Los 150 años de la cesión del Retiro: el proyecto de «Versalles» regalado a los madrileños

El 8 de noviembre de 1868 se firmó el decreto de cesión del célebre parque a la capital, enclave reservado hasta entonces a la Corona; siglos de historias y anécdotas superiores a la propia imaginación

El Estanque Grande del Retiro, con el monumento a Alfonso XII al fondo, repleto de barcas JOSÉ RAMÓN LADRA

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En cuanto salen los primeros rayos de sol, ya sea invierno o verano, las vallas del Retiro comienzan a plagarse de «runners», que preparan sus músculos de cara a su entrenamiento habitual. Los fines de semana, las mallas se camuflan con los carritos de bebés, las bicis, los patines y, por supuesto, las barcas del estanque. Esta estampa ya forma parte del paisaje representativo del parque más emblemático de la capital, pero en 1766 esa imagen hubiera sido motivo de expulsión «por falta de decoro».

Carlos III , obligado por las revueltas del Motín de Esquilache, fue el primer monarca que permitió el acceso, muy limitado (sólo a ciertas horas, había que llevar vestido largo, pamela o sombrero , no se podía comer ni se podía entrar con mascotas), a los jardines, desde que se crearon en 1633. Pero no fue hasta la revolución de 1868 cuando la apertura se hizo realidad para todo el pueblo. Fue Laureano Figuerola, entonces ministro de Hacienda e impulsor de la peseta como moneda, quien firmó el 8 de noviembre el decreto de cesión del parque del Buen Retiro al Ayuntamiento de Madrid, momento del que ahora se cumplen 150 años . Siglos de historias y anécdotas superiores a la propia imaginación.

Una crónica que comienza cuando Felipe II escoge una zona boscosa rodeada de jardines de labranza y próxima al entonces convento de los Jerónimos para emprender su particular «Versalles» . Aunque El Retiro es anterior al complejo francés, sí que se ideó con un planteamiento similar: un conjunto de palacios imponentes rodeados por jardines exóticos. «Se llama Retiro porque deriva del Cuarto Real que estaba adosado a la actual Iglesia de los Jerónimos y que era utilizado para que los Reyes descansaran de sus problemas , ocupaciones y disgustos y se “retiraran” durante varios días en este lugar, haciendo vida conventual junto a los frailes», relata a ABC el historiador, Álvaro Llorente, especializado en el pasado de la capital. Pero, de aquel proyecto, apenas quedaron los cimientos: al morir el arquitecto principal, Juan Bautista Crescenci , al poco de comenzar la obra, se adjudicó cada edificio a un urbanista distinto, que lo materializó a su manera.

Aunque uno de los mayores responsables de la falta de homogeneidad del parque fue Felipe IV , que transformó los planos a su antojo. «Empezó queriendo una residencia para altos dignatarios extranjeros y terminó realizándose todo un complejo palaciego para su propio divertimento», cuenta Llorente. En invierno se quejaba de que no recibía sol suficiente y cambiaba la orientación de balcones; en verano se daba cuenta de que el sol era excesivo y volvía a situarlo al Norte. Pedía un salón de patinaje , pero luego lo cambiaba por una sala de canto , que después se reconvertía en sala de música y, finalmente, en un teatrillo . «Hasta derribó un edificio entero para ubicar un bonito jardín que albergara su propia estatua ecuestre, que hoy luce en la plaza de Oriente », añade el experto.

Con la llegada al trono de Carlos II , el parque cayó en el olvido hasta que su sucesor, Felipe V, lo impulsó de nuevo al elegir el Palacio del Buen Retiro -del que apenas queda el Salón de los Reinos y el Casón - como su residencia principal. Acostumbrado a la opulencia de Versalles, se le hizo extraña la sobriedad del Alcázar de los Austrias.

Bajo el reinado de Carlos III , gracias a su apertura selectiva del parque, El Retiro se convirtió a finales del siglo XVIII en uno de los lugares más populares entre las clases altas de la sociedad. Tanto es así que, según los grabados de la época que custodia el Museo de Historia de Madrid, entre el Estanque Grande y el Parterre se realizó el primer vuelo en globo aeroestático de la ciudad. Antes también se habían producido otros hechos insólitos, como conciertos de música clásica con espectáculos pirotécnicos por parte del ministro de Fernando VI, Farinelli ; peleas entre toros y leones para diversión de los asistentes; estreno de grandes obras de teatro de Lope de Vega, Calderón de la Barca o Tirso de Molina , que eran escenificadas sobre una isla artificial en el lago; naumaquias con barcos construidos sólo para recrear las batallas navales…

Esa sobreabundancia de siglos pasados quedó hecha trizas con la llegada de las tropas napoleónicas , que convirtieron el parque en un campamento militar. «Arrasaron miles de arboles, destrozaron esculturas y monumentos, expoliaron obras de arte… Y después de eso derruyeron la Real Fabrica de Porcelana que había donde actualmente está el “ Ángel Caído ”, que era la mejor de toda Europa, para que compitiera con las manufacturas francesas», cuenta Llorente .

Cuando Fernando VII vuelve de su cautiverio en Francia, tras la Guerra de Independencia, trata de relanzar el parque y se reserva para sí una zona en la que construye un embarcadero, la casita del pescador, la «montaña de los gatos» , la fuente egipcia, la casa de vacas y la Casa de Fieras. «Caprichos» como la Montaña Artificial que ahora el Ayuntamiento trata de recuperar para el público. Lugares por los que los madrileños y visitantes pasean sin ser del todo conscientes de los secretos que atesoran y que claman a gritos el reconocimiento de la Unesco.

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