Juan Soto - El Garabato del Torreón

Coda con sordina

Hace no demasiados años Galicia era un desierto musical. Hoy el panorama es muy otro. No se parece en nada al de hace medio siglo

No sabemos, ni importa para el caso, si los factores que determinaron la creación, primero, de la Orquesta Sinfónica de Galicia, con sede en La Coruña, luego de la Real Filharmonía, radicada en Santiago, y más recientemente la Vigo 430 (que preferimos llamar Orquesta Sinfónica de Vigo), respondieron a oportunismos electoralistas o a planes culturales seriamente trazados. Cualquiera que fueren intenciones y estrategias, los resultados están a la vista: Galicia cuenta con tres espléndidas agrupaciones sinfónicas, comparables (ventajosamente, nos atrevemos a decir) a algunas de las mejores de cuantas funcionan en España.

Hace no demasiados años Galicia era un desierto musical, apenas redimido por la heroicidad de las beneméritas sociedades filarmónicas (todas de carácter privado) y de alguna que otra voluntariosa iniciativa local: aquella Orquesta Filarmónica Coruñesa del recordado maestro Garaizábal; Blanco Porto y su Polifónica de Pontevedra, las temporadas de los Amigos de la Ópera de La Coruña (se hace inevitable la mención a Cristino Álvarez), sus homónimos de Vigo... Súmese a la lista un par de conservatorios profesionales, la nostalgia de nombres míticos (Adalid, Manolo Quiroga, Ofelia Nieto), los admirables cursos de Música en Compostela (creados no por un gallego sino por un jienense, don Andrés Segovia) y -disculpen si advierten un algo de chovinismo- la Semana de Música del Corpus Lucense, con ya medio siglo a sus espaldas. Y eso es todo. El resto, «sordomudez o trompetilla», como dijo en ocasión famosa el maestro Rodrigo, a veces un algo viperino.

Hoy el panorama musical en Galicia es muy otro. No se parece en nada al de hace medio siglo. Empezando por los centros de formación musical (los conservatorios se cuentan por docenas) y terminando por el número de conciertos que completan temporadas altamente atractivas, con presencia de intérpretes de primerísimo rango. De los conjuntos sinfónicos estables ya hemos hablado. Pues bien, en medio de este crecimiento en calidad y cantidad, sorprende asistir a la desaparición de una de las más antiguas, sino la más (el tema sigue abierto a disputa), de las bandas de música de Galicia, que es la de Lugo. Agonizante desde hace años, el Ayuntamiento y su melofóbica alcaldesa la dejan morir sin consideración a glorias pasadas ni a posibilidades futuras. Se frotan las manos ante la oportunidad de deshacerse de una docena de nóminas a media jornada, aprovechando el pie que le sirven en bandeja la gandulería sindical y unos pocos músicos con más ambición que preparación. Allá ellos.

Coda con sordina

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