El camino a la democracia

Había que convencer a la sociedad española de que muerto Franco, el franquismo era imposible y empezaba un tiempo en que el pueblo español debía elegir a sus gobernantes

Los miembros del Gobierno de Adolfo Suárez saludan a la Familia Real tras la jura de sus cargos en La Zarzuela ABC

JOAQUÍN BARDAVÍO

Desde el día 3 julio de 1976, por sugerencia de Torcuato Fernández- Miranda y principalmente por la osadía del Rey Don Juan Carlos , fue nombrado presidente del Gobierno Adolfo Suárez González . La inesperada noticia dejó pasmados desde al franquismo reformista hasta el comunismo. Un hombre con un pasado destacado en el Movimiento Nacional , con raíces falangistas, no parecía la persona apropiada para actualizar una España anquilosada en lo político, aunque ya moderna en lo económico, situada como la octava potencia industrial del mundo, después de una espantosa posguerra y de un tremendo esfuerzo tras los planes de liberalización de la economía y de desarrollo en los años sesenta.

Sin embargo, ya la constitución del nuevo Gobierno, con abundancia de jóvenes profesionales y funcionarios destacados, traía una tímida atmósfera de que algo podía cambiar. Alfonso Osorio , nombrado vicepresidente del nuevo Ejecutivo, fue encargado por Suárez de seleccionar hombres de sectores renovadores para encarar una decisiva etapa política, que se añadirían a Rodolfo Martín Villa , en quien Suárez había pensado en primer lugar como ministro de Gobernación por su carácter y profundo conocimiento de las estructuras del Estado que había que reformar.

No habría vacaciones de verano, apenas unos días, porque era preciso convencer a la sociedad española en general , y a los franquistas en particular, de que muerto Franco, el franquismo era imposible y que empezaba un tiempo en que el pueblo español debía elegir a sus gobernantes. El Caudillo había desaparecido y su heredero, el Rey, sabía lo que el Generalísimo le había dicho más de una vez sobre el futuro: «Alteza, usted no podrá gobernar como yo» .

Encuentro Adolfo Suárez-Felipe González

Adolfo Suárez había deducido que su adversario más importante era Felipe González , el joven líder del PSOE que había arrinconado a los socialistas históricos del exilio. Se entrevistaría con él en un chalé de la periferia madrileña el 10 de agosto de aquel 1976 y volvería a hacerlo el 2 de septiembre. Quedó muy satisfecho de estos encuentros y comentaría a su Gobierno que Felipe era un patriota. El vicepresidente Osorio tuvo multitud de entrevistas con representantes de la oposición intra y extra muros del franquismo y se obtuvieron muchas adhesiones a la transición que alboreaba.

Adolfo Suárez no parecía la persona apropiada para actualizar una España anquilosada en lo político, aunque ya moderna en lo económico

El 17 de octubre de aquel año, el BOE publicó la Ley de Amnistía para presos políticos que no hubieran incurrido en daños físicos y que afectó a unos 400 encarcelados. Una seña de gran importancia antes de abordar el cambio del sistema político imperante desde cuarenta años atrás. Se trataba de voltear el régimen por el que se regían los españoles de la Ley a la Ley, aplicando la Ley del Referéndum Nacional de 1945, que era una de las ocho Leyes Fundamentales que sostenían la Constitución del Estado franquista. Una idea que ya en 1969 le había comentado Fernández-Miranda al entonces Don Juan Carlos para tranquilizarle ante su juramento como Príncipe de España y heredero de la Jefatura del Estado.

El 18 de noviembre se presentó ante las Cortes, tras un breve debate, la Ley para la Reforma Política . El resultado fue categórico: 425 procuradores votaron a favor, 59 en contra y 13 se abstuvieron. Y esa Ley tuvo que ser ratificada por todos los españoles en referéndum convocado el 15 de diciembre de 1976 . Hubo entusiasmo en la participación que llegó al 77,8 por ciento y los votos a favor alcanzaron el 94,2 por ciento , mientras los contrarios quedaron en un 2,56 por ciento. El resto eran nulos o en blanco. Las elecciones fueron fijadas para el 15 de junio del año siguiente. Había por delante seis meses para definir los partidos que se presentarían y preparar la campaña electoral.

Situación de los partidos

El Partido Comunista era, realmente, quien había mantenido viva la oposición al régimen de Franco, al que plantó cara con la invasión de guerrilleros y, tras su tremenda derrota, con una red clandestina de propaganda, aunque nunca pudo lograr la huelga general pacífica que fracasó totalmente las veces en que la intentó. Pero el Partido Comunista estaba considerado ilegal por entonces y no contaba para alivio de algunos socialistas que pensaban ilusamente en capitalizar sus votos.

