CARTAS AL ALCALDE

Nuevo Rastro

Va a ser difícil la conciliación entre el mercadillo, que es un equilibrio de desórdenes, y este orden municipal que querer ponerlo todo en un nuevo sitio

Los comerciantes de El Rastro, en la manifestación del pasado domingo MAYA BALANYA

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Le ha dado usted, alcalde, una última oferta de reapertura a los comerciantes del Rastro , pero parece que van a decir que no. O al menos, por ahí pinta la cosa, mientras escribo. O sea, que siguen con el cerrojo echado, ahí en el Rastro donde no existen cerrojos, salvo los que se venden, como alhajas de amargo hierro. Su propuesta pide la reaparición de sólo un cincuenta por ciento de los puestos ambulantes, de momento, y una dispersión de los mismos. A estas preceptivas lleva el coronavirus. Se comprende, y se comprende también la respuesta de estas gentes de la venta dominical , transeúnte y más bien bohemia.

Quieren que no se les disperse, porque su sitio a pie de calle es un domicilio de arraigo, antiquísimo, y con un aire de prestigio de museo al aire libre. Veo yo que va a ser difícil la conciliación entre el Rastro propiamente dicho, que es un equilibrio de desórdenes, y este orden municipal que querer ponerlo todo en un nuevo sitio. El Rastro es el Rastro porque vive libérrimo, pero ahora a ver quién realoja su espíritu en un riel de higiene de distancias. Difícil faena. Los comerciantes defienden que la esencia del Rastro es su jaleo, y su enredo, y su cosa de laberinto de tolderías. Y defiende usted, alcalde, que en el Rastro como tal no pueden defenderse las pautas de evitar los contagios.

El coronavirus , que existe sin existir, ha venido a levantar el campamento del Rastro, que es un corazón concreto de desván de la ciudad de Madrid. El Rastro arrastra un linaje de almacén inservible, de inventario de las hermosas artesanías desportilladas que se han ido quedando sin dueño en el foro, y fuera de él, desde hace siglos. Alberto Ruiz Gallardón , que cumplió en la ciudad unas «obras completas» reimpuso en el Rastro una normativa de higiene mayor, y unas licencias para los puestos ambulantes, y para los permanentes. El afán de gobernar el sitio más bien ingobernable venía de lejos, porque el Rastro ha prosperado siempre bien en su mala salud de mucho desorden, en su desmelene de zoco con bibliotecas. Hasta que llegó el coronavirus. Suerte, alcalde.

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