Restricciones Cataluña

El Liceo envía a la Generalitat al rincón de pensar

El teatro barcelonés califica sutilmente de «vejación» a la cultura las últimas medidas sanitarias con una jornada de protesta sin precedentes

Ensayo con público de «La Traviata» en el Liceo de Barcelona Inés Baucells

Pep Gorgori

El pianista está casi renqueando, sus dedos apenas son capaces de levantarse del teclado. Llega el final del concierto. Fundido a negro y se acabó. Ni aplausos, ni saludos. Lo peor: se retransmitió en streaming, de modo que el planeta entero ha podido ser testigo de su humillación. Son las ocho y cuarto de la mañana, y Francesco Tristano lleva doce horas en el escenario del Liceo, interpretando la obra «Vexations» de Erik Satie, una melodía armonizada de dieciocho miserables notas que se repiten, según la perversión del compositor, ochocientas cuarenta veces.

Uno de tantos amores no correspondidos fue el origen de semejante tortura. Tristano solamente se levantó del teclado para lo imprescindible. Su sustituto fue el director artístico del propio Liceo, Victor García de Gomar, que después comentaba en twitter, junto a un emoticono de guiño: «Superman también necesita ir al servicio» .

De esta manera, el Gran Teatro del Liceo quiso terminar una jornada de protesta sin precedentes, en la que exigía —con artística elegancia, eso sí— que la Generalitat permita abrir espacios culturales con la mitad del aforo, pero sin el límite máximo de quinientas personas que condena a los grandes equipamientos y a todos sus trabajadores, directos e indirectos, a la quiebra.

La protesta empezó con dos ensayos de «La Traviata» para recordar —se olvida a menudo— que el sector cultural no solamente vive del jolgorio de los días de función, sino que trabaja duro cada día para ofrecer la calidad que se exige. El primero fue retransmitido por internet. Al segundo, el de la tarde, se invitó a quinientas personas, con el objetivo de ofrecer la imagen de la sala absurdamente vacía. O, según se mire, llena a rebosar, si se mide con el baremo del Procicat, el organismo que dicta las medidas sanitarias que hay que seguir en Cataluña.

Sólo 500 personas pudieorn acceder ayer a las butacas del Liceo Inés Baucells

Antes de empezar este segundo ensayo, el maestro Josep Pons dirigió la obra 4’33’’ de John Cage, que consiste en un silencio que se prolonga durante cuatro minutos y treinta y tres segundos. La orquesta y el coro, mudos. Él, inmóvil en el atril. Jamás un bofetón con toda la mano abierta fue al mismo tiempo tan sonoro y tan quedo. Más tarde, el director general del Liceo, Valentí Oviedo, mostraba comprensión con las autoridades que tienen que tomar decisiones en el actual contexto, para añadir: «Pero nosotros sabemos que lo que estamos pidiendo tiene sentido», ya que «estas restricciones no nos permiten seguir con nuestra actividad».

A la Generalitat corresponde mover ficha ahora. O bien explica sus medidas mucho mejor, para que no parezcan arbitrarias; o bien demuestra con datos que llevar a la bancarrota a equipamientos culturales salva vidas; o bien admite que la idea de limitar a 500 personas los aforos de grandes equipamientos está destinada a sumar otro renglón en su lista de errores en la gestión de la pandemia. De la respuesta de Alba Vergés y Àngels Ponsa, consejeras de Salud y Cultura respectivamente, dependen los ingresos de miles de trabajadores del sector cultural y sus familias.

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