El PSOE se encontraba dividido entre los antiguos dirigentes del exilio y los jóvenes crecidos en el interior cuyo líder, Felipe González, había logrado notoriedad primero con el nombre clandestino de Isidoro y, después, con su filiación completa. Era el indiscutible jefe resolutivo y carismático. La pereza de los exiliados socialistas y su desconexión de la realidad española, hizo que el partido, durante el franquismo, fuera magro en militantes y prácticamente nulo en la acción. Sin embargo, desde poco antes de la muerte de Franco fluyó sangre nueva para crear una alternativa de futuro.

La constitución del nuevo Gobierno, con abundancia de jóvenes profesionales y funcionarios destacados, traía una tímida atmósfera de que algo podía cambiar

En la derecha el panorama se presentaba dispersado. Tras cuarenta años de convivir obligatoriamente en una conjunción de familias arracimadas en el Movimiento Nacional, a la muerte de Franco sus personalidades más destacadas se postularon para tener un lugar de relieve en la novedad que se avecinaba. Aunque tenían un líder natural en Manuel Fraga , hombre de extraordinario carácter, un gran emprendedor que había impulsado como ministro el turismo a gran escala y que había abolido la Ley de Prensa e Imprenta . Una ley de guerra vigente hasta 1966 que cambió por una apertura insuficiente, pero con una holgura que permitió, en el tardofranquismo, propagar con prudencia ideas de liberalización para el mañana.

Pero este grupo, que se presumía grande, de semireformistas procedentes del franquismo, les resultaba estrecho a los jóvenes franquistas que habían incubado desde poco después de la proclamación de Don Juan Carlos como sucesor una reforma drástica, jurídica, que sería una ruptura de hecho, aunque por cauces jurídicos. El cerebro de esta ruptura no violenta llamada reforma fue el catedrático de Derecho Político Torcuato Fernández- Miranda y el primero en adherirse a ella fue el Príncipe , a quien, inmediatamente, se unieron falangistas cuarentones entre los que destacaban Adolfo Suárez y Rodolfo Martín Villa, así como democristianos que, capitaneados por el cincuentón Osorio, formaron el núcleo del primer Gobierno de Suárez. Posteriormente se unirían a ellos otros democristianos ajenos al franquismo, monárquicos liberales, socialdemócratas y algunos más que, como ellos, improvisarían más de una docena de partidos con siglas que generalmente incluían los vocablos democracia o democrático.

Renovarse políticamente

Finalmente este grupo reformista se constituyó en la Unión de Centro Democrático (UCD) . Los más conservadores, capitaneados por varios exministros de Franco bajo el absoluto liderazgo de Fraga, crearon Alianza Popular . La peripecia de los comunistas, como es sabido, pasó por la detención de Carrillo , clandestino en Madrid, y subsiguiente excarcelación en una semana, hasta que el partido maldito encauzó su encaje legal en el sistema democrático.

Los cuatro grandes partidos comenzaron sus campañas electorales con optimismo ganador, a excepción de los comunistas que se conformaban con el 20% de los votos

Poco antes, en la madrugada del Viernes Santo de aquel 1977, unos operarios desmontaron el gigantesco emblema de Falange Española y de las JONS de la fachada del edificio que hasta entonces había sido la sede de la Secretaría General del Movimiento en la calle Alcalá 44 de Madrid. Y ello, en virtud de dos decretos aprobados en C onsejo de Ministros del día 1 de abril, por paradoja conmemorativo del Día de la Victoria de Franco , que rápidamente publicados en el BOE abolieron el Movimiento Nacional y cuantas instituciones dependieran de él. Al día siguiente del desmontaje del símbolo falangista, el Sábado Santo, se legalizó el Partido Comunista.

Así quedaron conformados los cuatro grandes partidos que iban a protagonizar las elecciones. Obviamente, los cuatro comenzaron sus campañas con optimismo ganador , excepto los comunistas, que se conformaban con un 20 por ciento de los votos para liderar la izquierda. Alianza Popular no iba a sacar al menos una media de un escaño por provincia, o sea, 50 escaños. El PSOE confiaba en su ímpetu de cambio con su carismático líder y alimentaba expectativas ganadoras, al igual que UCD con la rompedora prosa de Suárez y su fiable reformismo.

A la hora de la verdad ganaría UCD con el 34,44 por ciento de los votos y 165 diputados , seguida del PSOE con el 29,32 por ciento y 118 escaños, después el Partido Comunista con el 9,33 por ciento y 20 diputados y, finalmente, Alianza Popular con el 8,21 por ciento y 16 escaños. Para Fraga y los suyos fue la hecatombe, no podían creérselo. Los comunistas quedaron desengañados. UCD y PSOE tuvieron un sabor agridulce. Ambos esperaban más.

España había apostado por el cambio, por la juventud renovadora, por el adelante sin marcha atrás. Fue un amanecer trascendental.

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