Cristina Seguí - EL CSEGUÍ
Operación Taula: Redención o nueva oportunidad perdida
La formación, con toda su cúpula municipal imputada, se enfrenta al lance de su propia supervivencia ante un electorado expectante
Hace ahora cuatro años y medio, Rajoy saltaba triunfal en Génova al grito de «que bote Mariano» . Lo hacía ante el estupor de Viri quien, probablemente, nunca había visto antes semejante desafío del presidente en funciones a la propia austeridad de su naturaleza. A pie de balcón estaba España. De forma absoluta. Con la ilusión de una niña perdida que acababa de ser rescatada. Una España con un orgullo antiguo y voluptuoso soterrado por capas de agravio a su pundonor y que, agotada tras casi dos legislaturas socialdemócratas, había quedado enclenque e infantilizada. La España del rencor anacrónico del 34, la de las dos mitades del poster de la musa doctrinal de Zapatero: La de una minoría piquetera y revolucionaria bautizada políticamente como la mayoría del progreso y la legitimidad moral, contra esa otra que seguía levantándose y buscando la prosperidad a pesar de ella.
Aquella mayoría absoluta derivó, como bien denuncia Lorenzo Bernaldo de Quirós en su excelente «Por una España liberal» (Deusto, 2014), en una oportunidad perdida para la recuperación y consolidación de la tectónica liberal española en 2011. Rajoy renunció a acometer las reformas estructurales necesarias a pesar de la oportunidad que suele abrirse tras la conmoción y la confusión de una gran crisis. Ahí está la doctrina del shock de Naomi Klein para ilustrarlo. Añadiría, además, que la aceptación de ese gran reto por parte de Rajoy hubiera forjado el espíritu de un auténtico líder: la renuncia a la alta política en momentos cruciales para una nación reduce el carisma político a la decepción de un farol en la mano final de una partida de póker.
Aquella oportunidad perdida le vuelve ahora como una especie de fantasma del pasado desde un Partido Popular valenciano que, como el propio Rajoy, puede tener la ocasión de redimirse . La formación, con toda su cúpula municipal imputada en una trama de blanqueo , se enfrenta al lance vital de su propia supervivencia política ante un electorado expectante que podría marcharse a los brazos de otro para no volver. Isabel Bonig tiene ante sí el que puede ser el mayor desafío de su carrera política hasta la fecha y que le obliga a tomar una decisión que podría convertir una situación límite en un espaldarazo a su liderazgo. Decisión que requiere, además, el beneplácito del actual presidente del gobierno que vuelve a tener ante sí la ocasión para reclamar su crédito político ante unas nuevas y más que posibles elecciones generales. La decisión para ambos no puede ser otra que la petición explícita de su acta de senadora a Rita Barber á y el cese de todos los cargos públicos envueltos en la operación Taula por la vía de los hechos.
De momento, el electorado popular percibe que el ganador de la victoria moral de esta jugada política es otro. Y es que ha sido el señor Ribó quien ha suspendido de empleo y sueldo a los cargos de confianza presuntamente envueltos en la trama obligando así al resto del Partido Popular a ejercer de sparring del actual equipo de gobierno nacionalista, que está encontrando su mejor baza legitimadora sobre un ring en el que su adversario ideológico parece incapaz de superar el noqueo.
Bonig ha anunciado además que la eclosión del nuevo Partido Popular tendrá lugar desde el valencianismo social, cívico y cultural que siempre batalló en solitario contra las ansias del colonialismo pancatalanista de Compromís. De ser así, los populares deberán empezar a exigir la extinción de las subvenciones públicas a Acción Cultural del País Valenciano , la melliza de la Òmnium Cultural catalana y bastión ideológico de Chimo Puig, Mónica Oltra y Eliseu Climent, el conseguidor de Jordi Pujol. ACPV es el fortín de penetración ideológica y clientelar de la Generalidad de Cataluña que, junto a la AVL pujolista, coacciona a la clase trabajadora valenciana para obligarla a mantener a las familias, amigos y testaferros del actual Gobierno valenciano. Su fin no es otro que el de arrodillar al orgullo valenciano, para que, sin él, Compromís logre la mayoría absoluta en las próximas elecciones.
De momento las dos banderas que agita Compromís son las que debe recuperar el Partido Popular de forma inmediata: la batalla contra la corrupción y el espacio del auténtico valencianismo. Ambas banderas fueron conseguidas gracias a la renuncia de los populares a los retos políticos clave.
Cambien y peleen su liderazgo. ¿Será esta su redención política o una nueva oportunidad perdida?