El año teatral en Cataluña: otra temporada que arruina el «procés»

La violencia callejera y la problemática movilidad coartaron una temporada teatral que pudo haber sido feliz

«Falaise», de de Camille Decourtye y Blau Mateu Trias por la compañía Baró d’Evel, fue una de las obras del año ABC
Sergi Doria

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Hace un año le pusimos título de comedia de los sesenta a la decadencia cultural de la Barcelona secuestrada por el procés: «Lazo creciente, taquilla menguante».

El último cuatrimestre de 2017, coincidente con el golpe parlamentario del 6 de septiembre, la Diada separatista, el referéndum ilegal del 1-O y la fallida proclamación de la república del 27-O que culminó con la aplicación del 155, mermó en casi 200.000 espectadores la afluencia a los teatros: seis millones de euros menos en taquilla. En el trimestre de octubre y diciembre, el descenso de público teatral fue del 15 por ciento.

El año 2019 empezó bien… pero va a acabar tan mal como 2017. La revuelta independentista contra la sentencia del procés que el Supremo anunció el 14 de octubre no se conformó con colapsar las calles: procedió a incendiarlas.

La coacción de nuestra industria cultural recuerda la canción de Carlos Puebla, adalid de la revolución cubana: «Se acabó la diversión, llegó el comandante y mando a parar». Cambiemos «comandante» por Tsunami, CDR, ANC, Òmnium o Picnic per la República. El comentario «no iré al teatro y dejaré la moto en la calle para que me la quemen» explica por qué mucha gente no fue a ver Muerte en el Nilo al Borrás: un teatro con los cristales rotos, la plaza Urquinaona tomada por el vandalismo incendiario.

Y no será por falta de empatía -esa palabra manoseada por los cursis- con los separatistas. En la huelga del 18-O convocada por la minoritaria Intersindical CSC del convicto Sastre -en realidad, un cierre patronal jaleado por el No Govern Torra- los teatros bajaron el telón.

El «comandante» procesista «mandó a parar». Y, «de grau o per força», los grupos Balañá -Tívoli, Coliseum, Club Capitol, Borrás- y Focus -la Villarroel, Romea, Goya, Condal- suspendieron funciones. El Poliorama, la Beckett, el Lliure, el Mercat de les Flors y el TNC -estos tres últimos, públicos- bajaron la persiana al igual que una quincena de teatros alternativos y el Festival Temporada Alta. Algunas salas fueron más allá con un comunicado en repulsa a la sentencia del Tribunal Supremo.

Cierto es que el teatro debe criticar al poder establecido, pero… ¿tiene sentido alinearse con una revuelta promovida por unas instituciones oficiales alineadas con una parte de los catalanes?

Tanta empatía -el mundo del teatro carga todavía con una pesada mochila nacionalista- para acabar con la taquilla carbonizada: la programación cultural -cine, teatros, conciertos- ha visto reducido su público en un 65 por ciento.

En algunos teatros llegó a caer hasta el 70 por ciento durante los disturbios. Del 14 al 20 de octubre, señalaba Isabel Vidal desde la presidencia de Adetca, «las ventas diarias descendieron una media del 65 por ciento en comparación con una semana antes».

Felicidad interrumpida

Y eso que la taquilla fue muy bien en el primer semestre: superior en un 10 por ciento a la de 2018 y con vistas a incrementar espectadores en el último tramo del año. Pero la violencia callejera y la problemática movilidad coartaron una temporada que pudo haber sido feliz.

Y eso que la programación, dada la atonía cultural barcelonesa, no ha estado nada mal. Del medio centenar de montajes que hemos criticado en estas páginas, nos quedamos con una docena que todavía resuenan -como las campanadas- en nuestra memoria más agradable. Pasemos lista.

La reina de la bellesa de Leenane de Martin Mc Donnagh, el mismo autor de La calavera de Connemara, comedia negra que disfrutamos en la Villarroel. La Biblioteca de Cataluña convertida en una aldea de mala muerte de la Irlanda rural. Escenografía de Sebastià Brosa y dirección de Julio Manrique: suelo fangoso, lluvia pertinaz y olores de cocina sucia donde trasiega una energética Marta Marco, hija esclavizada por una madre tiránica.

