Salvador Sostres - Shambhala
Vivir sin talento
Yo no pierdo la esperanza en que finalmente David Muñoz se destape y se dedique abiertamente al pollo
He pedido un Glovo de Goxo. Me ha llevado un tiempo. El nuevo «catering» de David Muñoz en Barcelona ha sido un éxito, y normalmente, de colapsado que anda de pedidos, ni aparece su icono entre los restaurantes que ofrece este sistema de reparto. Pedí unos noodles con mejillones, una lasaña y un guacamole. Y todo me gustó. Todo estaba bueno, bien hecho, ocupando el amplio carril central de lo complaciente para todos y que al más burro le permite levantarse de la mesa con el genio confirmado. Yo tuve esta idea mucho antes que él, cuando visité su restaurante de alta cocina, Diverxo. Le sugerí que montara una pollería (Pollos Muñoz) y se enfadó mucho conmigo. Pero han pasado los años y han llegado los pollos. Aquí e stá el mejor David, el restaurador, el artesano, el que hace lo fácil correctamente y deja sus intentos de ser poeta para sus «pircings» y su cresta. Éste es su recorrido, su capacidad, su recreo. No es menor saber empatar con el gusto de la masa, ni entender los manejos de esta cocina «pop», políticamente correcta, que huye del conflicto y que arrasa en las ventas del «delivery». No es fácil ser un buen intérprete de lo menor. No es poco premio contentar lo mismo al nuevo rico, a la tía que baja del pueblo de visita y al medio pelo urbano que cobra luca y media y quiere vivir como si tuviera bonos de 100.000. En una ciudad como Barcelona tiene que haber de todo, también esta cocina pretenciosa para enredar a pedantes y bobos haciéndoles creer que entraron en el Cielo no más que decorando de azul claro el techo del mueblé.
Si hablamos de calidad hablamos otra cosa distinta. Los noodles de Dabiz, como le gusta llamarse, que son estupendos para pasar una noche con amigos viendo el fútbol, son una broma si los comparas con el Panchino al caviar, de Disfrutar, que también lo sirve Glovo. Las cosas hay siempre que compararlas, ponerlas en contexto para entender su dimensión. Y la dimensión de Goxo, su precisa y exacta dimensión, en la ciudad en que Disfrutar o Koy Shunka te traen su comida a casa, es la de fiesta de cumpleaños de niños grandes que quieren impresionar a unas secretarias para darles despacho sin que haya un mañana. Es importante que haya negocios así, porque hay gente así. La cocina de Goxo, y la de Diverxo, es como su dueño creyendo que comunica algo con su peinado.
Me gustan las pollerías y me gustan los negocios boyantes construidos sobre obviedades. Nunca me oyeron levantar la voz contra McDonald’s o contra el hallazgo prodigioso de la Coca-Cola. Mi restaurante más querido, el que más me excita, es Nobu. Pero siento una muy particular aversión a las imposturas. Primero, porque roban negocio a los realmente talentosos, y creo que es el deber de un hombre libre defender a los genios de su tiempo. Segundo, porque pienso en los jóvenes que quieren gastar su primer dinero en la alta cocina, y acuden a restaurantes como Diverxo (y sus derivados) no sólo no aprenden nada nuevo, sino que muy probablemente llegarán a la conclusión de que la alta cocina en su conjunto es una estafa si por sus 60 euros (Goxo) o 200 (Diverxo) sólo obtienen aquello. Y tercero porque en todas sus dimensiones, y en todos sus contextos, un hortera me parece lo más deplorable de este mundo. No lo más pernicioso, pero si lo más desagradable.
Hay un bonito ejercicio, para tal vez igualar un poco más la comparación, sin recurrir al caviar, y es el de pedir la misma noche los noodles de Disfrutar y los de Diverxo . Es así como mejor se entiende la diferencia que hay entre el talento y su ausencia, entre la inteligencia y lo que no se eleva, entre lo que sale de un mejillón y allí se queda y lo que sale de una idea, aunque también al final los dos noodles de Disfrutar lleven mejillones. Pocas veces se pueden establecer paralelismos tan poderosos, y tan exactos.
Yo no pierdo la esperanza en que finalmente David Muñoz se destape y se dedique abiertamente al pollo. En Londres hizo un amago de cocina callejera y fue espantoso, y a la larga todo le irá un poco igual hasta que no acepte y asuma su pollo fundamental. Que en su infinita bajeza Michelin le haya dado las tres estrellas es una demostración más de hasta qué punto esta guía trata de desvirtuar la alta cocina española para proteger los intereses de la alta cocina francesa, que está en su momento peor desde 1960.
Goxo, en fin, otro gran éxito y otro espejo de lo vergonzoso que ha de ser vivir sin talento.