Luis Ojea - La semana
El nacionalismo y sus socios
El liderazgo de Ana Pontón ha edulcorado el discurso público de su formación, pero el Bloque es el Bloque
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Hay cosas que no cambian . La velocidad de la luz en el vacío es una constante universal. La propensión del BNG a enredarse en cuestiones de nula utilidad es igualmente inmutable. Sí, el liderazgo de Ana Pontón ha edulcorado el discurso público de esta formación , pero el Bloque es el Bloque. Nadie puede acusarlos de llevar a engaño. Son lo que son. Lo que siempre han sido. Una fuerza de la izquierda radical, independentista y antisistema.
Ningún problema. En democracia caben todas las ideologías. Incluso las que pretenden cambiar el sistema. Siempre que esos postulados, claro, se vehiculicen a través de los cauces legalmente previstos. Porque en democracia importan las formas. Y mucho. Y decidir no acudir a la ronda de consultas convocada por el Rey, de acuerdo a la previsión constitucional para proponer un candidato a la presidencia del gobierno, es un error .
No están ninguneando a Felipe VI. Se están desacreditando a sí mismos. No están cometiendo ningún delito. Están retratándose. Recordando, a quien haya podido olvidarlo, que el BNG se mueve en las mismas coordenadas que ERC, Bildu y la CUP.
El BNG es lo que es. Aunque Pontón haya dulcificado su imagen pública, con un relato menos ideologizado y más conectado a debates próximos al ciudadano, esta fuerza política conserva el viejo y caducado ideario de la UPG. Autodeterminación, independencia y república.
Nunca lo han escondido. Lo que sí esconden son las consecuencias de ello. Lo que no explican es cómo se pagarían las pensiones en una Galicia independiente. Lo que no explican es cómo se financiarían servicios públicos esenciales como la sanidad o la educación. Lo que no explican es a quién se venderían, y con qué aranceles, los productos que hoy exportan las empresas instaladas en la Comunidad. La secesión de Cataluña sería un desastre para Cataluña, pero la secesión de Galicia sería una catástrofe de magnitud muy superior por la propia estructura económica, social y demográfica de esta parte de España.
Esa es otra clave del asunto. Y no menor. Que Galicia forma parte de una gran nación que se llama España. Un Estado de Derecho, como proclama y garantiza la Constitución, que se ha dotado de una serie de normas que permiten la convivencia en democracia. Cualquier norma se puede cambiar. Lo que no se puede es obviar. Las leyes están para ser cumplidas. Se lo ha recordado recientemente el Tribunal Supremo a los dirigentes de ERC.
Y esa es la tercera dimensión de esta cuestión. Con quién comparte trinchera el Bloque. Lo importante, en la vida y en la política, no solo es qué, y cómo, se defiende, sino también con quién decide uno salir en la foto. Y el nacionalismo gallego ha decidido compartir cartel con Oriol Junqueras y Arnaldo Otegi.
Nada nuevo bajo el sol. El BNG siempre ha seguido los pasos del separatismo catalán y vasco. Antaño olvidándose de su perfil de izquierdas y aliándose con la CIU de Jordi Pujol o el conservador PNV. Defendiendo con ellos postulados perjudiciales para Galicia. Que empobrecerían a esta comunidad. El «país nuevo» que dibujan es un país con más paro, menos empresas, más aislado y menos desarrollado . La ideología del presunto colectivo, un mito, por encima del interés agregado, real, de los ciudadanos.
Eso son los nacionalismos. Los de un extremo y los del otro. Todos. El BNG no se esconde. Es lo que es. Lo que siempre ha sido. Exhiben con orgullo su decisión de no acudir a la ronda de consultas del Rey. Pero esa decisión no solo deja retratado al nacionalismo gallego. También retrata a quien está dispuesto a pactar con ese espacio político. El discurso independentista tiene el apoyo que tiene en Galicia. La clave es quién está dispuesto a llevar ese relato a la mesa del Consello de la Xunta . Ese es el drama, que algunas fuerzas constitucionalistas, centrales en nuestro sistema político, articulen coaliciones de Gobierno con los partidos que quieren destruir el sistema.