Benito Pérez Galdós, el escritor que se ganó el cariño de las madrileñas
A su entierro acudieron tan cantidad que las crónicas de la época lo reflejan por su singularidad
Benito Pérez Galdós entendió como pocos en su época el alma femenina. Se notó en su obra, con personajes femeninos fuertes y complejos. Y las mujeres se lo agradecieron copando las calles de Madrid durante su multitudinario entierro . Así lo reflejan las crónicas de los periódicos de la época, que destacan precisamente la presencia de «muchas mujeres del pueblo».
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Lo recordaba hace apenas unos días la consejera de Cultura del Gobierno regional, Marta Rivera de la Cruz : «En los libros de Galdós, las mujeres tienen vida propia, y se reivindican». Y si su calidad literaria no fue reconocida en vida por muchos coetáneos, sí le llegó al pueblo de Madrid, a ciudad que convirtió en personaje literario, y que «se lanzó a la calle» para seguir su comitiva fúnebre, «con más mujeres que hombres», señalaba la consejera.
Pérez Galdós fue enterrado el 4 de enero de 1920. Dentro de pocas semanas se cumplirán cien años, y Madrid se prepara para recordarlo. Pero hace un siglo, cuando ocurrieron los hechos, lo que vivió la capital fue una impresionante manifestación pública de duelo, en la que participaron desde autoridades hasta ciudadanos de a pie.
ABC lo contaba con todo detalle: el teniente de alcalde se hizo cargo de los restos del escritor en su domicilio, y de allí los trasladó en un furgón hasta el Ayuntamiento, donde fueron recibidos por el alcalde y la comisión de concejales, y escoltado por los maceros . La capilla ardiente se instaló en el Patio de Cristales, donde trasladaron el cadáver de la caja en que venía a un ataud de caoba que contenía en su interior otro de cristal, que permitía ver «la figura yacente del escritor».
Laurel y guirnaldas
Un lecho de hojas de laurel y guirnaldas de hojas adornaban el túmulo, siguiendo instrucciones del jardinero mayor del Ayuntamiento, Cecilio Rodríguez . Doce hachones alumbraban la capilla ardiente, que guardaban ocho parejas de Infantería, una de Caballería con los sables desenvainados, y una pareja de bomberos.
En su entorno podían verse coronas del Ateneo de Madrid, el Círculo de Bellas Artes, la Sociedad de Autores, la condesa de Pardo Bazán , la actriz Loreto Prado, Enrique Chicote, el Cabildo Insular de Gran Canaria, el Ayuntamiento, la Asociación de Actores y la empresa y los artistas del teatro Infanta Isabel.
Mucho antes de que se abrieran las puertas de la capilla ardiente, ya estaban allí miles de madrileños esperando para rendirle un último saludo. Fueron pasando de forma ordenada, pero como un río constante, desde las diez de la mañana, y así continuaron durante horas, recuerdan los cronistas.
Cuando a las tres de la tarde se inició la salida del cuerpo, hacia el cementerio de La Almudena, la muchedumbre «había materialmente invadido los alrededores» de la Plaza de la Villa. Salió la carroza mortuoria arrastrada por seis caballos, y recorrió como pudo la calle Mayor, Puerta del Sol, calle de Alcalá y plaza de la Independencia, donde finalizó la despedida oficial y se continuó en la intimidad.
Pero el gentío era tal que, como recordaba «El Globo», cuando la carroza llegaba a la plaza de la Independencia, la gente aún estaba entrando de la Puerta del Sol a la calle de Alcalá». Y entre ellos, «muchas mujeres».
«Entre la concurrencia veíanse muchas mujeres del pueblo», decían las crónicas de la época
Las mismas acompañaron a la carroza hasta el camposanto, y no dejaron de llorarle mientras era conducido al panteón de la familia Hurtado de Mendoza. «Entre la concurrencia veíanse muchas mujeres del pueblo». Eran ellas las que más reflejadas se habían visto en esas Marianela, Fortunata y otras mujeres.
También se apuntan detalles de cómo acompañó en el duelo no sólo el Madrid «oficial» sino también el pueblo llano: «Las clases mercantiles e industriales de Madrid se han sumado al duelo general, cerrando durnte una hora los comercios y paralizando sus negocios». De hecho, la única mención a un desorden durante esta inmensa manifestación pública lo protagonizaron, según la prensa, un grupo de «obreros que se incorporaron al cortejo» en la calle de Alcalá y «sin miramientos, quisieron desorganizar las presidencias para ser ellos los que fueran inmediatamente después del féretro».
También «El Globo» recogía, en el lenguaje de la época, este calor popular que recibió el finado: «Un pobre hombre del pueblo, al pasar frente al cadaver, arrojo un ramo de flores a los pies del mismo, al tiempo que era presa de una enorme aflicción »; «mujeres del pueblo, obreros que abandonaban el trabajo para rendir un póstumo homenaje al que tanto supo amarlos, empleados, gente de la clase media» eran los que componían ese cortejo luctuoso.