Ópera

«La Traviata» más oscura

A la espera de saber si podrá ampliar el aforo, la del sábado podría ser la última representación en el Liceo de la ópera de Verdi

El futuro de «La Traviata» pende de un hilo A. Bofill

Pep Gorgori

Mientras Violetta y Alfredo brindaban en sus felices copas, el Liceo emitía un comunicado demoledor: o las autoridades sanitarias catalanas permiten llegar al 50% del aforo, en lugar de la limitación actual al 21'8%, o a la de este lunes será la tercera y última función de esta «Traviata». No puede montar para quinientas personas una ópera en la que participan cuatrocientos profesionales (entre orquesta, coro, solistas, técnicos y personal de sala).

Es triste llegar a ese punto, pero más triste aún resultó salir del teatro a las diez de la noche, echar a andar por las Ramblas y el paseo de Gracia para llegar a casa, ver a centenares de personas deambulando pese al toque de queda —muchas en grupo, muchas sin mascarilla— y no encontrar una sola patrulla poniendo algo de orden. ¡Qué difícil se hace creer que hundiendo la Cultura esquivaremos el virus, si quien tendría que hacer cumplir las normas no es capaz de lograrlo!

Pero, mientras se pueda, el espectáculo debe continuar. La versión de McVicar «La Traviata», ya conocida por el público liceísta, es de las que, sin aportar nada nuevo ni especialmente interesante, al menos tiene la virtud de casi no estorbar. Casi. Su iluminación tenue, cortinas negras y mobiliario oscuro funcionan bien si la soprano protagonista es una mujer centroeuropea o norteamericana de raza blanca. Al parecer, nadie pensó una soprano de raza negra, la maravillosa Pretty Yende, pudiese encarnar el papel. En el primer y tercer actos, Yende se impone por su magnífica voz, pero no puede aprovechar los recursos que las otras cantantes blancas sí que explotan —expresión facial y gesticulación— porque apenas se la ve. Un foco de más, un retoque en el vestido, una ubicación diferente en el escenario… cualquier recurso habría bastado para evitar que constatáramos que en el fondo, 65 años después del célebre debut de Marian Anderson en el Metropolitan, seguimos pensando que la ópera es cosa de blancos.

A nivel musical, Speranza Scapuzzi dio una lección de vigor y tensión dramática con una lectura llena de matices y contrastes. Sus «tempi», en general rápidos, pusieron en algún aprieto a los cantantes, pero pese a todo resultaron acertados. Más cuestionable fue el equilibrio entre planos, ya que con el coro enmascarado la orquesta se impuso en varias ocasiones más de lo deseable. Yende, aun no siendo Violetta su mejor papel, brilló con sus «piani» y en los dúos con el Giorgio Germont de Meoni. No así con el Alfredo de Korchak, que aunque se defendió con razonable corrección no encontró el empaste con la voz de la protagonista.

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