Juan Soto - El Garabato del Torreón
De expolios y saqueos
El desmantelamiento del patrimonio documental de Galicia es una auténtica tragedia
A las afueras de la ciudad de Viveiro, en el barrio de As Xunqueiras, emerge con elegante sobriedad el monasterio dominico de Valdeflores. Sus celosías asoman al apacible valle del Landro y a las páginas de «De Villahermosa a la China», la novela cuyo autor, el gran Pastor Díaz, quiso purgar de su obras completas, quizá con excesivo celo autocrítico. «Habitábanle dentro vírgenes del Señor», evocará en la lejanía Javier, el álter ego del escritor. Y desde allí subían al Cielo «preces que el mundo ignora». Todo eso es ahora literatura, costumbrismo, pasado y nada. Porque desde hace un par meses el traslado de las últimas monjas que lo ocupaban ha dejado al convento huérfano y desasistido.
Cuentan las crónicas que, tras la marcha de las profesas y una vez hecho el primer arqueo de bienes —no se sabe si inventariados o no— se echan en falta, para empezar, un cantoral y un códice, quizá de los años fundacionales, que son los finales del XVI. Se supone que en algún sitio estarán y que algún día se aclarará el misterio de su misteriosa desaparición.
En lo que atañe a la protección de su patrimonio documental, la capital de A Mariña Occidental tiene poca suerte. ¡Vaya por Dios! A un par de kilómetros del convento de Valdeflores agoniza el pazo de Grallal, solar de la rama española de los Dutton, instaurada por don Juan Dutton y Aguiar, hijo de aquel pintoresco caballero inglés que fue don Juan Dutton el Viejo, amigo de los Estuardo y desembarcado en tierras vivarienses para poner a salvo su catolicísima cabeza y, de paso, la imagen de la Virgen Inglesa, que seguimos admirando en su capilla de la catedral mindoniense. A la hora presente, se desploma el pazo de Grallal. Y de sus legajos y manuscritos nada se sabe: si están a salvo, si están enteros y verdaderos o si han huído por la chimenea de la cocina.
El desmantelamiento del patrimionio documental de Galicia es una auténtica tragedia. Y las causas de la misma son bien conocidas y se congregan en un trío de sospechosa catadura: incuria de los obligados a su custodia, saqueo y rapiña.
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