas duermen al raso muy cerca de Alonso Martínez

Mientras tanto, subrayan desde el área de Familias, el Samur Social continúa las labores en la vía pública a fin de conseguir que el mayor número posible de ciudadanos puedan estar atendidos dentro de los recursos disponibles: «El Samur Social no puede obligar a nadie, pero sí convencerlos de que se trata de una situación excepcional». El Ayuntamiento, además, ha redactado un protocolo de urgencia para extremar los cuidados en los centros asistenciales. En el texto, se incide en que las visitas quedarán limitadas a las que sean estrictamente necesarias, amén de suspender las actividades grupales tanto en el interior como el exterior. También quedan canceladas las prácticas profesionales, a excepción de la atención individual y los servicios básicos.

Para los trabajadores queda estipulado que, en la medida de lo que sea posible, prime el teletrabajo. Y, en casos positivos de contagio, el resto de empleados deberá evitar el contacto físico con otras personas o permanecer de forma prolongada a distancias menores de 2 metros, cubrirse la nariz y la boca al estornudar o toser –con la parte interior del codo o un pañuelo desechable– y lavarse las manos con frecuencia.

Alejados de estas bases, el tiempo transcurre lento para todos los sintechos que, noche tras noche, aguantan el pulso a una urbe sitiada por el coronavirus. «Mañana será otro día y acabará por salir el sol», dice optimista uno de ellos. Palabra de calle.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación