Ensayo

Del superhombre ario de Leni Riefenstahl al metaverso de Zuckerberg

Lois Oreiro alerta en ‘Os mundos de agora’ del riesgo de dejar vía libre a tecnologías muy invasivas, bajo la coartada de que salvarán y mejorarán vidas. La solución: poner límites

El periodista y escritor Lois Oreiro LAVANDEIRA JR
Pablo Pazos

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A Lois Oreiro (Zas, 1966) pueden verle en TVG, pero no le encontrarán en ninguna de las «mal llamadas redes sociales» (como él mismo apostilla). Ni ha abierto perfiles ni lo ha necesitado. Y mucho menos ahora que, asegura, «tocaron techo». La siguiente pantalla es el metaverso de Mark Zuckerberg, el mandamás de Facebook , que quiere cubrirnos de sensores bajo la promesa de adentrarnos en «un mundo irreal que pretende ser más real que lo real»; «una huida hacia delante», «luces de colores» que oculten sus problemas judiciales, disecciona. Ese tono crítico que mantiene en su charla con ABC es el mismo que impregna su último libro, ‘Os mundos de agora’ (Editorial Galaxia, 2021) , donde a lo largo de más de 300 páginas abre los ojos al lector sobre los riesgos que entraña que los gobiernos digan «sí a todo» ante el nuevo «paradigma» que propician los avances tecnológicos.

Hablar en 2022 de que nos colocarán implantes para controlarnos el colesterol o para poder trabajar suena a ciencia ficción, pero en realidad, asegura, está a la vuelta de la esquina. Los móviles, por ejemplo, dejarán de ser como los concebimos ahora: un aparato con una pantalla que vamos mirando «como zombis». En diez años como máximo, estima, irá desmontado y repartido por nuestro cuerpo. Hay un « transhumanismo de perfil bajo » que «no se discute porque ni lo laboral ni lo sanitario se discuten». Pero que, alerta, amenaza con convertirse en caballo de Troya para empresas que lo único que buscan es lucrarse. Los «amos de ese capitalismo nuevo» que, advierte, «pueden ser tan crueles como los de la revolución industrial del siglo XIX», y se nutren de «un nuevo proletariado, sin derecho laboral alguno», que clican patrones y datos «sin parar», mejorando algoritmos que engordan cuentas de resultados.

El problema, remarca, es que ese transhumanismo sanitario-laboral puede ser el trampolín hacia otro tipo de constructos bajo el paraguas de un armazón filosófico que pregona la mejora del cuerpo mediante implantes, la creación de sentidos nuevos y la potenciación de las capacidades intelectuales. «Si hay algo parecido a los desfiles de los nazis en la Alemania de entreguerras, con el superhombre, es esto », previene Oreiro. «Vas hacia una raza humana de seres mejorados, algunos inmortales incluso, dicen —si lo pueden pagar, claro—. ¿Y dónde deja a los otros? ¿En serio lo que quiero para mis hijos es un mundo donde sean incapaces de ver el mundo con sus propios ojos?».

En su caso, predica con el ejemplo en el hogar, en precario equilibrio entre salvaguardar a sus hijos y no convertirlos en ‘apestados sociales’, trabajando con ellos para que no caigan en la espiral de un «sistema ágrafo», de «emociones básicas y primitivas, en el que cualquier pensamiento complejo es descartado e, incluso, ridiculizado». Otra de sus enseñanzas: « Puedes estar en el mundo sin retransmitir constantemente todo lo que haces ». Y él sabe de retransmitir.

«Hay que hablarlo»

Lo que pide Oreiro es abrir una ‘conversación’, pero «a nivel de sociedad civil» , sin dejarlo en manos de los denominados ‘expertos’ («no son de fiar, siempre trabajan para alguien»). Aún con la relativa tranquilidad que le concede saberse en el «lado bueno del mundo», en la Unión Europea, el periodista y escritor pide hablar y detectar que son necesarios «límites severos» antes de que sea demasiado tarde. Antes de vernos en un ‘Far West’ de tecnologías muy invasivas, tanto en el plano físico como en el psicológico. «Si no puedes distinguir pensamientos propios de inducidos, si te van a decir quién eres, lo que te gusta, en un período de latencia más rápido de lo que tú piensas, vamos mal».

Pero lo que viene, ¿quién puede controlarlo? En su caso, entre Silicon Valley, el Partido Comunista chino y el Kremlin, dice, se queda con las democracias liberales europeas, a las que llama a legislar derechos como el de la propia personalidad o la privacidad del pensamiento . ¿Apocalíptico? Cuestión de tiempo, replica. «Hacia ese mundo vamos». El riesgo: «dejadez de funciones» de los gobiernos. «Los jueces no van a actuar en algo que no tiene ley, ni la Policía ni la Guardia Civil», previene. ¿Y a modo de conclusión? «Acaso la utopía se reduzca simplemente (...) a quedar como estamos, a ser quienes somos», barrunta en la coda de su libro.

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