Turismo

Un agosto de récord en los cámpings

Estos recintos afrontan su mejor temporada: esperan conseguir 400.000 pernoctaciones. Junio tuvo el 100% de ocupación los fines de semana

Veraneantes en el cámping Arco Iris de Villaviciosa de Odón Óscar del Pozo
Enrique Delgado Sanz

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Pocos se atreven con ellas. Son conocidas en el vecindario como «Pili, Mili y compañía» y forman un trío inseparable: estas tres jubiladas comparten desde hace años el vermú del mediodía, el café de la tarde y la partida de cartas nocturna, que cada jornada se celebra en el jardín de una de ellas, como es tradición.

Además, desde sus casas, tienen vistas a la mejor calle del lugar. «Esto ahora en verano es como la Gran Vía», dicen estas tres mujeres que, por si alguien lo dudaba, no pasan el verano en ningún pueblo de Madrid, sino en un cámping , un sector vacacional que ya es el segundo preferido para los españoles y que este año vivirá su mejor temporada de la historia.

La Federación Española de Empresarios de Cámping (FEEC) adelanta que esta verano, los cámpings de la Comunidad de Madrid van a alcanzar las 400.000 pernoctaciones, lo que supone batir el mejor registro histórico , que se produjo el año pasado cuando hubo 386.368, un 3,5% menos que la previsión diseñada para la presente campaña estival. Junio ha empezado bien y prácticamente se ha llegado al 100% de ocupación durante los fines de semana.

«L a Semana Santa ya ha sido la mejor del sector en la historia y en junio los cámpings también están trabajando muy bien», refuerza Sergio Chocarro, gerente de la FEEC, que tiene una explicación para esta época dorada: «El cámping ya no es sólo tiendas de campaña, la oferta ahora es mucho mayor y también hay bungalows, que llaman la atención a clientes que antes no eran campistas».

«Espero que este verano tengamos un 100% de ocupación y, si no, el 90% en julio y el 100% en agosto», pronostica Sara Estévez, la directora del cámping El Canto de la Gallina, en el municipio madrileño de Valdemaqueda, justo donde tienen sus casas móviles prefabricadas –conocidas por su traducción inglesa, «mobil homes»– Pilar Moya, Emilia Casado e Isabel Noriego –«Pili, Mili y compañía»–.

Jóvenes descansando Óscar del Pozo

Admiten que no fallan a su cita con el grupo que allí han creado ningún fin de semana, ni en invierno, por muy mal tiempo que haga. El secreto es, como dicen ellas, que les gusta la vida en el cámping, también cuando en verano se llenan de gente.

«Ni siesta ni nada de nada nos podemos echar», ríen las mujeres, que añoran sus primeros años de convivencia, hace más o menos dos décadas. Entonces llegaron las tres, de forma escalonada, a una vereda del cámping, donde se establecieron en «sus chalés de la sierra», como los ha bautizado la directora del recinto. «Antes, desde la una de la mañana a cinco de la tarde, aquí había silencio para la siesta», recuerda Pilar, a quien responde Emilia, quien le recuerda indignada que una vez, cuando estaban con la partida de cartas nocturna «sin casi hacer ruido», llegó el guardia de seguridad a llamarlas la atención: «No se nos oía» , insiste la mujer.

De esto hace unos quince años, más o menos el momento en el que Pilar e Isabel llegaron. «Yo nunca había ido a un cámping y me imaginaba que iba a ser estar en una tienda de campaña rodeada de bichos», ríe Isabel. Por el contrario, Pilar ya sabía bien lo que era la vida campista: «Desde siempre hemos ido en mi casa».

Ahora, más de una década después de llegar a Valdemaqueda comprando sendas caravanas –que con el paso del tiempo se han convertido en casas portátiles –, sus maridos ya no están e Isabel se emociona al recordar al suyo: «Cuando murió y después de los buenos momentos que habíamos pasado aquí, yo quería venderlo e irme, pero menos mal que mi hijo se plantó y me dijo que no lo hiciera».

Y, desde entonces, cuando llega la época estival, Isabel tiene que cuadrar su calendario, igual que Pilar, para acoger a sus familiares más jóvenes cuando aprieta la canícula . «Algunos hasta se van llorando», reconoce Isabel, ante la atenta mirada de Mario, un nieto de Pilar, que no oculta que se lo pasa «bastante bien» en verano.

«Da gusto verles cuando pasan todos los amigos juntos en bici por delante de casa, parece Verano Azul », ríe Isabel, que el fin de semana pasado tuvo que irse a dormir a casa de la vecina por la cantidad de visitantes que recibió en la que es su casa en verano.

Con los nietos y sus amigos

Dice que tiene unos 30 metros cuadrados, pero no le hace falta mucho más para ser feliz . «Tengo cocina de verano y de invierno, dos habitaciones, baño, calefacción y aire acondicionado», enumera la jubilada; antes de que Pilar abra las puertas de su casa: «Creo que a muchos jóvenes les gustaría poder tener una casa así con su sueldo».

Más o menos, para quien no sea experto, una casa prefabricada de este tipo está disponible en el mercado de segunda mano desde unos 4.000 euros y la parcela donde colocarla ronda los 3.000 euros por todo el año con luz y agua incluidas. Sin embargo, la ley establece que no se puede vivir en un camping más de 180 días al año.

«Nosotras pagamos un poco menos porque tenemos renta antigua», se burla Isabel, justo en el momento en el que termina de colocar el aperitivo de mediodía en su jardín. Emilia y su marido acaban de traer las provisiones del supermercado y en la mesa lucen refrescos, cervezas y patatas fritas.

«Esto no nos lo perdemos», aseguran las tres, que ya están preparadas para pasar el verano con sus nietos y el grupo de amistades que han hecho durante estos años en el cámping. «Hasta el 12 de septiembre estaremos aquí y luego nos iremos de vacaciones a un crucero. ¿O te pensabas que cuidar a los nietos era estar de vacaciones?», ríen a coro tres mujeres que un día decidieron que, en lugar de ir a la playa, iban a pasar el verano en sus particulares «chalés» prefabricados.

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