La Zanja en la Villarroel, reflexión sobre el colonialismo en Latinoamérica: de Pizarro a las multinacionales que presumen de humanistas y ecológicas. Si comparamos esta obra con Exitus o Distancia siete minutos, no es lo mejor del Diego Lorca y Paco Merino, aunque no está de más verla.

Un, ningú i cent mil. Un Pirandello adaptado por Ferran Utzet -magnífica temporada del director- en la Biblioteca de Cataluña. Laura Aubert y Marc Rodríguez -otra pareja energética- se desdoblan en un amplio abanico de personajes. Pirandello en el siglo de Facebook amenizado con el «Yo soy aquel» de Raphael.

Señora de rojo sobre fondo gris en el Romea. Miguel Delibes adaptado al escenario por el fallecido José Sámano y verbalizado con hondura humana por José Sacristán. La muerte de la esposa del escritor y el duelo ante la ausencia de la mujer que le aligeraba de la pesadumbre de vivir. Magistral.

El cartógrafo de Juan Mayorga. Blanca Portillo y José Luis García Pérez trazando el mapa del gueto de Varsovia y del Holocausto en el Goya.

Aixó ja ho he viscut de J. B. Priestley, el autor de El tiempo de los Conway. Los muros góticos de la Biblioteca de Cataluña reconvertidos en un hostal de montaña. Teatro de toda la vida, como aquellos Estudio 1 de cuando TVE -la única que había- respetaba la cultura como televisión pública. Priestley nunca defrauda.

La partida d’escacs. Otro retorno a las tragedias europeas. La Novela de ajedrez que Stefan Zweig escribió un año antes de su suicidio en 1942 encarnada por un prodigioso Jordi Bosch.

Un dia qualsevol en la Villarroel. Oriol Tarrasón y la compañía Les Antonietes es de lo mejor del teatro catalán actual. Quimet Pla, Pep Ferrer e Imma Colomer componen un trío geriátrico que ironiza, o más bien se cachondea, de Eros y Tanatos. Teatro salutífero. Repóngase con urgencia en cartelera.

Vaselina. Gabriele di Luca revienta las costuras del buenismo y la corrección política. Un inspirado reparto bajo la dirección de Sergi Belbel. Personajes marginales con plantación de marihuana y mucha mala leche en la Villarroel. Teatro sin complejos.

Falaise de Camille Decourtye y Blau Mateu Trias por la compañía Baró d’Evel en el Lliure. La segunda entrega después de Là, sur la falaise está hecha del material con que se fabrican los sueños. Instantes de belleza emocional y gags humorísticos. Palomas al vuelo y un elegante caballo blanco que reta a la negrura escenográfica. Una pareja abrazada que se va deshaciendo como el trencadís. Falaise significa precipicio. Como la época en que estamos viviendo. Un espectáculo inolvidable. El number one de la temporada.

La Rambla de les Floristes. Jordi Prat i Coll adapta a Josep Maria de Sagarra. Quizá la Boladeras no sea la Sardá, pero esta melancólica mirada al ochocentismo que conjuga zapatillas deportivas y versos memorables no está mal. Invadida hoy por lateros y lumpenajes varios, la Rambla que emocionó a Sagarra y Lorca necesita de sus floristas para no perder el alma ni las primaveras barcelonesas.

Esperant Godot. Trigésimo aniversario de la muerte del escritor en la sala que lleva su nombre. Ferran Utzet vuelve a brillar en la dirección con una límpida versión en catalán a cargo de Josep Pedrals que metabolizan con la tragicomedia de los clowns Pol López y Nao Albet. El mejor homenaje a Beckett.

Aunque la voracidad inmobiliaria nos haya chapado el Club Capitol y la Rambla acabe sumando otra insípida franquicia. Aunque la facción violenta del procés siga al acecho, no permitamos que intoxique, un año más, la vida cultural barcelonesa.

Pese a todo, volvamos a los teatros.

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