Luis Ojea - Cuaderno de Viaje
Mucho que aprender
En muchos municipios gallegos las cosas serían hoy bien distintas si se hubiese afrontado una reforma valiente del sistema electoral
Al margen del cuñadismo tan extendido entre la clase política autóctona y la pueril tendencia de algunos a medir en otros países las fuerzas que no son capaces de reunir en el propio, sí es cierto que de lo que está ocurriendo en las elecciones francesas se pueden extraer tres lecciones para el ecosistema político gallego.
Primero. El orden democrático está amenazado por una ola populista que hace indispensable un nuevo pacto social y una arquitectura institucional sólida que permita desarrollarlo. La posverdad adopta colores diferentes y se mueve hacia extremos opuestos en función del país, pero en todos sufrimos hoy la misma lacra. Sea Le Pen a la derecha, sean los mareantes a la izquierda. El sustrato común es el mismo: demagogia, radicalidad y proteccionismo. Lo que difiere es la forma en la que cada sociedad se protege del virus. En Francia los homólogos de PP y PSOE se conjuran para evitar que el cáncer se extienda y aquí hay en cambio socialistas que prefieren arrodillarse ante los rupturistas. Ferreiro no gobernaría en París, pero en La Coruña el PSdeG le regaló el bastón de mando.
Segundo. Los militantes de un partido no son una muestra sociológica extrapolable al conjunto de la sociedad. Hamon y Fillon ganaron las primarias, pero los votantes franceses llevaron al socialismo a una debacle histórica y dejaron a los republicanos fuera de la segunda vuelta. Las primarias a veces solo son una forma progre de suicidarse pese a que el PSdeG y la neoizquierda se empeñen en presentarlas como la panacea.
Y tercero. El modelo electoral importa. Y mucho. El francés permite una segunda oportunidad. El voto visceral en ese esquema pierde influencia en el resultado final y el sistema queda orientado hacia la centralidad. En muchos municipios gallegos las cosas serían hoy bien distintas si se hubiese afrontado una reforma valiente del sistema electoral que corrija las evidentes ineficiencias que arrastra un modelo obsoleto que cobija el germen de la inestabilidad.
En Francia las fuerzas centrales del sistema han sabido construir vacunas institucionales sólidas para frenar la ola populista. E incluso, cuando decaen socialmente y el radicalismo llega a su techo electoral, sacrifican sus intereses inmediatos para evitar que el rupturismo se apropie del poder. Sí, mucho que aprender.
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