Travesía
La historia de la traslación del cuerpo del Apóstol Santiago a Compostela tras ser decapitado en Jerusalén
Sus discípulos llevaron el cuerpo a España, donde finalmente fue enterrado tras una difícil travesía
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El 30 de diciembre es el momento de recordar la Traslación del Apóstol Santiago desde Jerusalén. Para ello, un acto solemne rememora este hito en la Catedral de Santiago de Compostela . Pero para entenderlo hay que moverse hacia el año 860, cuando sus restos serían trasladados tras ser decapitado por orden del rey Agripa I . Es lo que afirma el martirologio (que se trata de un catálogo de mártires y santos reconocidos por la Iglesia Católica) de Floro de Lyón, un religioso y escritor que sería la primera fuente que cita la devoción a las reliquias de Santiago en el occidente peninsular ibérico . En él remarca que en este rincón de España los restos «son venerados con una veneración celebérrima».
«Existe una serie de textos legendarios datados entre los siglos IX y X, que a todas luces son reflejo de otros más antiguos desaparecidos. Muchas de sus afirmaciones hallaron confirmación en los hallazgos arqueológicos y epigráficos habidos en los siglos XIX y XX», afirma el texto de Juan José Cebrián Franco, sacerdote, historiador y director de la Oficina de Sociología, Estadística e Internet del Arzobispado de Santiago, fallecido en 2009. También recoge que no queda constancia de que los restos fueran depositados en la zona de Jerusalén , después de que los discípulos del Apóstol decidieran embalsamar el cuerpo e introducirlo en una de las embarcaciones que en primavera y verano hacían la travesía por mar a través del Mediterráneo.
Lo tuvieron que hacer así después de que sus restos fuesen colgados en el desierto de Judá para que las aves carroñeras y animales acabasen con el cuerpo. Los discípulos se vieron obligados a robar el cuerpo, y por lo tanto, escapar, en una travesía que se define como «feliz», ya que «parecería guiada por la mano del señor» . Llegarían al puerto de Iria, en la actual localidad gallega de Pontecesures. Cambiarían de embarcación para poder navegar por el río Sar y llegar a la localidad de Padrón (Iria Flavia, que es el nombre de una de sus parroquias), cercana a Santiago de Compostela.
Allí, se dirigieron «a la señora o reyezuela llamada Lupa o Atia a quien pidieron permiso y un lugar para sepultura de su maestro». Después de tener que rescatar el cadáver del desierto, al otro lado del Mediterráneo la travesía tampoco sería fácil. Lupa los remitiría al Prefecto romano que estaba en Dugium (Duyo). «Este, quizás pensando que los discípulos eran autores de un crimen con sus maestros, los encarceló », relata el texto. Pero estaban las manos angélicas para liberarles del cautiverio. Al tiempo, los que les perseguían en su huida «perecieron al desplomarse un puente cuando lo cruzaban», reza el texto.
No daría el brazo a torcer Lupa, aunque estuviese «admirada» por lo ocurrido. Quiso deshacerse de ellos: «Les mandó a buscar un carro y bueyes para el tiro al Monte Ilicinio (Pico Sacro, cercano a la actual capital gallega). Lo que allí había eran toros bravos. Estos se dejaron uncir mansamente al carro» . Un nuevo problema que se solucionaba para estos discípulos. Lupa acabaría compartiendo con el Apóstol su propio sepulcro. Siete de los nueve discípulos volverían a Jerusalén; otros dos se quedarían cuidando de dicho sepulcro. Discípulos hasta el final, Atanasio y Teodoro también quedaron a cargo del cuidado de la comunidad cristiana de la zona. Ellos serían los primeros obispos de Santiago , y finalmente, cuando su hora también llegó, fueron sepultados a «ambos lados del maestro». Este lugar sería incorporado a la diócesis de la ya mencionada Iria.
Se perdería la pista de este lugar durante un siglo: sería el momento de la invasión musulmana, cuando «se desertiza». Relata el mismo texto que hacia el año 829 el obispo de Iria, Teodomiro, se lanza a buscar la tumba. La encuentran y llama al rey Alfonso II que se convence de que el «hallazgo es auténtico y apoya la construcción de un Santuario y un monasterio» . Finalmente, el Obispo de Iria «traslada su residencia al Lugar de San Jacobo y 30 años después Floro testifica que su sepulcro era celebérrimo».
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