Juan Soto - El Garabato del Torreón
La Tebaida gallega
Es el de la Ribeira Sacra territorio no solo privilegiado por la naturaleza sino también bendecido por la mediación de sus genuinos santos mayores
Galicia, el «hermoso país por el que el viajero pasa de largo», que hace ya más de ochenta años dijera un boquiabierto John Dos Passos, sigue estando ausente de las grandes rutas turísticas y apenas cuenta para los touroperadores y los grandes mayoristas de viaje. Un poco en serio y otro poco a impulso de su malhumor, Julio Camba, cuando estaba en vena epatante, salía con la teoría de que el marisco impedía que los visitantes apreciasen el espectáculo paisajístico de Galicia : «El sentido del gusto abotarga los otros». Y se enredaba luego en una laberíntica digresión sobre lo que él llamaba «la comida hecha en esperanto» .
Ahora circula, entre despachos y fitures, la candidatura de la Ribeira Sacra a Patrimonio de la Humanidad , un título con el prestigio ya bastante gastado por cuestiones inflacionistas: repartidos mundo adelante hay 1.200 monumentos y espacios naturales que poseen la acreditación conferida por la Unesco . Con esto no pretendemos rebajar la importancia de la credencial, sino indicar que la jerarquía estética, monumental y paisajística de la Ribeira Sacra está al margen (es decir, muy por encima ) de reconocimientos reglamentados.
Dos provincias, tres ríos (que a veces nos olvidamos del Cabe «marmurador e riseiro», que dijo Manuel María), cenobios y monasterios, viñas de Amandi, que siguen dando aquel vino «grato a Augusto», el cañón del Sil, tierras de Carballedo, de Nogueira de Ramuín (habría que cambiar su topónimo por el de Nogueira da Roda, por la de los afiladores), Montederramo, Ribas do Sil, San Pedro de Rocas, Monforte, «de torres convecinas a los cielos», en el famoso soneto de Góngora… Es inabarcable e incomparable este universo, la Rivoira Sacrata , como la llamó, en su bajo latín, la doña Teresa de Portugal, la otra Rainha Santa.
Si le dicen Sacra es por el gran numero de cenobios, monasterios, iglesias y eremitorios que se asentaron en ella. Más que en ninguna otra parte de Europa. Muchos siguen en pie, de otros queda el esqueleto testimonial y algunos han sido restaurados magníficamente y, si convino al caso, reutilizados como hospedería, incluso de lujo.
Es el de la Ribeira Sacra territorio no solo privilegiado por la naturaleza sino también bendecido por la mediación de sus genuinos santos mayores. Por ellos y no por otros tenemos los ribosacrófilos a San Martiño de Dumio, fundador del monasterio de Santo Estevo de Ribas do Sil, a San Franquila de Celanova y a San Fructuoso (que dicen también Froitoso) de Braga, cuya voz, dice don Ramón Cabanillas, tenía «estoiros de trono, vibraciós de saeta». Y aún podríamos ampliar este particular cortejo celestial con otros muchos santos y hasta con la directa intermediación de la mismísima Virgen , que por algo su santísimo nombre bautiza al monasterio de Montederramo, que lo fue cisterciense.
Don Ramón de Cambados, a quien acabamos de citar, llamó a este espacio «a Tebaida galega» , por homologarla, mutatis mutandi, con la auténtica Tebaida, la de los eremitas del antiguo Egipto. Está el título en «Samos», el libro que Cabanillas escribió en la celda benedictina de Samos y que fue el último que salió de su pluma. Don Ramón sentía gran simpatía por Gómez Pereira, el abad restaurador, «prodigio de amabilidad, de campechanía, de actividad». Así se lo decía en una carta a Isidoro Millán González-Pardo, el señor conde de Quirós, catedrático de Griego y erudito en otros muchos saberes.
Y a todo esto, ¿a qué venía lo de Cabanillas y conde de Quirós? ¡Ah, sí! La Ribeira Sacra , ese era el tema: cenobios, monasterios, vides y «esencia de la espiritualidad de Galicia».
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