Luis Ojea - La semana
Matrimonio de conveniencia
Mismos protagonistas, misma trama y mismo desenlace. La tragicomedia empieza ahora, como hace cuatro años , con los actores del rupturismo pactando in extremis una coalición para presentarse a las elecciones. Un acuerdo que se evidencia tan inestable como los anteriores. Un pacto que muy probablemente acabará, como terminaron sus precedentes, en una implosión a mitad de legislatura entre reproches y acusaciones mutuas de las distintas familias y clanes de ese espacio político. El mismo sainete estéril y esperpéntico en el que ese universo se ahoga permanentemente y pierde toda su energía.
La nueva confluencia es, en realidad, el mismo matrimonio de conveniencia que fue en su día En Marea . Cambian la fórmula —ya no utilizan un partido instrumental y eligen presentarse como coalición electoral— pero no parece probable que, ni como pareja de hecho ni como matrimonio —sea civil o por la Iglesia—, pueda funcionar esa amalgama de populistas, federalistas, soberanistas y mediopensionistas. Y no, el problema no reside en discrepancias ideológicas irresolubles ni enfoques estratégicos distintos a la hora de afrontar una campaña electoral. No, esa película va, y siempre fue, de egos hipertrofiados, una lucha descarnada por atornillarse al escaño y no pocas fobias personales.
Ese ha sido el problema desde el principio. Desde el minuto cero. Incluso antes. Ya pensaban en los términos del divorcio antes mismo de concretarse la boda . Pasó hace cuatro años y volvió a pasar ahora. Estuvieron el viernes negociando hasta medianoche no por diferencias sobre el programa electoral, sino por concretar el encaje de cada pieza de las distintas corrientes en puestos de salida de las listas. Ese espacio político, desde su irrupción en el tablero político de este país, vive preso de los egos y ambiciones desmedidas de personajes de tercera división. Llevan demasiado tiempo ahogándose en un pueril juego de tronos. El problema es que ya no queda botín para repartir. De ahí el drama ahora para distribuir puestos en las candidaturas. Que solo quedan migajas.
El invento hace tiempo que saltó por los aires . La confluencia que consiguió a finales de 2015 más de 400.000 votos camina con paso firme y decidido hacia la intrascendencia. De conseguir uno de cada cuatro votos emitidos en Galicia en aquellas generales a una posición residual del tablero político autonómico. Hay encuestas que dibujan un escenario en el que no pasarían de dos escaños. Sean dos o sean cuatro, lo cierto es que han dilapidado todo su patrimonio político con sus guerras internas.
El remake que han puesto en escena esta semana solo ha servido para constatar el cambio de peso de cada uno de los actores . Hace cuatro años fue Luis Villares quien obligó a Pablo Iglesias a arrodillarse y asumir los criterios que se marcaban desde Santiago. Ahora, con Villares fuera de escena, las marcas gallegas del populismo son las que tragan con los dictados que llegan desde la sede de Podemos en Madrid. En realidad, la nueva confluencia es solo una nueva marca blanca del partido morado. Una máscara con la que aparentar una pluralidad que desaparecerá al minuto siguiente de cerrarse las urnas el próximo 5 de abril. Iglesias ha ido purgando y deshaciéndose de cualquiera que osara discrepar de sus designios en Podemos. Ha expulsado a Villares y sus fieles del tablero político autonómico. Y acabará haciendo lo mismo con Beiras, Noriega y Ferreiro el día que estos intenten tener ideas propias en el seno de la coalición.
El final de esta película ya lo conocemos. Pasó en AGE. Pasó en En Marea. Y pasará en la nueva confluencia que acaba de nacer . Nada nuevo. Lo novedoso sería que las familias de este espacio político que tantos problemas tienen para entenderse entre sí tengan que negociar con otras dos fuerzas más la hipotética composición de un tripartito en la Xunta. Esa sí que iba a ser una función delirante. Otro matrimonio de conveniencia tan abocado al fracaso como esta nueva coalición electoral del populismo gallego.
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